«La religión no solo predica fe, también construye mundos a través del lenguaje.»
Kenneth Burke, una de las mentes más incisivas en el estudio de la retórica, transformó nuestro entendimiento del lenguaje como herramienta de poder, persuasión y, sobre todo, creación de significado. En su obra La Retórica de la Religión, Burke nos sumerge en un análisis profundo de cómo el discurso religioso no solo influye en nuestras creencias, sino que también estructura la manera en que percibimos el mundo. Desde una mirada simbólica, él desmenuza la teología para mostrarnos que las palabras no solo describen lo sagrado: lo construyen.
El libro, publicado en 1961, no busca desafiar la fe ni refutarla. Por el contrario, explora cómo los textos religiosos, al igual que cualquier sistema retórico, operan mediante estrategias de identificación y persuasión. Este enfoque resuena en un tiempo donde las palabras, cargadas de significados ambiguos, generan divisiones pero también comuniones. Como un arquitecto del pensamiento, Burke nos invita a ver más allá de las doctrinas y observar cómo el lenguaje funciona como puente entre lo humano y lo divino.
El lenguaje como fuerza creadora
Para Burke, el lenguaje no es una herramienta neutral; es el medio a través del cual construimos realidades. En su análisis, recurre a las Escrituras para mostrar cómo los textos religiosos configuran sistemas simbólicos que no solo informan sobre lo divino, sino que también modelan las acciones humanas. Desde la perspectiva de Burke, la Biblia y otros textos sagrados son manuales de retórica que inducen a la identificación con un orden trascendental.
Un ejemplo central en la obra es el concepto del «verbo» en el cristianismo. «En el principio era el Verbo», dice el Evangelio de Juan. Burke traduce esta idea no como una afirmación literal, sino como una metáfora del poder creativo del lenguaje. En este sentido, el verbo no solo comunica la existencia, sino que la instaura. En la retórica religiosa, cada palabra no solo refiere a lo divino: lo convoca.
Burke nos recuerda que este simbolismo no es exclusivo de la religión. Las narrativas políticas, sociales y culturales funcionan con los mismos principios. Un discurso mesiánico de un líder político, por ejemplo, utiliza símbolos y metáforas similares a las de los profetas bíblicos. En este paralelismo, Burke no busca desacralizar lo religioso, sino expandir nuestra comprensión del lenguaje como fuerza universal.
Una de las contribuciones más brillantes de Burke es su análisis del ciclo de la culpa y la redención como estructura narrativa central en los textos religiosos. Según él, la humanidad, al ser consciente de su imperfección, experimenta una culpa intrínseca que busca resolver a través de la redención. Este patrón retórico aparece constantemente en la Biblia, desde la caída de Adán y Eva hasta la crucifixión y resurrección de Cristo.
Pero esta idea trasciende lo estrictamente religioso. Burke nos muestra que este ciclo también se encuentra en narrativas modernas. En el ámbito político, por ejemplo, los líderes a menudo construyen discursos en los que identifican un pecado o error colectivo (como la corrupción o el deterioro ambiental) y se presentan como los redentores que restaurarán el equilibrio. En el mercado, las marcas comerciales emplean estrategias similares: primero, señalan un «pecado» (como la falta de tiempo o una vida poco saludable) y luego ofrecen productos como soluciones redentoras.
Burke no ve este ciclo como una manipulación cínica, sino como una estructura inherente al acto de comunicación. La religión, para él, simplemente perfecciona esta estrategia al situarla en un marco eterno y trascendental.
Otro de los aspectos fascinantes de La Retórica de la Religión es cómo Burke aborda el simbolismo en los textos sagrados. Él argumenta que las metáforas y símbolos religiosos no son decoraciones literarias, sino dispositivos esenciales que facilitan la conexión entre lo tangible y lo intangible.
Tomemos, por ejemplo, la figura del cordero en el cristianismo. Este símbolo representa al sacrificio y a la pureza, y su resonancia emocional trasciende su referencia literal. Burke sostiene que esta capacidad de los símbolos para condensar significados complejos es lo que les otorga su poder persuasivo. A través de estas imágenes, los textos religiosos permiten a los creyentes visualizar lo divino en términos humanos.
El simbolismo también actúa como un vehículo para la identificación, una noción central en la teoría de Burke. Al compartir símbolos comunes, las comunidades religiosas crean una conexión emocional y social que refuerza su cohesión. Este fenómeno explica por qué las tradiciones simbólicas son tan resistentes al cambio: representan no solo ideas, sino también la identidad colectiva de sus seguidores.
Burke propone que la religión puede entenderse como un «drama retórico», donde los personajes (Dios, los profetas, la humanidad) y las acciones (la creación, el pecado, la redención) se entrelazan en una narrativa que busca persuadirnos de una visión específica del universo. Este enfoque dramático permite a Burke analizar la religión no desde su contenido teológico, sino desde su estructura narrativa.
En este drama, el lenguaje es el director y el guionista. Cada sermón, oración o ritual se convierte en un acto performativo que refuerza la narrativa divina. Por ejemplo, la liturgia católica no solo recita palabras; a través de sus símbolos, cantos y gestos, recrea el drama de la Pasión y resurrección de Cristo. Burke destaca que esta teatralidad es esencial para la retórica religiosa, ya que convierte ideas abstractas en experiencias tangibles.
El drama retórico de la religión también explica su impacto emocional. Las narrativas religiosas no solo apelan a la razón; su poder radica en su capacidad para conectar con nuestras emociones más profundas. Al experimentar la culpa, la esperanza o la redención a través de los textos sagrados, los creyentes internalizan el mensaje y lo integran en su vida cotidiana.
A más de seis décadas de la publicación de La Retórica de la Religión, la obra de Burke sigue siendo relevante en un mundo donde el lenguaje continúa siendo una herramienta de poder y división. En un contexto donde los discursos polarizantes proliferan, el enfoque de Burke nos invita a reflexionar sobre cómo las palabras configuran nuestras creencias y acciones.
La retórica religiosa, con su énfasis en la identificación y la redención, ofrece lecciones valiosas para comprender otros sistemas simbólicos. Las narrativas políticas, por ejemplo, funcionan como religiones seculares, con sus propios rituales, dogmas y promesas de salvación. De manera similar, las redes sociales actúan como espacios donde los símbolos y las palabras adquieren significados que influyen en nuestra percepción de la realidad.
Burke nos enseña que, lejos de ser un fenómeno arcaico, la retórica de la religión es una manifestación de un proceso humano universal: la búsqueda de significado a través del lenguaje. En un mundo inundado de información y mensajes contradictorios, su obra nos recuerda la importancia de analizar cómo las palabras nos persuaden, nos conectan y, en última instancia, nos transforman.
Así, La Retórica de la Religión no es solo un análisis de los textos sagrados; es una meditación sobre el poder del lenguaje en todas sus formas. En las manos de Burke, el verbo no es solo el principio, sino el puente que nos conecta con los demás y con nosotros mismos.
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