Texto completo de la conferencia de Frank David Bedoya Muñoz. Pronunciada el 24 de julio de 2015 en el
Pantano de Vargas – Paipa, Boyacá.
“Toda va, todo vuelve; eternamente rueda la rueda del ser. Todo muere, todo vuelve a florecer, eternamente corre el año del ser.
Todo se rompe, todo se recompone; eternamente se construye a sí misma la casa del ser. Todo se despide, todo vuelve a saludarse; eternamente permanece fiel a sí el anillo del ser.
En cada instante comienza el ser; en torno a todo «Aquí» gira la esfera «Allá». El centro está en todas partes. Curvo es el sendero de la eternidad.
[…] “Ahora muero y desaparezco, dirías, y dentro de un instante seré nada. Las almas son tan mortales como los cuerpos.
Pero el nudo de las causas, en el cual yo estoy entrelazado, retorna, -¡él me creará de nuevo! Yo mismo formo parte de las causas de eterno retorno”.
Friedrich Nietzsche, Así Habló Zaratustra.
“«¿Cómo, ¡oh Tiempo! —respondí— no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto?
He pasado a todos los hombres en fortuna, porque me he elevado sobre la cabeza de todos.
Yo domino la tierra con mis plantas; llego al Eterno con mis manos; siento las prisiones infernales bullir bajo mis pasos; estoy mirando junto a mí rutilantes astros, los soles infinitos; mido sin asombro el espacio que encierra la materia, y en tu rostro leo la Historia de lo pasado y los pensamientos del Destino»”.
Simón Bolívar, Mi Delirio sobre el Chimborazo.
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Permítanme no decir solamente las verdades –que gracias a un método histórico, filosófico y pasional– se pueden establecer sobre el Libertador Simón Bolívar, sino, antes, enunciar los caminos que me condujeron hacia dichas interpretaciones que quieren devenir veracidad.
Al finalizar, creo poder estar en condiciones de insinuar por qué es posible el eterno retorno del Libertador.
Pertenezco a una generación que fue atemorizada y asesinada por la violencia causada por la exclusión social y por la espiral de asesinatos de la mafia en Medellín en tiempos de Pablo Escobar. El sistema nacional de educación pública en Colombia también se había degradado en la mayor esterilidad posible y sus métodos y formas fueron entregados a los negocios privados de editoriales donde pareciera que el último objetivo era el de enseñar. Los profesores, mal pagados y mal valorados en la sociedad, poco tenían que ofrecerle a una generación que estaba dispersa entre ambiciones desmedidas y balaceras por doquier. Salimos de esas escuelas y de esos colegios en una orfandad de conocimientos. No es una exageración decir que salíamos de la educación primaria y secundaria sin siquiera saber leer y escribir bien. Los que no fuimos asesinados en Medellín salimos a engrosar la filas de los desempleados. El nombre de la película no pudo ser más acertado: “Rodrigo D no futuro”. Los jóvenes de la Medellín de la última década del siglo XX no teníamos futuro. Cómo conseguir dinero, cómo sobrevivir y cómo sostener una vida de algarabía y alcohol, esas eran las únicas cuestiones. Sin futuro, porque se nos había arrebatado también el pasado, sólo contábamos con un presente infernal. Medellín era la prueba contundente de una de las más importantes tesis del historiador Eric Hobsbawm:
La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX. En su mayor parte, los jóvenes, hombres y mujeres, de este final de siglo crecen en una suerte de presente permanente sin relación orgánica alguna con el pasado del tiempo en el que viven.
En esta sociedad sin historia Simón Bolívar ya había desaparecido, salvo para algunos honorables ancianos que, de manera anacrónica, sostenían unas sociedades bolivarianas con más de un siglo de existencia y cuyo número de integrantes se estaba reduciendo aceleradamente por la muerte de sus asociados. Cabe anotar que un joven de esta época nunca pasaba por allí. También apareció Bolívar en las montañas de Colombia, en una reivindicación suya que hicieron las guerrillas; pero de ello hablaré más adelante. El punto es que para un joven de la ciudad de Medellín Bolívar no existía o era una imagen difusa de alguna estatua por allí o un dibujo olvidado en una vieja cartilla escolar. No es raro que esta generación confundiera a Cristóbal Colon con Simón Bolívar sin saber quién era ninguno de los dos.
En mi caso, solo el azar de la existencia me condujo al encuentro decisivo con Simón Bolívar: tenía 16 años y era mensajero en una institución educativa. Me correspondía hacer las diligencias de un cura rector y por curiosidad un día encontré en el estante de la biblioteca de su oficina un ejemplar de El general en su laberinto de Gabriel García Márquez. Yo no sabía quién era ese general, ni me imaginaba que esa hamaca y esas botas que ilustraban la portada del libro, símbolos de un héroe muerto, se convertirían en todo mi futuro. El arte literario llenaría todas las carencias de mi precaria formación. En varias ocasiones lo he expresado: con El general en su laberinto de García Márquez yo volví a nacer.
La tragedia de Bolívar está expresada allí en un aforismo contundente de muy pocas palabras. Transcurrían los últimos días del Libertador:
Era el fin. El general Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios se iba para siempre. Había arrebatado al dominio español un imperio cinco veces más vasto que las Europas, había dirigido veinte años de guerras para mantenerlo libre y unido, y lo había gobernado con pulso firme hasta la semana anterior, pero a la hora de irse no se llevaba ni si quiera el consuelo de que se lo creyeran.
Primera verdad sobre el Libertador.
Su gesta heroica, su obra política, su proyecto continental, todo fue olvidado. Ya sea por la tergiversación de sus contemporáneos, ya sea por la ingratitud de las generaciones posteriores, ya sea por la dispersión de la sociedad del capital que eliminó la historia como elemento constitutivo de las identidades individuales y nacionales; Bolívar desapareció para la mayoría de los colombianos, salvo para una minoría letrada con un poco de cultura que lo conoce o para otra minoría política más reducida aún; para la inmensa mayoría de los colombianos Bolívar no era nada o era una estatua en un parque que ya nadie determinaba.
