1968 fue un año en el que muchas revoluciones estallaron de mil colores y de mil maneras en un mundo que se sacudía en el Ecuador de la segunda guerra mundial y la guerra fría. Con Vietnam en la mitad y la humanidad entera en ascuas. Con zozobra de repetir lo que se había prometido irrepetible.
Una de esas revoluciones tuvo lugar en los pasillos universitarios de Canadá, Estados Unidos, Bélgica, Holanda y París. Los estudiantes salieron a desafiar al mundo y sus autoridades. Lideraron protestas y múltiples marchas que hicieron visible su rechazo a una guerra ficticia tan mediática como innecesaria. De diferentes latitudes se aunaron en un solo cuerpo y una sola voz para irrumpir en el estricto desfile militar y sabotear los golpes de cuartel.
Esa revuelta estudiantil no cambió el mundo pero sembró un símbolo que cambiaría las formas de hacer política para siempre. Dejaría en la voz de los jóvenes un grito de cambio que no conocería límite alguno.
La primera semilla del proceso constituyente colombiano tuvo lugar con el movimiento estudiantil y la séptima papeleta. Los jóvenes le quitaron la anestesia a un país indolente y pasmado. Amedrentado por el horror de los narcotraficantes y sus sicarios. Ni la clase política, ni los empresarios tenían voluntad de cambio. Atados de pies y de manos, parecían condenados a esperar con paciencia la invitación a su propio funeral.
Los jóvenes salieron del aula para tomarse las calles, los medios de comunicación y de una manera creativa hicieron que la mismísima Corte Suprema reconociera en sus propuestas de reforma a la Constitución de 1886 la voluntad del poder constituyente primario.
Este 2018 los universitarios decidieron responder al reto que la historia y la sociedad les demandó. Salieron a defender el mayor y más preciado bastión de una sociedad decente: la defensa de la educación superior, pública y de calidad. Su valentía, encono y decisión les merece ser calificados como el personaje del año.
Cometieron tres grandes errores: (i) optaron por la posición más fácil de suspender clases; (ii) politizaron buena parte del debate y, (iii) sucumbieron con la misma furia de sus demandas a los provocadores profesionales. Pero sus logros son muchos más destacables. Demostraron que tienen en sus manos al mundo entero, que tienen sueños, y fuerza suficiente para defender, solos contra el mundo, el pasaporte de muchas personas que gracias a la buena educación se habilitan para atender con solvencia las exigencias del mercado. Mostraron que el Gobierno había reprobrado la lectura de lo que significa financiar, sostener y promover la educación superior en Colombia. Por eso debió ser llevado a la mesa de repitentes una y otra vez.
El movimiento estudiantil, es a mi juicio, el personaje de este 2018. Hizo suya la demanda de un asunto que es de todos. Y lo defendió con uñas y dientes. Sus actuaciones, con luces y sombras, se acercan mucho más a una sociedad despierta, activa y vital, que defiende en manos de pocos lo que nos pertenece a todos y que muestra que mientras haya más jóvenes así: valientes y seducidos por defender los intereses de todos, la guerra y la clientela tendrán menos opciones de disponer de recursos que habrán de destinarse a mejorar personal docente, procesos transparentes de selección, bienestar estudiantil, aulas de clase, salas de estudio, laboratorios y bibliotecas.
John Fernando Restrepo Tamayo
Diciembre 25 de 2018