El Dios que se esconde en las letras

En la literatura, Dios parece jugar como un niño a no dejarse descubrir fácilmente, pero de vez en vez no lo logra. En la dinámica de leer la literatura en clave de teopoética, yo entro a jugar como un lector aficionado mas no experto, y me he llevado la bonita sorpresa de encontrármelo escondido en la belleza de algunos versos, en oraciones perfectamente escritas y en personajes bien desarrollados. Entre sentimientos y dramas, él va dejando una que otra huella, a veces imperceptible para el narrador e incluso para el mismo autor, porque tal como se asevera en una de las máximas de la hermenéutica literaria, los autores suelen decir en sus textos mucho más de lo que quisieran, aspiran, o creen estar escribiendo. Entre las cosas dichas y no dichas, en esas entrelíneas tímidas, hace su aparición Dios como saliendo de un sombrero mágico, y entonces los lectores teopoéticos nos reímos, a veces lloramos, otras tantas nos incomodamos por sus sutiles intromisiones, pero jamás logramos permanecer incólumes ante su aparición. El acto sencillo de pasar las páginas se convierte intempestivamente en una montaña rusa, y ya montados allí no queda más que comenzar a sentir la vida con las entrañas.

Dios, cómo un experto de las escondidas toma diferentes rostros y nombres, y como aventajado en la materia intenta hacernos creer que puede lograr permanecer imperceptible entre línea y línea, pero otra vez, pocas veces lo logra. Él suele dejar visos de sí mismo en personajes, lugares, monólogos, diálogos, y sobretodo en los diferentes dramas humanos que, como sospechamos, terminan trasparentando lo divino.

Bueno, siendo justos, a veces se quita la capa, se descubre con facilidad y nos dice: aquí estoy, entren en el juego. Es lo que ocurre en las Crónicas de Narnia; sabemos que allí se disfraza de león y que el mundo encantado creado por Lewis refleja el drama divino. El padre de la parábola del hijo pródigo, si queremos decir Dios mismo, es dibujado finamente por la magistral pluma de Victor Hugo en su libro Los Miserables. ¿Cómo no verlo en el anciano Monseñor Myriel? Sigamos. Bastaría solo un poco de sensibilidad espiritual y literaria para escuchar a Dios en los sentidos discursos de dudas, contradicciones y certezas, de los hermanos Karamazov, obra de Fiodor Dostoïevski que lleva el mismo nombre. Y por contradictorio que parezca, el Señor escondido en las letras suele asomarse también en la obra ateísta de nuestro amigo José Saramago. Los reclamos, las quejas, las melancolías, y las crudas suposiciones y posiciones morales que se nos plantean en novelas como Caín y el Evangelio de Jesucristo, nos invitan a ver a Dios silencioso y silenciado, acusado e indefendible, y en todo caso vulnerable. Como quiera que se interpreten los textos saramaguistas van a necesitar a Dios para un genuino diálogo literario, teológico, teopoético, y esto no significa de ninguna manera un triunfo de la apología cristiana. Quizá sea más fructífero leer el hecho como una provocación a ver a Dios donde no solemos verlo.

Entre figuraciones, reconfiguraciones, y desconfiguraciones, Dios se deja ver en la literatura. Escritores y críticos como Charles Moeller, John D. Caputo, Luis Cruz-Villalobos, entre otros, dan fe de ello. Ellos se han consagrado al juego de seguir la realidad de Dios, al Dios de las realidades, en esas ficciones que nos seducen a estar bien despiertos para poder verlo. Entonces, como terminaría un carismático predicador, no queda más por decir sino: búscalo. Éntrale al juego.


Otras columnas del autor: https://alponiente.com/author/juanfmorales/


Juan Fernando Morales Valencia

Juan Fernando Morales Valencia, seguidor de Jesús, teólogo, magíster en hermenéutica literaria.

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