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Hemos llegado a un punto culminante donde al parecer se han agotado todas las fuentes, interpretaciones e ideas sobre la vida de Simón Bolívar. Existen inmensidad de biografías de Simón Bolívar, monografías y toda clase de libros, pero a la larga todos repiten lo mismo. Afortunadamente ya todo el archivo de los documentos públicos y privados del libertador se encuentran organizados, digitalizados y publicados en la página www.archivodellibertador.gob.ve, ya las fuentes documentales de Bolívar no son de uso exclusivo de una camarilla de eruditos, cualquier persona puede acceder a sus cartas completas en internet. Ya no es necesario como antes pagar una fortuna por las ediciones completas de sus obras.
A dos investigadores les debemos esencialmente todo lo que sabemos de Simón Bolívar: el alemán Gerhard Masur y el inglés John Lynch. Obviamente le debemos mucho a los esfuerzos grandiosos de nombres que ya son familiares para los estudiosos de Bolívar: Gabriel García Márquez, Indalecio Liévano Aguirre, Vicente Lecuna, Perú de Lacroix, Fernando González, Mario Hernández Sánchez-Barba, Gilette Saurat, David Bushnel, Augusto Mijares. En realidad sólo se cambian los enfoques, los matices, pero en general desde el Bolívar de Masur (1948) hasta el Bolívar de Lynch (2006) todos hacen un recuento de las mismas cuestiones que son tratadas ampliamente en estas dos obras canónicas.
Incluso el escritor William Ospina en su bello texto En busca de Bolívar admite que sus fuentes fueron Masur y Lynch; William Ospina hace una nueva síntesis de la vida de Bolívar con la claridad y la belleza que lo caracteriza, aunque tampoco en él hayamos algo nuevo.
Creo que la historiografía respecto de Bolívar está llegando a sus límites. Esto no es bueno o malo, simplemente es así.
En Venezuela en los últimos años ha cobrado interés una hipótesis que indica que Bolívar no murió sólo de tristeza, traición y enfermedad sino que fue asesinado. El gobierno de Chávez ordenó la exhumación de los restos de Bolívar para hacer investigaciones más profundas con las nuevas tecnologías disponibles y se elaboraron dos informes: 1) Informe sobre la Reconstrucción Facial 3D del Libertador Simón Bolívar; 2) Informe Preliminar sobre las Causas de la Muerte del Libertador Simón Bolívar. El del rostro no ha tenido una aceptación total, sobre todo por parte de algunos artistas, y sobre la muerte, las conclusiones fueron las previsibles. Dice el informe en su conclusión que “aunque no se puede excluir la tuberculosis como causa de muerte, parece ahora una causa menos probable que lo que se había concluido previamente en los informes del examen post mórtem realizado en 1830”. Sin embargo, si se asesinó o no, el informe no agregó elementos.
Hace pocos días, desafortunadamente, fue asesinado en la ciudad de Pampatar, Isla de Margarita, el historiador Jorge Mier Hoffman quien había publicado el libro La carta que cambiará la historia. Cómo, Cuándo, Quién lo mató, Dónde está Bolívar. Basado en cartas apócrifas. Con un estudio detallado de toda la obra escrita de Bolívar se puede demostrar fácilmente que no son verdaderas. Así que tampoco estos estudios, que parecen más del mundo de la ficción, muestran nada novedoso, sino unas ideas muy descabelladas. La hipótesis que plantea que Bolívar fue asesinando no se sostiene históricamente.
Yo sigo insistiendo: simplemente Bolívar murió de tristeza, de una inmensa tristeza que acabó con su ser después de tantas traiciones.
Existe además una película reciente: Libertador, estrenada en Venezuela en el año 2014, una gran producción de alta tecnología y del arte cinematográfico más calificado, dirigida por Alberto Arvelo y protagonizada por Édgar Ramírez, que también sugiere que Bolívar fue asesinado; pero como lo mencioné, esta idea no se sostiene con argumento historiográfico alguno.
¿Qué queda pues por decir de Bolívar? Casi nada. Quizá el tema de si Bolívar tuvo hijos o no puede ser un tema novedoso, donde nada está comprobado. Fascina a muchos, por ejemplo, la idea de que Flora Tristán pudiera ser hija biológica de Bolívar: el parecido en sus rostros en las pinturas de ambos es asombroso.
Yo estaría más satisfecho si se adelantara una nueva investigación para comprobar los planes de magnicidio que ejecutó Santander contra Bolívar e incluso contra Sucre. Sin embargo, si no sabemos a estas alturas acerca de los autores intelectuales de la muerte de Gaitán, mucho menos de los planes criminales de Santander, quien se cuidó bastante de no dejar evidencias.
Debemos mucho al filósofo envigadeño Fernando González Ochoa: sus retratos psicológicos de las personalidades políticas de la época de la independencia. Nadie como él ha retratado y puesto al descubierto las pasiones, las grandezas y las bajezas de ese período. La obra de Fernando González aún es poco conocida en Colombia, si se leyera en profundidad y seriedad al filósofo de Otraparte, Bolívar tendría un nuevo resurgimiento en Colombia.
Las historias patrias tradicionales cumplieron su objetivo: enterraron la historia. Nunca hicieron que alguien se enamorara de la historia, todo lo contrario.
Después de haber leído con mucha pasión El general en su laberinto, decidí leerme cuanto libro encontré de Bolívar; afortunadamente la primera biografía que me llegó, regalo del bibliotecólogo Emiro Álvarez, fue la de Gerhard Masur, de ahí en adelante decidí hacerme historiador.
