El ethos del feminismo en la movilización popular

“Esta parte del feminismo, cada vez más consciente de todas las formas de opresión, brinda un escenario propicio para mover y acompañar la causa de los oprimidos, de los dominados, los explotados, los marginados por el modelo neoliberal y el capitalismo salvaje y financiarizado, convirtiéndose así en una esperanza para la humanidad”


A raíz de la visibilización y profundización de la desigualdad en medio de los efectos de la pandemia, ha empezado a gestarse en Colombia una luz de esperanza no solo para el pueblo colombiano sino también para toda América Latina que ha sido protagonista de movilizaciones populares y una ardua lucha social en contra de las políticas neoliberales.

Lo que hasta hace unas semanas era una protesta que buscaba el retiro de la reforma tributaria presentada por el gobierno nacional, se ha convertido hoy en una fuerza popular enardecida, donde a pesar de la violencia policial, la movilización social se ha sostenido sin miedo y en ellas han confluido distintos sectores: estudiantes, trabajadores, indígenas y movimientos de resistencia, para expresar al gobierno su inconformismo frente a las condiciones sociales, económicas y políticas dentro de un sistema social históricamente injusto e inequitativo, y en donde conviven la lógica del mundo hacendario, terrateniente, premoderno y la opresión propia del modelo neoliberal que enfrenta el mundo actual.

El rumbo que ha ido tomando este cúmulo de protestas sociales marcan un punto de inflexión en el ejercicio de la acción política en Colombia, ya que tradicionalmente la masa social ha sido poco compacta y porque a causa de décadas de violencia la ruptura del tejido social ha impedido forjar una fuerza popular consistente, sin embargo, una nueva generación de jóvenes ha levantado la voz y ha venido  impulsando medidas para atacar los problemas estructurales y las condiciones de injusticia endémicas del sistema económico y social en el país. 

El foco de la voluntad popular debe estar dirigido a la remoción del statu quo, fijar la mirada en un cambio que integre los derechos de las víctimas del conflicto armado, la deuda social con los campesinos, indígenas y comunidades afro, el cumplimiento de los planes y objetivos del acuerdos de paz, llevar a cabo la reformas al sistema de la salud, pensión, educación, al sistema tributario y electoral, una reforma laboral justa, la eliminación de los beneficios exorbitantes a los altos funcionarios del Estado, eliminación de exenciones y beneficios tributarios al gran capital, una reforma de la fuerza pública, una política del cuidado del medio ambiente, de los ecosistemas y zonas ambientalmente protegidas, una política de erradicación de las violencias de género y étnicas apostándole a la afirmación, respeto y protección de la diversidad y la pluralidad.

Anclar el movimiento social en esta postura implicaría pasar de las viejas expresiones populares que particularmente en Colombia se han canalizado a través de protestas para beneficios sectoriales o para una población social en particular, a una fuerza social que le apuesta a una agenda amplia, radical y ambiciosa de país. Esta disyuntiva entre reformas de medias tintas y reforma de las bases del sistema dominante, es un asunto que dentro del movimiento feminista también existe y se hace cada vez más evidente la necesidad de fortalecer las posturas antisistema y del feminismo radical que abren paso a un feminismo con una clara posición antineoliberal y anticapitalista, ese es el ethos del feminismo que debe verterse en la escena política dotando de contenido la naturaleza de las reformas que la sociedad civil plantea.

Precisamente, en el “Manifiesto de un feminismo del 99%” Cinzia Arruzza, Tithi Bhattacharya y Nancy Fraser denuncian con absoluta evidencia la falsa liberación de la mujer que encarna el feminismo liberal porque su fundamento último no está en la igualdad sino en el mérito. Desde allí se promueve el acomodamiento de las mujeres en el mundo económico y empresarial bajo la creencia de que el “rompimiento del techo de cristal” resuelve el problema de la desigualdad de género cuando es en realidad una ínfima parte de las mujeres quienes gozan de las condiciones de privilegio para entrar a competir en los puestos directivos y de poder con los hombres de su misma clase. 

Esta corriente defiende la visión individualista de la mujer expresada a través del “empoderamiento femenino”, aislándola cada vez más de las condiciones de otras mujeres mientras aumentan su participación en el gran capital, es decir, no se persigue el cambio de las condiciones de opresión que se instalan y se reacomodan en el modelo neoliberal, por lo que se convierte en una coartada perfecta para transmitir una imagen de aparente emancipación. 

Es por eso que estas autoras manifiestan que “El feminismo que visualizamos apunta a abordar las raíces capitalistas de la barbarie metastatizada. Rechazando sacrificar el bienestar de una mayoría para proteger la libertad de unas pocas, defiende las necesidades y los derechos de las muchas: de las mujeres pobres y de clase trabajadora, de las racializadas y migrantes, de las mujeres queer, las trans, las discapacitadas, las alentadas a verse como «clase media», aun cuando el capital no pare de explotarlas”.

Esta parte del feminismo, cada vez más consciente de todas las formas de opresión, brinda un escenario propicio para mover y acompañar la causa de los oprimidos, de los dominados, los explotados, los marginados por el modelo neoliberal y el capitalismo salvaje y financiarizado, convirtiéndose así en una esperanza para la humanidad, porque a diferencia de lo que comúnmente se piensa, el feminismo va más allá de una simple cuestión de mujeres al plantear preocupaciones que involucran a toda la especie humana, generando la posibilidad de aliarse con todas aquellas aspiraciones populares que buscan una profunda transformación social para derribar las relaciones sociales, instituciones y valores provenientes de las doctrina económicas y políticas que sostienen la opresión y la injusticia sistémica en manos del Estado.

Los retos de las sociedades contemporáneas requieren incluso ponerse los lentes de género en cada paso que se recorre hacia el futuro, pues es la única forma de asegurarse que todo el género humano, tanto hombres como mujeres, puedan disfrutar de sus derechos de acuerdo a su propia realidad y se construya un progreso económico y social en el marco de un tiempo que nos exige una nueva revolución humanista y un marco de derechos cada vez más amplio. 

Así, por ejemplo, la propuesta para la aprobación de una renta básica debe ser revisada con lupa para evitar que pueda instituirse como un factor de explotación para la mujer, ya que como lo denuncia Silvia Federici, es una medida económica peligrosa con la cual se encubre el trabajo doméstico no pagado, el cual es el sector del trabajo más grande del mundo. 

Por eso en momentos de crisis como el actual se abren oportunidades para grandes respuestas, este momento debería ser aprovechado por el pueblo colombiano para comenzar a responsabilizarse de su propia historia y hacer valer los postulados del Estado social de derecho en un gesto de radicalización democrática y constitucional; forjar las bases de un territorio de paz, con justicia social, luchar contra todas las formas de violencias y todas las formas de opresión proveniente del establecimiento, del patriarcado, del neoliberalismo y en últimas, del capitalismo. 

Andrea Carolina Candamil Mendoza

Abogada y miembro del semillero de investigación Sociedad, Derechos Humanos y Paz (SODEHUPAZ) de la Universidad de Sucre.

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