Sin construir el liberalismo venezolano, no habrá democracia venezolana. Esa, no otra es la tarea más urgente a emprender ahora mismo, mientras salimos de la tiranía. Manos a la obra.
Antonio Sánchez García @sangarccs
Salvo VENTE, el partido fundado recientemente por María Corina Machado, y SOY VENEZUELA, su plataforma colectiva de acción práctica, ambas organizaciones de clara raigambre liberal, todos los partidos políticos venezolanos, sin excepción, son comunistas o socialistas, en cualquiera de sus vertientes: marxistas, socialdemócratas o socialcristianas. Campeando sobre todos ellos, el socialismo de proveniencia marxista ha sido la ideología dominante en la Venezuela moderna. Hasta asfixiarnos aliados al caudillismo militarista. La tara congénita de nuestra democracia. Con sus consecuencias ideológicas y prácticas: el burocratismo, el estatismo, el partidismo, el clientelismo, el populismo.
El desprecio al emprendimiento y la iniciativa privada, al libre mercado, la enfermiza fijación al rentismo petrolero. Y la estatolatría: esa adoración al Ogro Filantrópico – el Estado, en palabras de Octavio Paz -, dueño y administrador de la renta petrolera, el único ingreso real con el que ha contado la sociedad venezolana desde los años veinte, cuando explotara en Cabimas el Pozo de Las Rosas, el chorro de petróleo hasta entonces más poderoso del planeta, bajo la dictadura de Juan Vicente Gómez. Desplazando de una plumada al café, al cacao, a las pieles y las reses como principales productos de exportación de la primitiva economía semi feudal venezolana. Un brutal ingreso al siglo XX gracias a un accidente de la naturaleza. Tránsito culminado con la muerte de Gómez en 1935, según Mariano Picón Salas. La más primitiva de las tiranías dotada del más poderoso de los medios energéticos. Una contradicción que nos ha traído por la calle de la amargura.
Los partidos programáticamente socialistas han sido claramente hegemónicos y dominantes en la Venezuela moderna desde la fundación de Acción Democrática y COPEI, en los años cuarenta. No ha habido trazas de un pensamiento, no digamos de un partido liberal o conservador, ni siquiera afín a tales tendencias desde el Siglo XIX. El aplastamiento militar del gobierno de Medina Angarita por Marcos Pérez Jiménez, con el auxilio de Rómulo Betancourt, Acción Democrática y la llamada Revolución de Octubre de 1945 habrá permitido sentar las bases de la democracia, pero al precio de una alianza con el militarismo y la fractura existencial con el pasado, sin precedentes, dando origen a lo que llegaría a ser tras el mutis de la dictadura perezjimenista una democracia subvencionada, cautelada, militarizada y en crisis permanente. Sin dolientes, que el Estado ha sido quien ha asumido los costos. Todas las iniciativas al desarrollo económico y social han estado entregadas al Estado. Todas han pasado por el control y la bendición de las fuerzas armadas y las direcciones de dichos partidos. La partidocracia cautelada por las fuerzas armadas y divorciada de la sociedad civil ha sido nuestro régimen de poder político dominante. El electoralismo ha sido su principal vínculo con los hábitos de una sana democracia. La venezolana ha sido una democracia subvencionada por el Estado. Sujeta siempre a la amenaza del golpe de Estado. Ha bastado la crisis económica y la devaluación del Bolívar para perder la confianza de la ciudadanía, de los partidos y de las fuerzas armadas, viniéndose abajo como un castillo de naipes. Sin dolientes, como lo señalara, lo justificara y lo aplaudiera Rafael Caldera en ocasión de la legitimación parlamentaria del golpe de Estado militar, al mediodía del 4 de febrero de 1992.
Esa democracia ha desaparecido. Poco importa que sus dolientes continuemos velándola. La primera señal de duelo es la inexistencia de todo rasgo de democracia interna en los partidos que se reclaman de la democracia. Son franquicias de las que se han apoderado sus capataces, en un rasgo del más ramplón y primitivo caudillismo. Acompañando el asalto al poder por el militarismo golpista. Son las dos caras de una misma moneda: golpismo militarista y golpismo partidista. ¿Qué se puede esperar de partidos carentes de toda democracia interna, manejados por capataces ambiciosos y personalistas? Nada.
Sin construir el liberalismo venezolano, no habrá democracia venezolana. Esa, no otra es la tarea más urgente. Manos a la obra.