Entré a estudiar historia en la Universidad Nacional, sede Medellín. Mi primer desconsuelo fue constatar que Bolívar ya no estaba en la academia: de seis semestres de América Latina era excluida deliberadamente la época de la independencia, con todo desparpajo: en el programa académico se pasaba de la Colonia al siglo XIX, pero a partir de 1830, como si la época de Bolívar ya no hiciera falta investigarse. Estaba decidido a graduarme con una tesis sobre Bolívar, mas asombrosamente, en la primera década del siglo XXI no había quién dirigiera una tesis sobre él. Bolívar ya no estaba de moda entre los historiadores. Las tesis más perseguidas eran las coloniales, no sé por qué, a veces pienso que por ser tan godos en la academia actualmente.
Yo, empecinado, seguí escribiendo sobre Bolívar, pero solo, sin ninguna orientación. Tuve la fortuna de que el prestigioso maestro Juan Guillermo Gómez García, especialista en el mundo de las ideas del siglo XIX y quien sin lugar a dudas sí sabía de la importancia de las ideas políticas de Bolívar, llegó a Medellín y accedió a calificar mi tesis. Ya habían pasado diez años de mis lecturas apasionadas sobre Bolívar y, ahora, le entregué a él un mamotreto para graduarme con una serie de escritos que no eran más que elogios, casi himnos, panfletos, nada nuevo, ni analítico, digno de una tesis original de un historiador. La pasión que me había puesto en el camino de Bolívar ahora me daba una mala jugada pues había escrito todo el tiempo como un mal evangelista y no como un hombre de ciencia. Había caído en el mismo error de los miles de repetidores de libros que agrandaban la gigantesca cantidad de libros sobre Bolívar para no decir nada nuevo y redundar en los mismos datos hasta el cansancio.
Todavía recuerdo la noche en el barrio Carlos E. Restrepo cuando Juan Guillermo me dijo que con ese montón de papeles no me graduaba. Yo que había denigrado, con justa razón porque la academia no le prestaba atención a Bolívar; ahora frente a un estudioso verdadero, que por primera vez me leía, me enteraba yo de que no había pasado de la pasión y del panfleto. Salí con una gran aflicción y estuve por muchos meses en un estado de crisis que no superé hasta que un día, en la más profunda soledad, eché al bote de basura todo lo que había escrito sobre el Libertador. Mucho tiempo después, con más calma, recordé que en toda la historiografía bolivariana poca atención se le había prestado a las cartas que redactó Bolívar en su exilio en Jamaica en 1815: como es bien sabido, siempre se exalta la llamada carta de Jamaica, pero no las demás, que también escribió en el exilio, una veintena de cartas que en su conjunto daban una mayor idea del mundo suramericano que allí descubría y describía Bolívar, de unos sueños que se harían proféticos. Tomé las cartas y sorprendentemente en un fin de semana escribí mi tesis 1815: Bolívar le escribe a Suramérica[1], trabajo que mi director de tesis valoró aceptable para ingresar a los trabajos dignos de un historiador, no laureado pero sí digno de la academia. Confieso esta anécdota para subrayar la dificultad que tenemos para escribir ideas originales sobre Bolívar, en este campo prevalece más la repetición que el ingenio. Quizá llegará un momento en que nuevas generaciones tendrán la ocasión de revisar todas las interpretaciones, y habrá que comenzar todo de nuevo.
Segunda verdad sobre el Libertador.
Gracias a Daniel Florencio O’Leary y al historiador Vicente Lecuna, los documentos públicos y privados del Libertador Simón Bolívar hoy en día se conservan y constituyen un patrimonio histórico y cultural de la humanidad. El gobierno bolivariano de Chávez dispuso todas las acciones necesarias para custodiar y modernizar este archivo para ponerlo al servicio de los pueblos. Más allá de las biografías de Gerhard Masur y de John Lynch sobre Bolívar, lo demás es una repetición incesante con diversos matices. Sobre Bolívar se ha escrito tanto, se ha gastado tanto papel, se ha derramado tanta tinta y se han impreso tantas cosas, que parecemos perdernos en un océano de letras para, al final, saber siempre las mismas cosas. Yo me atrevo a decir hoy que lo mejor que se ha escrito sobre Bolívar, con gran maestría artística y con una pulcritud histórica asombrosa, es la novela El general en su Laberinto de Gabriel García Márquez. Creo que es el Bolívar más cercano y “real” que difícilmente podríamos volver a tener. El alma de Bolívar se quedó en esta novela.
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Aprendí que para ser un buen historiador habría que dejar por unos momentos los archivos, era necesario salir a recorrer los lugares, conocer los territorios de la historia que uno quiere contar. Estuve en Santa Marta, en Bogotá, en Bucaramanga, sólo me faltaba Boyacá para completar el itinerario del Libertador. En el año 2003, me sumé al recorrido que hicieran más de 600 personas de la gesta de la Campaña Admirable. El itinerario: Cartagena, Calamar, Tenerife, Mompox, Ocaña, Cúcuta, San Cristóbal, Mérida, Trujillo, Barinas, Acarigua, Barquisimeto, Valencia, Guacara, Maracay, La Victoria y finalmente Caracas. A pie, en bus, en chalupas por el río Magdalena, con contratiempos, con emoción pudimos reconocer algunos de los tantos territorios que fueron escenario de la gesta de nuestra independencia. Además de conocer de cerca la Revolución Bolivariana, de la cual hablaré más adelante, descubrí un hecho que me llamó la atención. Algunos sectores de la izquierda, que proclamaban a Bolívar como suyo, desconocían mucho de él. Todos enarbolaban las consignas: “Bolívar somos todos” o “la espada de Bolívar por América Latina”, pero pocos sabían en realidad sobre la vida y obra del Libertador. Me puse en cada pueblo, en cada plaza a reunir a un puñado de gente para narrar la historia de Bolívar, lo confieso: parecía un evangelizador. Alguien que hablaba del Libertador como si fuera Jesucristo. Yo me había propuesto, en todo momento de mi vida, enseñar la vida y obra de Bolívar. Pero aún no había hecho un aporte teórico importante. En ese océano de letras sobre Bolívar ni siquiera había aportado una tonalidad más. Por otro lado, después de la hazaña del viaje por el río Magdalena y el primer encuentro con Venezuela, al hacerme conocer un poco más en Medellín como historiador bolivariano, fui contactado por guerrilleros de las FARC quienes en la ciudad me hicieron muy amablemente la invitación de irme un tiempo con ellos a dar clases de Bolívar en el monte, invitación que no dudé en rechazar, primero por miedo, y segundo porque ya a esas alturas yo había esclarecido en mí, que hacer de Bolívar un asunto de clandestinidad no aportaba mucho. Aceptaron mi negativa, creo que me comprendieron, y nunca más buscaron mis servicios como profesor bolivariano.
