El hijo del León: más allá del mito y la leyenda

Pocos personajes en la historia han despertado el terror y la admiración que suscitó el Rey espartano Leónidas I, hijo de Anaxándridas y héroe sacrificado en la guerra de las Termópilas contra Jerjes I, Rey del antiguo imperio persa.

La inmolación de Leónidas y sus 300 guerreros fue clave en la unión de las ciudades-estado griegas para hacerle frente a la expansión persa que pretendía dominar occidente, y más allá de eso, ha alimentado mitos, leyendas y llevado a las artes sus proezas militares, siendo uno de los protagonistas en el panteón de la historia y la posteridad.

Un Rey que no estaba destinado a ser Rey

Leónidas, que significa ‘hijo del león’, nació en el 540 A.C., en el seno de la familia real de la dinastía de los Agíadas. En ese entonces, Esparta no era una monarquía como se cree, sino una diarquía, es decir, que la polis griega era gobernada por dos reyes de dinastías diferentes, los Agíadas y los Euripóntidas.

El sistema diárquico en Esparta se remontaba desde el sigo VIII A.C., y según la leyenda, ambos linajes tenían su origen en dos gemelos descendientes del héroe griego Heracles, hijo de Zeus y bisnieto de Perseo.

No obstante este sistema dual de Gobierno, el poder en la antigua Esparta descansaba realmente en la Apella (Consejo de Guerreros) y la Gerousia, que estaba formado por los dos reyes y 28 miembros más, que eran elegidos por los ciudadanos que cumplían más de 60 años. Es decir que el poder de los monarcas no era completo ni absoluto.

Leónidas fue el tercer hijo de Anaxándridas, por lo que al no ser primogénito, su destino no era ser regente, y por esta razón no fue educado para ser Rey, sino que tuvo la misma educación militar que el resto de espartanos varones, conocido como la agogé.

La terrible agogé tenía tres características: era obligatoria, colectiva y estaba organizada por el Estado. El fin de este sistema educativo, fue el de preparar a los espartanos para la guerra, incluso desde su infancia, ya que al cumplir siete años, los niños eran llevados a los agélē, que eran una especie de cuarteles militares para infantes a cargo de un paidónomo, magistrado conocido como ‘pastor de niños’.

Durante esta etapa, y hasta los 12 años, a los menores los obligaban a caminar descalzos, a marchar, recibir ordenes y les daban raciones de alimentos muy escasas, con la intención de desnutrir a los infantes y obligarlos así a robar, a sabiendas que si eran descubiertos, serían azotados.

A los 18 años, los espartanos pasaban a ser parte de la reserva del ejército y los que mostraban más habilidad hacían parte de la Kripteia, una dura prueba física que tenía como fin espiar y asesinar a los ilotas, que eran los esclavos públicos de Esparta.

Así las cosas, Leónidas pasó por duras pruebas que lo convirtieron más en un guerrero que en alguien con formación política, sin embargo, la suerte cambiaría cuando en el 490 A.C., su hermano y Rey Cleómenes huyó de Esparta tras quedar al descubierto un plan para asesinar a su corregente Demaroto, pero se le permitió volver a su ciudad natal solo para ser apresado y ya en su celda se suicidó apuñalándose repetidas veces el vientre.

A raíz de este suceso, Leónidas pasó a ser el nuevo Rey de Esparta ya que su otro hermano mayor, Dorieo ya había muerto, y desposó a Gorgo, hija mayor de Cleómenes, con quien tuvo un hijo de nombre Plistarco.

Tras 10 años como Rey agíada de Esparta, Leónidas tuvo que hacerle frente a las intensiones del Rey Jerjes I de Persia, que pretendía dominar a Grecia en lo que denominó la Segunda Guerra Médica.

Jerjes, al igual que su padre el Rey Darío I, tuvo la obsesión de conquistar el mundo helénico y reunió un ejército colosal que según el historiador griego Heródoto, consistía en 2,5 millones de soldados, aunque los historiadores modernos hablan de alrededor de 250 mil tropas. El objetivo del Rey persa era ampliar su territorio, pacificar Grecia que veía como un enemigo poderoso y curar las heridas sufridas por los persas en la guerra de Maratón, 10 años atrás.

 

El Oráculo de Delfos y la marcha de los 300

Ante el poderío demostrado por Jerjes, los reyes griegos se reunieron en el 481 A.C., en el templo de Poseidón (Corinto) en la que sellaron una alianza conocida como la liga helénica, sin embargo, esta alianza dejó mucho que desear, ya que las polis que se sumaron al pacto fueron apenas 31 de las más de 100. Muchas ya habían capitulado o se consideraban neutrales, incluso antes de luchar.

En dicho cónclave, Leónidas era consciente que era imposible derrotar a todo el ejército persa, no obstante, incitó a sus homólogos a dar un golpe tan fuerte y devastador, que la moral de los enemigos se viera reducida, obligándolos a retroceder.

Hay que decir que pocos líderes se mostraron tan optimistas como el Rey espartano, por lo que decidieron consultar al Oráculo de Delfos.

