El exilio de la inocencia

“es necesario volver a crear un entorno que permita a los niños y niñas la exposición adecuada a la información, el resguardo de determinadas realidades mientras sus sistemas de comprensión y racionalización se construyen y traerlos de vuelta a ese lugar de paz, que, aunque momentáneo, es el único que puede asegurar el surgimiento del respeto, la alegría y la inocencia necesarias para una vida adulta funcional.”


Podríamos preguntarle a cualquier individuo de anteriores generaciones, salvo casos trágicamente excepcionales, sobre el conocimiento y reconocimiento de algunas temáticas durante su infancia y nos toparíamos con una ignorancia tan diversa y maravillosa que, hoy, en nuestros tiempos, nos parecería incluso ridícula, sin embargo, era en ese espacio breve de inocencia infantil, de puro desconocimiento de la trágica realidad humana en la que, paradójicamente, se era más humano, humano en el sentido de un existir desprovisto de la angustia, del afán, del miedo racional y punzante de la vida misma, solo allí se era pura creatividad, pura esencia, lo que para el filósofo surcoreano Byun Chul Han se considera una verdadera “vida contemplativa”.

Nuestra actual sociedad de la información y la hiperconectividad ha transgredido los tiempos y ciclos naturales del saber, el experimentar y el vivir, los datos fluyen a cantaros por todos nuestros dispositivos día a día y estos datos, que ya no cuentan historias sino que solo informan, están expuestos a cualquiera que pueda tener acceso a estos elementos de proliferación informativa, teniendo en cuenta nuestra actual revolución digital, podemos afirmar que la gran mayoría de la población, desde su nacimiento hasta su más avanzada vejez, se ve expuesta a la actual infoxicación circundante.

Por supuesto que tener información y acceso al conocimiento global es un gran plus de nuestra sociedad, pero es allí, en este acceso irrestricto a los datos y sucesos en los que se manifiesta este exilio de la inocencia, pensemos, para no darle más vueltas al objetivo puntual de este breve texto, en las vivencias de cada individuo ¿Cuántas veces hemos sido testigos de un homicidio en primera persona? ¿Cuántas veces hemos visto que alguien recibe un disparo o es apuñalado? Es seguro que algunos han vivido estos eventos incluso en carne propia, pero la gran mayoría solo se han visto enterados de ello por los canales de noticias o lo han visto en alguna serie o película, por supuesto que hemos visto escenarios de guerra y muerte, pero, para la gran mayoría, no han sido más que representaciones y relatos, aún en un país tan violento como el nuestro.

Ahora, a pesar de que las expresiones de violencia no siempre hayan sido presenciadas, sino que han sido informadas, a través de representaciones o por medio de la narración informativa de los sucesos que nos circundan, ello no significa que tales informaciones no ejerzan un efecto psicológico en nosotros, el hecho de saber que alguien fue asesinado cerca, ya nos condiciona para salir y aflora en nosotros sentimientos de desconfianza y temor, lo mismo bajo cualquier eventualidad.

El adulto, con el desarrollo de su sistema cognitivo puede racionalizar y aislar, aunque sea un poco, el suceso de la probabilidad de ocurrencia en si mismo, pero, y es aquí el punto clave de todo ¿y los niños? Como mencionamos antes, es quizás en la inocente y despistada infancia donde se es más humano, pues, aislados de las problemáticas de la vida y su significado profundo, pueden dedicar sus muchas energías al disfrute de la existencia, sin embargo, la creciente exposición de la información y la amplia exhibición de temas y sucesos ajenos a dicha infancia, está exiliándolos del único espacio que hay en el ciclo vital para sumirse en la tranquilidad de la vida.

Podemos imaginar que un niño de 5 años, que tenga acceso a los medios de comunicación actuales ha visto tantas muertes y escenas sexuales como un adulto promedio de 40 años en los años 20, se les exime inmediatamente de ese espacio de tranquilidad mental para su correcto desarrollo personal, empujándolos, sin estar preparados aun, al pensamiento constante sobre muerte, sexo, drogas y dinero, adquiriendo emociones que le son impropias de su actual ciclo vital, alterando así todo el desarrollo futuro ¿consecuencias? Ansiedad, depresión y un profundo sentimiento de vacío existencial en la adolescencia y la adultez temprana.

Es vital que se establezca un lugar seguro para el desarrollo de los niños, que serán los que sufran las peores consecuencias de estos “logros” que hemos alcanzado, si bien no podemos controlar los eventos ambientales de violencia y muerte, es necesario volver a crear un entorno que permita a los niños y niñas la exposición adecuada a la información, el resguardo de determinadas realidades mientras sus sistemas de comprensión y racionalización se construyen y traerlos de vuelta a ese lugar de paz, que, aunque momentáneo, es el único que puede asegurar el surgimiento del respeto, la alegría y la inocencia necesarias para una vida adulta funcional.


Todas las columnas del autor en este enlace: Filanderson Castro Bedoya

Filanderson Castro Bedoya

Psicólogo de la Universidad de Antioquia con énfasis en educación, formación empresarial y salud mental, educador National Geographic, escritor aficionado con interés en la historia, la política y la filosofía, amante de la música y la fotografía.

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