Más adelante tuve que manifestar en muchas ocasiones mi posición con respecto a que la guerrilla colombiana hiciera una reivindicación de Bolívar. Un bolivariano como yo, garcíamarquiano, por decir algo, era para muchos inconcebible, muchas veces en los escenarios de la izquierda colombiana, siempre tenía que explicar que amar a Bolívar no significaba ser necesariamente de la FARC.
Nadie sabe qué consecuencias tendrá para el futuro político en Colombia que la guerrilla quiera adoptar al Libertador. O si esto servirá para realizar sus ideales. En el hecho de que hayan empuñado las armas contra los propios conciudadanos ya están pelados. Porque en eso consistió precisamente la grandeza de Bolívar: se rehusó en todo momento a obligar por la fuerza a que la gente del pueblo tomara sus ideas. De otra parte, en el plano del conocimiento, que la guerrilla reivindique a Bolívar tampoco ha significado mayor conocimiento del pueblo de acerca de él, por lo menos no en las ciudades; habría que ver en el campo, eso no lo sé. Supongo que los militantes juiciosos del movimiento bolivariano, estudiarán la vida y obra del Libertador en los mismos libros existentes para todo el mundo, si es verdad que se profundiza el estudio de Bolívar en las montañas y no sólo se trata de una reivindicación de consignas nada más. Hasta el momento no lo sabemos.
Creo que en este punto debo reiterar lo que ya he dicho en repetidas ocasiones, valga aclararlo una vez más: mi postura frente a las FARC es la misma que tiene Fidel Castro en las ideas que presentó en su libro La Paz en Colombia; suscribo y afirmo cada una de sus palabras:
Yo discrepaba con el jefe de las FARC por el ritmo que asignaba al proceso revolucionario de Colombia, su idea de guerra excesivamente prolongada. Su concepción de crear primero un ejército de más de 30 000 hombres, desde mi punto de vista, no era correcta ni financiable para el propósito de derrotar a las fuerzas adversarias de tierra en una guerra irregular. […] Es conocida mi oposición a cargar con los prisioneros de guerra, a aplicar políticas que los humillen o someterlos a las durísimas condiciones de la selva. De ese modo nunca rendirían las armas, aunque el combate estuviera perdido. Tampoco estaba de acuerdo con la captura y retención de civiles ajenos a la guerra. Debo añadir que los prisioneros y rehenes les restan capacidad de maniobra a los combatientes. Admiro, sin embargo, la firmeza revolucionaria que mostró Marulanda y su disposición a luchar hasta la última gota de sangre. La idea de rendirse nunca pasó por la mente de ninguno de los que desarrollamos la lucha guerrillera en nuestra patria. Por eso declaré en una Reflexión que jamás un luchador verdaderamente revolucionario debía deponer las armas. Así pensaba hace más de 55 años. Así pienso hoy.
Después de citar a Fidel siempre agrego lo siguiente: si yo hubiese elegido las armas, hace rato que estuviera en la selva con un estandarte de Bolívar y un fusil, pero no. Yo elegí los libros, con el estandarte de Bolívar pero en congresos de historia, en auditorios dando conferencias, en aulas de clases, en la soledad de la escritura, caminando por las calles de la patria bolivariana admirando a Hugo Chávez, con una libreta tomando notas, escribiendo un diario y anhelando o ser escritor o un político hecho en las tribunas de los pueblos, con la única arma que sé manejar: la palabra.
Hasta ahí el tema bolivariano de las FARC.
Aun así, después de tantas correrías, faltaba mi aporte teórico para ensanchar las interpretaciones de la vida y obra de Simón Bolívar. Después de tantas aventuras, era justo y necesario escribir mi aporte teórico, como expresé anteriormente, mi tesis de grado no era suficiente.
Algunos artículos fueron decisivos para superarme, me propuse argumentar La autenticidad y el valor de Mi delirio sobre el Chimborazo[2], creé la Escuela Zaratustra[3] durante cuatro años, donde enseñamos a un público más amplio las vidas y obras de Simón Bolívar y Friedrich Nietzsche.
Mi primer aporte original, pequeña interpretación, un matiz más en el océano de la producción teórica sobre Simón Bolívar fue mi artículo Simón Bolívar: Antelación del superhombre de Nietzsche[4].
