“El matrimonio, independiente del ritual que se escoja, sí marca la diferencia con respecto a la decisión de irse a vivir juntos sin haber una carga simbólica detrás”.
Esta semana conversé con varios compañeros sobre el matrimonio: ¿es necesario? ¿no es lo mismo que irse a vivir juntos sin el formalismo que da la religión o un papel? Considero que cada persona y pareja vive su propia experiencia. No caben las comparaciones por las múltiples personalidades y creencias. Puede que a algunos les haya ido bien y se sientan felices sin haberse casado y haber perdurado juntos el resto de sus vidas; otros, por el contrario, se han separado más pronto que tarde estando casados porque no encuentran conexión con la persona que creyeron iba a ser su compañero de vida. De lo que no hay duda, es que el matrimonio, la vida en pareja, es un aprendizaje constante. Una montaña rusa de emociones donde si hay amor y respeto, es un viaje placentero. De todos modos, no hay una fórmula exacta, no hay un único camino que indique cómo se puede vivir bien y ser feliz. Cada persona debe descubrirlo, sentirlo desde la entraña.
Desde mi experiencia personal, el matrimonio, independiente del ritual que se escoja, sí marca la diferencia con respecto a la decisión de irse a vivir juntos sin haber una carga simbólica detrás. Cuando uno decide irse a vivir juntos, lo que se piensa o consensua es “ensayemos a ver cómo nos va”. No hay un compromiso verdadero, porque es un permanente ensayo que, si no funciona, se parte sin novedad.
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La decisión de comprometerse a través del matrimonio debe ser pensada y consciente. Debe tomarse con convicción. Si existe la menor duda, es mejor no hacerlo. Hay que ser conscientes de las renuncias que se hacen para poner siempre, como prioridad y por encima de todo, a la familia. Lo más sano es vivir siendo coherentes con la decisión y las promesas que se hicieron de manera voluntaria. Llevar una doble vida puede generar adrenalina y emociones, pero se vive permanentemente expuesto a que una mala decisión pueda afectar negativamente y tal vez para siempre a toda una familia.
El que se compromete debe hacerlo pensando en que lo hace porque quiere vivir mejor que antes de tomar dicha decisión. Es una de esas decisiones trascendentales que no se debe tomar a la ligera y que tampoco todas las personas están obligadas a hacer. Debe ir acorde al estilo de vida y a la visión que tenga cada persona.
También hay que decirlo, hay que ser sensatos cuando la decisión no salió como se esperaba, cuando la convivencia se torna conflictiva y en lugar de armonía hay tensión permanente. No hay que temer a estar equivocados. Tenemos el derecho a rehacer una nueva vida cuando después de hacer todo lo posible por mantener la relación, en definitiva, no funcionó.
Unas buenas guías para esta decisión trascendental es vivir en coherencia, siendo transparentes y con respeto.
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