El Oráculo fue claro en señalar que Grecia sería arrasada, a no ser que el pueblo llorara la muerte de un Rey descendiente de Heracles. Fue en ese momento que Leónidas entendió que su papel en esta guerra, sería la de morir sacrificado a manos de Jerjes para salvar a Grecia y a su amada Esparta.

El regente espartano decidió reunir a un ejército con sus mejores 300 hoplitas y marchar hacia las Termópilas, aunque hay que agregar que iban acompañados de 900 ilotas, con lo que la fuerza espartana era realmente de 1.200 hombres.

Mientras los espartanos marchaban hacia las Termópilas, tropas de otras polis griegas se fueron uniendo, con lo que al final fueron alrededor de 7.000 hombres los que le hicieron frente a Jerjes. Este diverso ejército quedó confirmado por 300 espartanos, 700 tespios, 2.120 arcadios, 1.000 locrios, 400 tebanos, 400 corintios, 200 hombres de fliunte, 80 micenos y 1.000 focenses.

Puede que esto derrumbe el mito de los 300 valerosos de Esparta, no obstante estamos hablando de un ejército infinitamente más pequeño que el persa y entre ellos, se hallaba un Rey que no le temía a la muerte.

 

La Guerra de las Termópilas

Jerjes avanzaba con su vasto ejército por la costa oriental de Grecia, acompañado al mismo tiempo por la compañía naval. Su objetivo era llegar a Ática, una ciudad controlada por los atenienses, por lo que tendría que pasar por el estrecho de las Termópilas, pero ya Leónidas y 7.000 griegos más los esperaban.

Cuando Jerjes vio el pequeño ejército que le iba a hacer frente, creyó en un inicio que se trataba de alguna estratagema, por lo que decidió en primera instancia asegurar el territorio y tras cuatro días, perdió la paciencia y decidió atacar enviando tropas con la orden de capturar a los enemigos para llevarlos ante sus pies.

Por su parte, los griegos, liderados por Leónidas, se situaron en la parte más estrecha de las Termópilas y levantaron un muro de escudos. La estrategia consistía en que los guerreros que estaban atrás empujaban con fuerza a sus compañeros de enfrente, mientras estos con sus lanzas iban asesinando a sus enemigos. Esta técnica, iba acompañada de relevos y no podría ser llevada a cabo sin tener una férrea disciplina y una ferocidad en el campo de batalla, digna de recordar en nuestros tiempos.

Al ver que el primer ataque frontal no funcionó, Jerjes decidió enviar a sus famosos 10 mil inmortales, pero estos tampoco tuvieron éxito y perecieron bajo el yugo de las lanzas griegas.

En este punto de la batalla, los propios griegos creyeron que podrían ganarles a los persas, pero fue entonces cuando una traición selló el destino de esta guerra. El griego Efialtes de Tesalia se arrodilló antes el Rey persa, y le indicó que existía una ruta hacia el oeste de las Termópilas, la cual le permitiría rodear a Leónidas y su ejército de hoplitas.

Tras tres días de batalla, Leónidas y los demás griegos fueron sorprendidos por los persas que ya los tenían rodeados, y en ese momento el Rey espartano ordenó la retirada de todas las tropas, con excepción de él mismo y sus 300 guerreros. Inspirados por la valentía y sacrificio de Leónidas, 400 soldados tebanos, al igual que 700 soldados tespios, se negaron a retirarse, y decidieron quedarse a luchar hombro a hombro con los espartanos para defender a Grecia.

Finalmente, Leónidas y sus últimos hombres fueron superados por el ejército persa, pero fue este acto de heroísmo lo que llevó al regente espartano a pasar a la gloria, incluso por encima del mismo Jerjes.

Se estima que en esa batalla, los griegos perdieron cerca de 4 mil hombres, mientras que del lado persa, más de 25 mil soldados perdieron la vida.

Tras el fin de este encuentro feroz, Jerjes mandó a buscar el cuerpo de Leónidas y le cortó la cabeza al cuerpo ya sin vida de su adversario con la idea de aterrorizar a Grecia, pero por el contrario, la muerte de Leónidas lo convirtió en un mártir y fue clave en la unión de las polis griegas para finalmente derrotar al Rey persa, que se vio obligado a retirarse tras perder la batalla naval de Salamina contra los atenienses.

40 años después de su muerte, el cuerpo del Rey Leónidas fue recuperado y llevado a Esparta para rendirle todos los honores y recién en 1955, por orden del Rey Pablo de Grecia, se erigió un monumento en su honor.

Seguramente sin la defensa que le plantaron los griegos a los persas, hoy el mundo sería otro, ya que fue la cultura helénica la que inspiró a todo occidente para tener las sociedades que hoy tenemos bajo los cimientos de la democracia y la libertad.

Leónidas es la muestra fiel de ese prohombre capaz del sacrificio, incluso a expensas de su propia vida, para defender la patria y sus coterraneos de las intensiones oscuras de los enemigos. En tiempos tan adversos, tan llenos de incertidumbre y en el que abundan tantos Efialtes de Tesalia, es bueno recordar al héroe griego que inspiró el terror entre sus adversarios y el patriotismo entre sus soldados.

 

César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.