Hoy quiero recordar algunas ideas esenciales de este texto:
En El Anticristo Nietzsche planteó la siguiente cuestión: “Qué tipo de hombre se debe criar, se debe querer, como tipo más valioso, más digno de vivir, más seguro de futuro. Ese tipo más valioso ha existido ya con bastante frecuencia: pero como caso afortunado, como excepción, nunca como algo querido voluntariamente”, y luego agregó: “Se da, en los más diversos lugares de la tierra y brotando de las más diversas culturas, un logro continuo de casos singulares y con los cuales un tipo superior hace de hecho la presentación de sí mismo: algo que en relación con la humanidad en su conjunto es una especie de superhombre. Tales casos afortunados de gran logro han sido posibles siempre y serán acaso posibles siempre. E incluso generaciones, estirpes, pueblos enteros pueden representar en determinadas circunstancias tal golpe de suerte”. Ese tipo más valioso, ese tipo superior, ese superhombre… ese golpe de suerte, ya lo tuvimos una vez en Suramérica, ese hombre fue el Libertador Simón Bolívar.
Simón Bolívar libró victoriosamente una guerra larga y compleja. Después de su ser guerrero se convirtió en un fundador de naciones, luego sus pensamientos políticos, sus propuestas constitucionales fueron tergiversadas, desatendidas. Hombres ambiciosos y egoístas lo traicionaron, Bolívar tuvo el poder para imponer sus ideas, pero prefirió la soledad, y murió como un Libertador. Quien estudie con juicio la historia comprenderá cómo el hombre con mayor poder en Suramérica, por su coherencia libertaria, emprendió el camino hacia la soledad.
Nietzsche enseña el superhombre en su magistral obra Así habló Zaratustra. A continuación algunas ideas esenciales que explican al superhombre, por favor léanse pensando en el hombre Simón Bolívar: “Yo os enseño el superhombre. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo? […] El superhombre es el sentido de la tierra. […] Yo amo a quien es de espíritu libre y de corazón libre: su cabeza no es así más que las entrañas de su corazón, pero su corazón lo empuja al ocaso. […] Un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí. […] ¡Sea vuestro amor a la vida amor a vuestra esperanza más alta: y sea vuestra esperanza más alta el pensamiento más alto de la vida! […] El hombre es algo que debe ser superado. […] Creadores fueron quienes crearon los pueblos y suspendieron encima de ellos una fe y un amor: así sirvieron a la vida. […] El querer hace libres: ésta es la verdadera doctrina acerca de la voluntad y la libertad. […] El espíritu libre, el enemigo de las cadenas. […] Amo la libertad, y el aire sobre la tierra fresca; prefiero dormir sobre pieles de buey que sobre sus dignidades y respetabilidades”.
Las palabras anteriores se aplican exactamente a la vida y obra de Simón Bolívar, compáreselas con las siguientes del Libertador:
Yo desprecié los grados y distinciones. Aspiraba a un destino más honroso: derramar mi sangre por la Libertad de mi patria. La intención de mi vida ha sido una: la formación de la República libre, e independiente de Colombia entre dos pueblos hermanos. Lo he alcanzado: ¡¡¡Viva el Dios de Colombia!!! […] Libertador o muerto es mi divisa antigua. Libertador es más que todo; y, por lo mismo, yo no me degradaré hasta un trono. […] Mi mayor flaqueza es mi amor a la libertad; este amor me arrastra a olvidar hasta la gloria misma. Quiero pasar por todo, prefiero sucumbir en mis esperanzas a pasar por tirano, y aun aparecer sospechoso. Mi impetuosa pasión, mi aspiración mayor es la de llevar el nombre de amante de la libertad. […] Habéis presenciado mis esfuerzos para plantar la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiábais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro.
Todo el devenir de la vida de Simón Bolívar fue una superación. La brega constante por hacerse un hombre libre y por crear nuevos hombres libres. Uno de los legados más mal interpretados de la obra de Nietzsche es su idea del superhombre. En ningún momento se refería a una especie de Superman, como vulgarmente se ha interpretado. El superhombre de Nietzsche se aleja profundamente de cualquier idea de fuerza bruta o de superpoderes. El superhombre es otra cosa muy distinta al hombre ambicioso de la vulgaridad moderna. El superhombre es una meta, el hombre que se supera a sí mismo, el hombre creador, el hombre sin Dios, que tiene que convertirse en un Dios mismo, dueño de su voluntad y artífice de su destino. Repitamos: antes de que Nietzsche hablara de un superhombre, en Suramérica ya existía uno.
En Así habló Zaratustra, Nietzsche da una explicación esencial sobre qué es y qué no un aristócrata: un alma noble. Nietzsche está hablando de una nueva nobleza. En primer lugar, aclara que esta nobleza no se puede comprar, no es una oligarquía burguesa del mundo moderno: “En verdad, no una nobleza que vosotros pudierais comprar como la compran los tenderos, y con oro de tenderos: pues poco valor tiene todo lo que tiene un precio”. En segundo lugar, advierte que tampoco es un nobleza hereditaria, pues no importa el lugar de origen, sino hacia dónde se va, cómo se supera el hombre a sí mismo: “¡Constituya de ahora en adelante vuestro honor no el lugar de dónde venís, sino el lugar adonde vais! Vuestra voluntad y vuestro pie, que quieren ir más allá de vosotros mismos, – ¡eso constituya vuestro nuevo honor!” Y en tercer lugar, no una nobleza que se consiga por estar al lado de los privilegiados, por servirles a los poderosos. “En verdad, no el que hayáis servido a un príncipe – ¡qué importan ya los príncipes!” En fin, no se trata de privilegios heredados, se trata de una elevación, de una superación humana.
Un aristócrata, en tanto que crea valores. Una aristocracia del saber, del arte, de anticipación al futuro. “!No hacia atrás debe dirigir la mirada vuestra nobleza, sino hacia adelante!” En definitiva, un aristócrata, que no es un monarca que vive de privilegios heredados sin hacer ningún esfuerzo, ni un burgués moderno egoísta y ambicioso. No se puede confundir este concepto de aristocracia con las modernas oligarquías burguesas. Se trata de una cuestión de altura, de arte, de conocimiento. Se trata de una elevación humana. Para Nietzsche el aristócrata es aquel que debe permanecer dueño de sus cuatro virtudes: “el valor, la lucidez, la simpatía y la soledad”.
