El día que me quisieron cerrar el opinadero y no lo lograron

No se necesita censurar con tinta ni con leyes. Basta con el silencio. Esta es la historia de cómo un medio local en Pereira intentó cerrar mi espacio de opinión por atreverme a disentir. Un relato sobre la cancelación que se esconde detrás del pluralismo de fachada.


Si el opinadero tiene portero,

ya no es libre.


 ¿Quién puede opinar?

No voy a mencionar el nombre del medio. No porque me falte valor, sino porque este texto no pretende señalar personas, sino advertir sobre una enfermedad que se extiende en silencio: la cancelación camuflada de tolerancia. Aquí cuento la historia de cuando, en un medio digital minúsculo de la ciudad de Pereira, pretendieron cerrarme el opinadero. Una experiencia que revela hasta qué punto algunos espacios se pintan de pluralismo mientras se reservan el derecho de admisión para las ideas que desafían la línea oficial.

Lo ocurrido no fue un simple desacuerdo editorial, sino una expresión más de una cultura política que ha aprendido a cancelar sin mancharse las manos. Hay espacios de opinión que se venden como mostradores de pensamiento diverso, pero que en realidad funcionan como vitrinas de lo permitido. Y cuando uno se atreve a escribir desde el disenso, entonces ya no es bienvenido. Me quisieron cerrar el opinadero por invitar a NO votar la consulta, pero lo que realmente intentaron cerrar fue la posibilidad de pensar distinto.

¿Qué pasa cuando solo se escucha a quien aplaude?

Hace unas semanas escribí una columna que analizaba las doce preguntas de la consulta popular anunciada en Colombia. No era una diatriba ni un panfleto, sino un texto con argumentos jurídicos claros y una postura política explícita: invito a NO votar. Con esa mezcla legítima de razón y emoción que define al género de opinión, envié la columna a dos medios. El primero, de alcance nacional, la publicó sin titubeos. El segundo, más local, más parroquial, simplemente guardó silencio. Un silencio que, en este país, ya sabemos lo que significa.

Al ver que pasaban los días sin respuesta, pregunté amablemente cuándo saldría publicada. No obtuve respuesta. Durante tres días, el director del medio; aquel que tanto predica sobre la importancia de la diversidad de pensamiento, me ignoró con la puntualidad del que no se atreve a decir lo que ya decidió. Al cuarto día, entendiendo el mensaje no verbal, envié una nota breve: “Entiendo su silencio administrativo. Muchas gracias. No lo volveré a molestar con mis líneas.”

También fue ignorada. Ese opinadero, parece, tiene portero.

Lo más llamativo, sin embargo, fue otro detalle. Ese mismo día en que envié mi columna invitando a votar NO, el director del medio publicó la suya: un canto de respaldo a la consulta, una venia complaciente. Blanco es, gallina lo pone. El espacio, que se vanagloria de no censurar a nadie, sencillamente no quiso que su audiencia leyera una postura contraria. Y no fue necesario decirlo: bastó con ignorar, como hacen los que censuran sin atreverse a mancharse con tinta.

¿Quién decide qué es lo correcto o veraz?

La cultura de la cancelación ha mutado. Ya no se limita a los linchamientos digitales en redes sociales ni a las universidades colonizadas por el progresismo emocional. Hoy, también se expresa en los espacios que pretenden representar la pluralidad, pero que en realidad se subordinan a un canon ideológico disfrazado de tolerancia. El medio en cuestión se presenta como un espacio horizontal, abierto, donde caben todas las voces, pero solo mientras esas voces no cuestionen los consensos de lo políticamente correcto.

El problema no es la existencia de ideas con las que se pueda estar o no de acuerdo, sino la imposición de una hegemonía moral que pretende deslegitimar el disenso. Hoy, discrepar no es solo estar equivocado: es ser peligroso. Y por eso se cancela, se omite, se ignora. Estos espacios digitales de nuestros días no expulsan con argumentos, sino con silencios; no debaten, sino que seleccionan lo que consideran “publicable” en nombre de un pluralismo que solo existe en el discurso de sus custodios.

