El espíritu indomable de Sinead O’Connor

Era evidente que su alma fluctuaba en la inestabilidad emocional, pero… ¿por qué nos limitamos únicamente a lo que los medios de comunicación decían sobre ella, en lugar de enfocarnos en su auténtico legado?

En numerosas ocasiones he reflexionado sobre la posibilidad de que la única persona que podría comprenderme, en cierta medida y a su manera, sería Sinéad O’Connor. Mis peculiaridades me hacen sentir un tanto fuera de lo común. Permítanme mencionar tan solo algunas de ellas. Comienzo diciendo que, en reiteradas ocasiones, he dejado de relacionarme con personas de manera abrupta y sin motivo aparente. Otra de mis rarezas es mi tendencia a iniciar actividades con gran entusiasmo, para luego abandonarlas en cuestión de semanas. Como podrán observar, me desilusiono con rapidez, tanto de las personas como de las circunstancias que me rodean.

Un fenómeno adicional que resulta curioso es aquel en el que, estando rodeado de amigos o incluso de mi propia familia, siento de repente, cómo algo se incrusta en lo más profundo de mi corazón o en mis huesos, despertando en mí un deseo apremiante de huir, de estar en mi hogar, en mi pequeño monasterio, disfrutando de mi inviolable soledad, tal como le gustaba estar a O’Connor, la misma que hace casi un mes ya no está con nosotros, la misma que fue reconocida mundialmente con su canción «Nothing Compares 2 U», la misma que en los últimos años de su existencia anunció su conversión al islam y cambió su nombre por Shuhada’ Sadaqat.

Un ejemplo vívido de esa extraña sensación fue en mi reciente visita al bar El Paraíso, acompañado de buenas compañías y de seres desconocidos. El lugar que habíamos elegido para reunirnos era de dimensiones modestas; bastaba con dar apenas tres pasos para llegar al baño. De los altavoces resonaban esa música rock que rara vez se escucha en la actualidad y en esta ciudad de sol y de balas: sonaban canciones de Metallica, Nirvana, Iron Maiden, The Doors y, sorprendentemente, también de Måneskin y Coldplay. La atmósfera del bar brindaba cierto grado de confort. Me gustaba cómo los demás se exhibían, cómo dilapidaban la ilusión del tiempo y del dinero. Me embelesé, por cierto, con el olor a “esclavos del sistema” que pululaba en el bar; asimismo, me agradó la forma en que hablaban de mí, y me cautivó la sonrisa lujuriosa y de anteojos inmensos de la mesera. De igual manera, me regocijé con la cerveza y los infaltables shots de tequila; por último, me fascinó el sofisma que se respiraba y, ¿cómo podría olvidar mencionar las miradas libidinosas que se cruzaban con complicidad? Sin embargo, de un momento a otro y un poco más ebrio que los demás, sentí esa necesidad perentoria de estar solo.

Es por eso que, comprender plenamente a Sinéad O’Connor, sigue siendo una proeza en estos tiempos lúgubres. Fue uno de esos seres adelantados a su época. Sus actitudes y palabras incomodaron a algunos. Como ejemplo, desafió los cánones de belleza femenina impuestos por la industria de la música, rapándose el cabello y adoptando una vestimenta que no concordaba con una estrella del pop. Era evidente que su alma fluctuaba en la inestabilidad emocional, pero… ¿por qué nos limitamos únicamente a lo que los medios de comunicación decían sobre ella, en lugar de enfocarnos en su auténtico legado? Por medio de su música, con sus letras pertinentes, buscó exteriorizar los conflictos internos que la aquejaban. Sus canciones plasman el dolor y la melancolía de una ruptura; exploran relaciones incompatibles y violentas; hablan de cuestiones sociales y políticas; y escudriñan la falsedad y la hipocresía de este mundo. Pero también, con sus melodías originales, encontramos eco de nuestras propias experiencias y sentimientos.

Su legado se presenta como un símbolo que nos insta a ir más allá de las apariencias. A través de su valentía, ella desafió las convenciones, emitiendo un llamado urgente a la reflexión en una sociedad que con frecuencia se conforma con lo superficial. Es así que, en estos días de constante agitación y de distracciones banales, la voz de O’Connor sigue retumbando, recordándonos que, en última instancia, lo auténtico es lo que transciende y que la música puede ser más que un entretenimiento. La obra de Sinéad O’Connor es una invitación a adentrarnos en la complejidad de la condición humana y a confrontar, con firmeza, nuestras emociones más crudas.

Un detalle que no puedo dejar pasar por alto, en cuanto a la lista de mis particularidades, es mi costumbre de escuchar a O’Connor a las 4:00 a.m. A esa hora se presenta como la ocasión propicia para seducirme con la canción «Troy» y, de esta manera, acercarme a su voz poderosa y vibrante. En ese momento, me deleito con el silencio de la ciudad mientras percibo la suave respiración de una persona que aún duerme. No puedo evitar pensar en la letra de «Troy», donde ella misma dice: “Me levantaré y me verás regresar, siendo lo que soy”.


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Edwin Arcos Salas

La escritura posee el poder de transformar y de conectar con los demás de una manera profunda y significativa. Por lo tanto, les invito a sumergirse en este apasionante viaje de autoexpresión y exploración a través de las palabras.

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