Tercera verdad sobre el Libertador.
Simón Bolívar fue el primer aristócrata de Suramérica. Simón Bolívar tuvo el valor de renunciar a sus privilegios de clase para convertirse en un guerrero sin precedentes en la historia de nuestras tierras: tuvo el valor de convertirse en un fundador de naciones. Tuvo la lucidez para discernir la realidad que quería transformar, léase su Manifiesto de Cartagena y su Carta de Jamaica. Tuvo la lucidez para proponer nuevos valores, léase su Discurso de Angostura y su discurso y proyecto de Constitución para Bolivia. Tuvo la lucidez para descifrar el ocaso de un viejo mundo y el nacimiento de uno nuevo, léase su vasta correspondencia. Tuvo la simpatía en vida, y aún después de muerto, para convencer a varias generaciones de que la grandeza y la libertad en Suramérica han sido posibles y que pueden volver a hacerlo. Simón Bolívar estaba solo en un continente. El estudio de su heroica y trágica vida así lo demuestra. Como dijo Nietzsche: “Un amigo nato, jurado y celoso de la soledad, de su propia soledad, la más honda, la más de media noche, la más de medio día”: – ¡esa especie de hombre fue el Libertador Simón Bolívar!
* * *
En una mañana de febrero de 2012, súbitamente decidí salir de Medellín e irme por segunda vez y definitivamente para Venezuela. Hacía mucho tiempo venía contemplando esa idea, pero no me decidía. Ese día fue distinto, antes de salir a dar mis clases de historia en el Pequeño Teatro le anuncié aquella intención a mi madre. Ella en ese instante no me creyó; era lógico, ni yo en ese momento acababa de creérmelo; pero una fuerza interior se estaba apoderando de mí, la decisión ya estaba tomada.
Salí en mi bicicleta, mientras pedaleaba pensaba y pensaba sin encontrar un rumbo seguro. Después, al mediodía, sostuve una conversación con Rodrigo Saldarriaga, actor y dirigente político de la izquierda antioqueña recientemente fallecido, le planteé mi intención, mi tensión, mi inconformidad con mi existencia actual en Medellín y mis anhelos de participar en la Revolución Bolivariana de Venezuela; él, maestro de aventuras y artífice de proezas heroicas y revolucionarias, aristócrata y afirmador de la vida, me ayudó a acabar de convencerme, me ofreció todo su respaldo. La sonrisa lúcida y la mirada profunda de Rodrigo Saldarriaga me acabaron de convencer. Di mi clase, y volví a casa de mi madre en mi bicicleta.
Todavía está en mi me memoria, con la más increíble nitidez, aquella tarde soleada en que iba yo por las calles de El Poblado hacia el sur del Valle de Aburrá, pedaleando y pensando cómo carajos me iba a ir para Venezuela sin un sólo peso en el bolsillo. De repente se fue esclareciendo en mi mente una cuestión que estaba íntimamente ligada a mi desazón por el contexto político de mi país y en una rápida y magnífica intuición resolví que iba a escribir una conferencia, la cual presentaría en el Pequeño Teatro cobrando la entrada por ella, con el dinero que recaudara realizaría mi viaje. Paré por un momento mi bicicleta, hice una pausa en el camino para regocijarme por mi plan, era quijotesco, pero tenía un plan.
Mi conferencia ¿Por qué en Colombia nunca quisieron a Bolívar?[5] la presenté el 12 de marzo de 2012 en el Pequeño Teatro de Medellín, tal cual como la soñé. Fue un evento magnífico, asistieron mis seres más queridos y muchos amigos pagaron con una increíble solidaridad aquella boleta, recogí un buen dinero, recibí otras colaboraciones considerables de mis amigos y con estos recursos tracé el camino.
Esta conferencia tomó un valor enorme en mi vida, dado que se convirtió en mi mejor carta de presentación en Venezuela; había logrado escribir algo muy bueno sobre Bolívar, además la puse en consideración de un público muy exigente. Qué iba a decirles un historiador colombiano a los venezolanos, que tan buenos académicos tienen allá. La conferencia se convirtió en mi mayor soporte para sustentar esta aventura. Cada vez que la presenté significó un rotundo triunfo.
Ya en Venezuela, en el comandante Hugo Chávez descubrí un auténtico hijo de Bolívar. Lo bolivariano en Chávez no sólo fue un sentimiento genuino y admirable, sino que esta característica de su personalidad debe ser motivo de mayores estudios y de investigaciones posteriores.