Esta nueva forma de censura es más sutil, pero no por ello menos grave. Lo políticamente correcto se ha convertido en un código tácito de lo que se puede o no se puede decir, incluso en medios que juran defender la libertad de expresión. Pero la contradicción es evidente: no se puede enarbolar la bandera de la diversidad mientras se excluye toda voz que cuestione la ortodoxia oficial. En esa lógica, la libertad termina siendo un privilegio de quienes opinan dentro de los márgenes establecidos por quienes se creen moralmente superiores, a los demás se les cierra el opinadero.

Y eso es precisamente lo que debe alarmarnos: que incluso en espacios pequeños, en medios locales, en supuestos refugios de la opinión independiente, se haya instalado esta especie de censura amable. No te silencian con amenazas ni te exilian con editoriales: simplemente te dejan fuera del juego. Y lo hacen, paradójicamente, mientras dicen defender el derecho a opinar. Esa es la gran contradicción de los opinaderos actuales: se proclaman como templos de la palabra libre, pero funcionan como tribunales del pensamiento permitido.

Me quisieron cerrar el opinadero, pero no me van a callar

No se trata solo de una columna que no fue publicada. Se trata de una cultura entera que busca silenciar todo lo que no encaje en el relato dominante. Hoy, opinar libremente en Colombia; y más aún desde una postura crítica frente al poder, se ha vuelto una forma de resistencia. Por eso intentan callarnos. Porque saben que una voz libre, por pequeña que parezca, puede sembrar la duda en medio del aplauso unánime.

Nos quieren hacer creer que disentir es peligroso, que oponerse a la narrativa oficial es un acto de desinformación, que cuestionar lo popular es ser enemigo del pueblo. Pero justamente por eso debemos insistir. La batalla cultural no se libra en las redes ni en los grandes auditorios. Se libra en cada columna que no cede al miedo, en cada idea que incomoda, en cada espacio donde uno se niega a aplaudir por obligación. Y si al hacerlo te cierran una puerta, habrá que escribir desde la acera.

Aunque en Pereira me hayan querido cerrar el opinadero, no lo van a lograr. La batalla continúa. Porque mientras ellos repiten relatos, nosotros seguiremos publicando datos. Porque mientras ellos predican pluralismo, nosotros lo practicamos. Porque la libertad no se mendiga: se ejerce. 

Datos curiosos

  1. Agustín Laje fue vetado de la Feria del Libro de La Rioja (Argentina) en 2023 por decisión del gobierno peronista local, alegando la necesidad de frenar “discursos de odio”. Curioso: en ese opinadero no se prohíbe pensar, siempre y cuando se piense igual que ellos.
  2. Cayetana Álvarez de Toledo fue excluida de espacios de opinión en RTVE tras criticar al gobierno de coalición PSOE-Podemos. La excusa fue el “equilibrio informativo”. Al parecer, el opinadero español se descompensa cuando alguien no aplaude al presidente de gobierno.
  3. El diario Madrid fue clausurado por el franquismo en 1971 por publicar editoriales que pedían apertura política. El régimen hablaba de “democracia orgánica”, pero su opinadero tenía un solo canal: el del silencio institucional.
  4. Periodistas denunciaron la exclusión de columnistas incómodos con el uribismo en varios medios colombianos durante 2020. Decían que todos podían opinar, pero en realidad, el opinadero ya había elegido a sus favoritos.
  5. YouTube suspendió en 2021 el canal del periodista Fernando Londoño por difundir posturas contrarias a las medidas sanitarias. El nuevo opinadero digital también tiene sus filtros: el algoritmo decide si lo que opinas es ciencia o castigo.

Hernán Augusto Tena Cortés

Columnista, docente y director de Diario la Nube con especialización en Educación Superior y maestría en Lingüística Aplicada. Actualmente doctorando en Pensamiento Complejo, adelantando estudios en ciencias jurídicas y miembro de la Asociación Irlandesa de Traductores e Intérpretes.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.