Hablar de los otros es muy fácil: podemos decir cualquier cosa, es una distracción, sirve para entablar conversaciones, y uno ni siquiera tiene que conocer a la persona de quien va a hablar, y menos si va a hablar mal. Sincerémonos en esta columna: el tema de conversación más recurrente no es ni religión, ni política, ni economía. La gente habla de la gente.
Bueno, y resulta ahora que para “rajar” de alguien no se necesita un gran auditorio que esté dispuesto a escuchar un discurso rimbombante, ni siquiera se necesita estar sentados en la mesa de algún café para que el tema de conversación sea un pobre perencejo o perenceja. No. Ahora todos podemos hablar de todos desde la comodidad del anonimato que muchas veces nos dan las redes sociales. Un “me gusta”, “compartir”, “retweet”, pueden hacer un daño inimaginable y no nos hemos hecho conscientes de la responsabilidad con la que debemos expresar nuestras opiniones (Y ojo, me incluyo).
Ya bastante ha sonado el caso del hoy ex Defensor del Pueblo, Jorge Armando Otálora, y las acusaciones en su contra por acoso sexual y laboral, formuladas por quien fue su secretaria privada. Seguramente muchos de los lectores de esta columna han seguido con lupa la noticia, seguramente algunos sólo habrán dado retweets automáticos al respecto, y seguramente muchos otros habrán escrito el “hashtag” #RenuncieOtálora sin mirar el lado difícil de la moneda (Sí, porque como lo hemos escuchado tantas veces: toda historia tiene dos versiones).
No puedo sacar conclusiones respecto de las acusaciones formuladas en contra del ex Defensor. No puedo porque no soy juez, porque no sé todo lo que pasó y por algo tan básico como el hecho de que hasta que se declare culpable o inocente, debo presumir que Otálora fue inocente. Muchos podrán pensar que soy una desconsiderada, una insensible, una machista. Lo cierto es que no creo ser todas esas cosas y que la motivación para escribir esta columna fue el hecho de que tantas personas hayan quedado atrapadas en esa tendencia (porque eso es un “hashtag”:una tendencia) de exigir la renuncia de un funcionario cuya versión de los hechos tal vez ni nos hemos interesado por conocer.
El lado fácil de la moneda es ponernos del lado de la supuesta víctima, y sobre todo si es mujer, porque el machismo existe y son incalculables los casos de discriminación, acoso y violencia a la mujer. Pero, ¿y la otra cara de la moneda?, ¿no podemos pensar en las consecuencias de que el nombre de un ser humano se esté desmoronando a partir de acusaciones que tal vez no son ciertas?
Quiero insistir en que no estoy afirmando que Otálora sea inocente. Y si en realidad el acoso existió, pues que caiga sobre él todo el peso de la ley. Sólo quiero sembrar una reflexión y es qué tan fácil hablamos de la gente y qué tanto nos informamos sobre las dos caras de la moneda. Las redes sociales están repletas de comentarios que siguen y siguen condenando al ex Defensor del Pueblo con un lenguaje despectivo, irrespetuoso ofensivo. ¿Somos ahora jueces morales de todos?, ¿nos gustaría que nos midieran con ese mismo rasero?
Está bien que gracias a la tecnología nos podamos solidarizar con personas a las que ni siquiera conocemos y que nos identifiquemos con sus problemas y causas pero que no sea una solidaridad de rebaño irreflexivo. Todos –incluyéndome, porque sé que también he caído en la misma tentación de juzgar abiertamente por Twitter o Facebook– deberíamos interesarnos por ambas versiones porque ¿acaso no hemos estado alguna vez o podríamos estar en el lado difícil de la moneda?
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