¿Por qué en Colombia nunca quisieron a Bolívar? fue una conferencia presentada con gran éxito en siete ocasiones en Caracas, una vez en Maracaibo y finalmente en el Estado Guárico. De ella sólo mencionaré una breve síntesis que hice del último laberinto de Bolívar:
En 1824 ha quedado libertada toda la América. No han pasado dos años y Santander quiere someter a Páez, Páez no se deja y amenaza con separar a Venezuela de Colombia, Bolívar no sabe qué hacer, si le sigue el juego a Santander pierde a Venezuela, si interviene a favor de Páez logra sostener unido a Venezuela pero se enoja Santander. Bolívar opta por lo último y ratifica a Páez como jefe superior de Venezuela. El congreso que debería celebrase en 1831 se adelanta y se realiza la convención de Ocaña, allí se enfrentan los santanderistas con los bolivaristas, Bolívar no sabe cuál de las dos facciones es peor, ya no tiene esperanzas. De la convención no sale nada y le toca asumir el mando entre las más agitadas revueltas, esta nueva posición lo enferma más. El 25 de septiembre de 1828 en Bogotá intentan asesinar a Bolívar. Manuelita lo salva, la libertadora del Libertador. Pero Bolívar ya está muerto en vida. Los culpables son fusilados, menos uno, Santander, a quien se le comprobó su culpabilidad pero a Bolívar le sugieren que a este se le dé el indulto y sólo lo mandan al exilio. Entre tanto Perú se rebela y se apodera de Guayaquil. Bolívar corre al Ecuador, con la ayuda de Sucre controlan al Perú. A finales de 1829 Bolívar regresa a Bogotá, le llegan las cartas de sus amigos sugiriéndole que se haga coronar, Bolívar desaprueba categóricamente tales ideas. En Antioquia el valeroso José María Córdova, creyendo las estupideces de que Bolívar se iba a coronar, se levanta en armas con 300 hombres en contra del Libertador, después del combate un irlandés del ejército patriota asesina al bravo león. Otra muerte innecesaria y absurda. Unos quieren que sea rey, otros le atribuyen que él quiere ser rey. Todo era un caos, una locura, Bolívar no aguanta más. El 20 de enero de 1830 presenta su renuncia a la presidencia ante el Congreso. Es hora de partir, en la más profunda desilusión Bolívar se va pero no sabe para dónde. ¡Qué ironías, ahora que tan sólo es un ciudadano pide permiso al Congreso para irse para Venezuela y se lo niegan! El 8 de mayo sale de Bogotá hacia su destino final. Como no tiene dinero con que irse deja a Manuela en la fría Bogotá rodeada de canallas y sale para la costa, a ver cómo consigue recursos para salir del país. Otra ironía, el creador de Colombia se acuerda de que no tiene pasaporte para salir del país. Mientras que Bolívar hace su último viaje se entera de que su discípulo y amado Sucre es asesinado el 4 de junio en Barruecos, un guerrero noble cuya única ambición era irse a descansar con su esposa e hija, asesinado únicamente por querer y serle fiel a Bolívar. Se acaba la época de los héroes y comienza la de los asesinos. Bolívar ya sólo espera la muerte en una finca prestada, sin nada, todo lo que había hecho y “a la hora de irse no se llevaba ni siquiera el consuelo de que se lo creyeran”. Cuando Bolívar salió por última vez de Bogotá, nos relata Lynch: “La turba salió a las calles para celebrar la partida de Bolívar quemando retratos suyos y gritando a favor de Santander”. Toda esta historia es también edípica. Bolívar es el padre, al que se adora y se venera, pero también el que se teme y se odia, al que también se quiere matar y santificar. ¿Cómo purgar la culpa de todos sus asesinos? Colgando miles de cuadros con sus imágenes y erigiendo miles de estatuas, ¿no? La historia de los pueblos creados por Simón Bolívar muestra que éstos no siguieron su enseñanza, no siguieron el rumbo que les trazó su padre.
Cuarta verdad sobre el Libertador.
Gilette Saurat, en un breve párrafo, relata lo ocurrido después de la muerte de Bolívar: “Con la muerte de Bolívar acabó el tiempo de los héroes, y comenzó el tiempo de los asesinos. Santander regresó del destierro para presidir al fin solo los destinos de una república que repudiaría hasta el nombre de Colombia para tomar el de Nueva Granada. José Hilario López se instalará, también, con la frente en alto en el solio del primer magistrado del país, y lo mismo José María Obando. Desde entonces la vida política tendrá el semblante de esos hombres, estrechez, demagogia, crueldad. Bajo etiquetas diferentes, sus herederos ocuparán por turnos el proscenio. Se darán golpes de pecho en nombre de la patria –de ellos ésta no recibirá grandeza alguna– y del pueblo que sólo conocerá la ignorancia, la miseria y la servidumbre. Así se preparará el soporte de una estirpe de tiranos que abandonarán el continente a la explotación económica del extranjero”.
* * *
¿Mato a Bolívar o digo que retorna eternamente?
Hace pocos meses, ya de regreso en Colombia, escribí un pequeño artículo que conmocionó a algunos de mis lectores. Estaba matando a Bolívar, después de tanto tiempo y tanto amor.
He aquí lo que dije:
Tardé veinte años para comprender la tremenda disyuntiva de Bolívar. Después de librar victoriosamente una guerra con el imperio español, en una proeza que tan solo se puede equiparar con las gestas de Alejandro, Julio Cesar y Napoleón, Bolívar encontró que después de haber expulsado al último español ahora su lucha era con los colombianos, sus propios compatriotas, estos que se encargaron muy pronto de acabar su obra con perfidias, traiciones y egoísmos.
Como Bolívar se rehusó a declararle una nueva guerra a sus propios paisanos, murió en la más profunda tristeza y soledad. Ya mucho antes Bolívar había afirmado que “no es justo destruir los hombres que no quieren ser libres”. Una cosa era luchar contra el opresor, otra muy distinta era obligar al propio vecino que no quería la libertad; esto último era, según él, una perversión en cualquier revolución.
¿Qué hacer con los propios compatriotas que no sólo se niegan a la revolución sino que ellos mismos encarnan con ahínco los valores reaccionarios de los imperios exteriores? ¿Qué hacer con los hombres y con las mujeres en Colombia que son portavoces y defensores de los valores más reaccionarios, egoístas, capitalistas, en algunos casos hasta fascistas, todos reivindicadores de las más rancias oligarquías hoy expresadas en el santismo-uribismo? ¿Los fusilamos? No se puede. ¿Los transformamos? Creo que no se puede tampoco. ¿Entonces?
