El mandato del cambio que lucha por lo obvio

“Cuando se mira atrás en la historia, resulta un poco más que sorprendente observar algunos acontecimientos que sellaron derechos, ahora considerados elementales y obvios, como tener un horario de trabajo o ejercer el derecho al voto, fueran concebidos en su momento como grandes revoluciones que escandalizaron tanto como ofendieron a las mayorías nacionales, incluidos quienes a la postre se beneficiaron de ellos y, obviamente, a los propios detentadores del poder.”


Al gobierno de Petro le corresponde gobernar y hacerlo bien. Esa labor y esa exigencia, derivada del mandato popular, viene construyéndose paso a paso. No es fácil, por cierto, porque existe una inercia de siglos asociada al despliegue del poder desde las altas esferas como estrategia para mantener un orden de cosas fuertemente instaurado desde lógicas patriarcales, es decir, machistas, capitalistas, antiderechos y antimodernas.

Cuando se mira atrás en la historia, resulta un poco más que sorprendente observar algunos acontecimientos que sellaron derechos, ahora considerados elementales y obvios, como tener un horario de trabajo o ejercer el derecho al voto, los cuales fueron concebidos en su momento como grandes revoluciones que escandalizaron tanto como ofendieron a las mayorías nacionales, incluidos quienes a la postre se beneficiaron de ellos y, obviamente, a los propios detentadores del poder. “¿Cómo pudimos, -nos preguntamos asombrados, terminando la interrogante con algún mazazo brutal- …condenar a alguien por su orientación sexual?”

Como nos lo enseñan las leyes de la física todo tiende a conservar su “momento” y lugar. Si no se ejerce una fuerza externa las cosas tienden a permanecer en una suerte de mutismo de identidad. Es por ello que las grandes transformaciones en beneficio del conjunto de la sociedad comienzan con pequeños hechos, la mayoría de las veces vituperados y denunciados como violaciones de algún principio moral, ético o incluso estético. Es por eso además que ante el reclamo sereno y obvio de un gobierno que al fin dice “cuidemos el agua y el planeta”, “construyamos una sociedad en paz” o “quienes más dinero tienen, que paguen más impuestos”, se levantan airadas voces en escandalera iracunda, precisamente de quienes, en su mayoría, nada tienen.

Eso explica que un sector de la sociedad, que se autodenomina, por risible que parezca, “la mayoría”, salga a marchar como oposición y que sea casi imposible encontrar entre esos marchantes una voz o un testimonio medianamente coherente o lúcido. Por el contrario, como si se tratara de la voz múltiple de un corro de desquiciados, el uno reclama que “no le quiten la EPS”, otro más balbucea que el gobierno pretende acabar con las pensiones y uno más asegura que Petro quiere hacer que los niños fumen marihuana. Por vacías y delirantes que sean esas manifestaciones están ancladas a pasiones y consignas ordenadas “desde arriba” y que se hacen germinar con cuidado en el pecho de multitudes, quienes muchas veces terminan engañadas y fanatizadas pero contentas. Ese mismo “arriba” que sin miedo alguno al ridículo o la flagrante infamia afirma, por ejemplo, que su política de seguridad, cuyo ejercicio implicó el genocidio de por lo menos 6.402 personas, fue “traicionada”.

Bertolt Brecht se preguntaba ¿Qué tiempos son estos en los que tenemos que defender lo obvio?, al intentar una respuesta habría que decir que son los tiempos en que hay que mantener el espíritu de lucha por un mundo mejor más enaltecido y fervoroso que nunca. Tiempos en los que la mentira, que siempre cohonesta con la guerra y la muerte, cabalga desaforada. Tiempos en los que, al decir de otro poeta, la esperanza es un deber. Y tiempos en los que se precisa un llamado colectivo a la sensatez para que los cambios merecidos y urgentes, se hagan realidad.


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Andrés Arredondo Restrepo

Antropólogo y Mg. Buscando alquimias entre Memoria, Paz y Derechos Humanos.

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