Toda sociedad está rodeada de símbolos y rituales que la protegen del miedo almacenado en los genes y que recuerdan al subconsciente que hay una comunidad que protege y apoya a sus miembros.
Lo interesante del caso es que tales símbolos y rituales no necesitan de una relación causa-efecto material para ser efectivos. La creencia en ellos basta. Una bandera, por ejemplo, no reduce el riesgo de muerte en un campo de batalla, pero estimula el valor de un ciudadano que defiende a su patria; la contratación de un reconocido jugador sube la autoestima de los fanáticos seguidores de un equipo deportivo, aunque sus vidas particulares sigan siendo tan miserables como lo eran antes del fichaje.
De la misma manera, una inyección placebo, sin contenido medicinal alguno, puede llegar a ser muy efectiva, a efectos de sugestión, pues, desde la perspectiva de un occidental, simboliza un tratamiento fuerte y agresivo contra la enfermedad. Y el color y forma de las píldoras también tiene algo que decir en la recuperación de los pacientes, pues estos proyectan en tales cualidades lo que esperan de ellas: efecto tranquilizante, propiedades analgésicas, etc.
La efectividad del medicamento reside no sólo en su contenido, sino también en las expectativas de respuesta, según la cual lo que una persona experimenta depende en buena parte de qué espera experimentar. Al menos, así lo sugieren las investigaciones del italiano Fabrizio Benedetti, quien realizó estudios con pacientes que tenían alzheimer y descubrió que, en aquellos que sufren impedimentos en las funciones cognitivas la efectividad de los medicamentos disminuye, puesto que el paciente no puede anticipar los beneficios.
Irving Kirsch es director asociado del Programa de Estudios del Placebo de la Universidad de Harvard. Se hizo especialmente popular en 1995, al hacer pública una serie de ensayos clínicos que la FDA (Food and Drugs Administration, «Administración de Alimentos y Medicamentos» de Estados Unidos) no pudo dar a conocer porque se le habían traspapelado, o algo así, y que mostraban que la diferencia entre medicamentos antidepresivos y placebos no era suficiente para justificar la comercialización de los fármacos.
Kirsch también explica la relación entre el efecto placebo y la teoría de la expectativa de respuesta. La expectativa de respuesta surge desde la sugestión. Una sugestión es una orden dirigida al individuo de forma que éste responde sin intervención consciente de su voluntad. Según lo que el subconsciente crea que es posible, se producirán los procesos corporales necesarios para materializar su expectativa.
Pero el efecto placebo se extiende más allá de la ingesta de medicamentos. En 2002, se publicó un estudio basado en 180 operaciones quirúrgicas de rodilla en pacientes con osteoartritis. Un grupo fue sometido a falsa cirugía, y sin embargo demostró la misma mejoría posterior que quienes realmente fueron operados.
La expectativa de respuesta es la mediadora entre la sugestión y la respuesta física. Este es el mismo procedimiento por el que se desarrolla el pensamiento mágico, donde la sugestión es un objeto con una simbología, es decir, una expectativa de respuesta adscrita al mismo, igual que una píldora es símbolo de curación.
El pensamiento mágico se basa en la analogía, la asociación de ideas; el objeto en su estado natural carece del valor perseguido, pero su eficacia reside en que es un símbolo, un agente canalizador: la virtud no se halla en el compuesto ni le llega del exterior, sino que es el sujeto quien actúa sobre sí mismo imaginando las cualidades existentes en el supuesto medicamento y desarrollando su propia capacidad curativa.
De acuerdo a la biología evolutiva, la respuesta de un individuo no depende sólo de su estado interno, sino de su relación con las circunstancias ambientales, las cuales determinan qué respuesta ha de dar el sistema inmunológico. Por ejemplo, un cuerpo herido necesita, antes de curarse, huir del ambiente hostil que provocó la herida y encontrar refugio, por lo que la primera reacción será aumentar el nivel de hormonas que palian temporalmente el dolor, haciendo más fácil así la reincorporación y el movimiento; pero, por el contrario, si el daño es excesivo, se dispararán mecanismos de inmovilización para impedir que la herida se agrave.
La respuesta inmunológica se basa en un cálculo de gasto y beneficio. La curación exige un importante empleo de energía, por lo que no siempre es la mejor opción. El sistema inmunológico puede decidir prolongar la fiebre para asegurarse de que el calor mate a las bacterías o virus que atacan un cuerpo, pero si hay indicios de que las circunstancias externas pueden interferir, como una situación de hambruna, el gasto energético no lleva a ninguna parte desde el momento en que el suministro nutritivo no está garantizado y la “recarga” del sistema, tras el desgaste curativo, es muy difícil.
El éxito recae en las diferentes opciones de defensa que un organismo ha generado a lo largo de su evolución, previendo que una determinada respuesta puede ser desaconsejable en ciertas circunstancias.
Nicholas Humphrey, de la Universidad de Cambridge, afirma que, cuando el sistema inmunológico considera que la curación no merece el esfuerzo, porque las circunstancias no garantizan el éxito de la recuperación, el placebo actúa como una señal que rectifica la impresión, haciendo ver que las opciones de curación han mejorado. Sería esta impresión la que acelera la capacidad para superar la enfermedad.
Hay que advertir aquí contra la asociación de efecto placebo y pensamiento positivo. Mientras que éste es un gesto consciente, la efectividad del placebo reside en la manipulación inconsciente, muchísimo más poderosa y ante la que nada puede conciencia alguna. De nada sirve pensar en la ausencia de dolor cuando el inconsciente está gestionando el aumento del dolor con otros propósitos. La mente inconsciente tiene su propia agenda.
Así, el símbolo de una inyección placebo puede generar en el inconsciente una percepción de seguridad y estimulación analgésica que favorezca la actividad del sistema inmunológico, pero jamás funcionará desde una intención consciente por parte de alguien que se repite que “no hay dolor”. El placebo, para ser eficaz, ha de engañar por completo a la conciencia.
De hecho, explica Humphrey, el sistema inmunológico es pesimista por naturaleza. Y es en ese pesimismo donde radica el éxito del placebo, pues aporta una dosis de optimismo que modifica el peso de la balanza. Los gestos desesperados e ingenuos del pensamiento positivo, por el contrario, no hacen sino incrementar el pesimismo inconsciente.
Es por ello que la autosanación se escapa al control de los humanos. Por el momento, necesitamos proyectar la curación en una autoridad externa. Los ingenieros y publicistas de la industria farmacéutica seguirán siendo los magos contemporáneos, los chamanes cuyos cánticos y gestos nos predisponen para el uso de las fuerzas inconscientes.
Inconscientemente.
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