Realizar el ideal bolivariano de libertad y unidad es una quimera en las actuales condiciones: una cosa es luchar con un enemigo externo, otra muy distinta con el enemigo interno. Uno no puede matar a sus hermanos porque piensan distinto. Por ello el ideal bolivariano no se puede alcanzar de ninguna manera de forma armada, esto es un absurdo, una contradicción. ¿¡Ah… que el vecino se volvió paramilitar y mafioso y además está dispuesto a derramar la sangre de sus hermanos!? Eso ya es otro asunto, lo de ellos es asesinar, no pensar ni hacer una revolución. He ahí nuestra tragedia, ¿cómo no matarnos entre nosotros?, pero además, ¿cómo no dejarnos matar?
Tampoco es dable hacer del pensamiento de Bolívar un evangelio. Pretender que un joven del siglo XXI lea las miles de cartas de Bolívar, sus innumerables biografías, para que luego obtenga una conciencia revolucionaria, es un idealismo de profesor de secundaria enredado y de político delirante que ya raya con el absurdo. Creo que el problema –en general– de la izquierda, es creer que su “dogma” debe llegar a las ovejas descarriadas del rebaño. Nadie cambia por consejos o por ilustración. Si no se transforman las estructuras cristianas y capitalistas, poco podemos esperar que surjan revolucionarios; lo inevitable es que los godos se multiplicarán y los Francisco de Paula Santander, los Laureano Gómez y los Álvaro Uribe Vélez se prolongarán hasta el infinito.
Como no se puede declarar la guerra a los godos de la propia patria más bien vale hacer ya el duelo por la muerte de Bolívar. Bolívar ha muerto. Se murió y con él se fueron las esperanzas de una sociedad distinta. Está bien muerto. Idealizarlo no ayuda en nada: los idealismos nos están alejando de la vida real, vida que está bien complicada y enmarañada en nuestro país.
Bolívar ha muerto. Ahora nos toca a nosotros sin él. Tardé veinte años en comprenderlo.
Un camino tan largo ¿para descubrir que Bolívar estaba muerto?
Hoy vengo a decir, acá en el Pantano de Vargas, territorio emblemático de la gesta bolivariana, que sí, que Bolívar ha muerto. Tan muerto está su cuerpo como su alma hace ya casi doscientos años. Pero ha sido un fantasma, un culto, una ideología, un poema, una estatua, una novela, una película, ha sido literatura y canción. Puede ser todo esto y nada a la vez.
Ahora, pienso que no debe quedar camino para la desilusión. No es posible pedirle a Bolívar todas las respuestas a los interrogantes que vinieron después de él. Ya lo he dicho: hacer de Bolívar una religión, ya sea para una nueva fe o para el resentimiento, no tiene sentido.
Afortunadamente, tanto para el caso de Colombia como para el caso de Venezuela, ya la ideas de Bolívar no están raptadas por las oligarquías de los siglos XIX y XX que hicieron un uso de ellas para toda suerte de “oficialismos”, oligarquías que construyeron un Bolívar reaccionario y útil para todo tipo de discursos patrioteros y que durante mucho tiempo escondieron y tergiversaron el legado revolucionario que él forjó.
Quinta verdad sobre el Libertador.
Es casi ya un consenso admitido que los conceptos propios que heredamos de Bolívar son los siguientes:
- Unidad e integración latinoamericana y caribeña.
- Independencia y soberanía política absoluta.
- Lucha contra cualquier forma de imperialismo.
- Oposición frontal al modelo liberal burgués de occidente.
Mientras que el nudo de las causas en las cuales está entrelazado Bolívar siga irresuelto, este mismo nudo hará que él retorne de nuevo.
* * *
Un día Bolívar fue mi ilusión, la entrada a un mundo nuevo.
Después lo quise encontrar en la academia y no lo encontré. Quise enseñarlo y creo que no lo logré, tal como lo esperaba
Lo hice escritura y las consecuencias no se volvieron colectividad.
Lo quise encontrar en algunos proyectos políticos posteriores a su memoria y los hallazgos no fueron muy halagadores: burocracia, en un lado, y violencia entre hermanos, en este lado, que no se ha acabado.
Advertí que lo había convertido en evangelio, y me asusté y lo maté. Más bien maté al evangelizador.
Pero, pensándolo mejor y hoy que escribo una vez más en la conmemoración de su nacimiento, creo que en mí, Simón Bolívar retornó.
Y seguramente en muchos otros, Bolívar, siempre retornará. Porque, después de tanto tiempo, aun cuando admitimos que está bien muerto y que no queremos volverlo un santo, incluso con todo esto, hoy podemos estar seguros de que, de una u otra manera, siempre se dará en estas tierras un eterno retorno del Libertador.
Muchas gracias.
Frank David Bedoya Muñoz
Pantano de Vargas, Boyacá, 24 de julio de 2015
[1] https://sites.google.com/site/bolivarynietzsche/home/1815-bolivar-le-escribe-a-suramerica
[2] http://gotasdetinta.org/1/historia_frank.html
[3] http://www.otraparte.org/actividades/literatura/zaratustra-2007.html
[4] https://sites.google.com/site/simonbolivarsuperhombre/home/1-simon-bolivar-antelacion-del-superhombre-de-nietzsche
[5] https://sites.google.com/site/bolivarynietzsche/home/-por-que-en-colombia-nunca-quisieron-a-bolivar
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Bello y conmovedor escrito. Como al igual otros de este autor, que por estos momentos he tenido el gusto de leer. Pero más allá de un gusto, es el obtener un revelador saber sobre la vida y obra del libertador Simón bolívar. Que no es cualquier cosa, sentir la injusticia que sobre él recae, y no solo porque «durante mucho tiempo escondieron y tergiversaron el legado revolucionario que él forjó», sino por su propia historia, en particular por su última etapa de vida, en un sufriente andar, señalado y traicionado. Que duele como si fuero uno-a quien lo viviera. Es realmente sintonizarse con la vida de este gran hombre, el libertador, desde los escritos de este estudioso y riguroso investigador. Mil gracias por tan valioso aporte.