Ilusionarse es la mayor prueba de que tenemos que amarnos a nosotros primero. ¿Qué deseas que no tengas de esa otra persona? Será difícil admitir que más que un complemento, lo que realmente necesitamos es sentirnos iguales al otro.
De niño solía ilusionarme con las películas que, privilegiadamente, reproducía en la televisión local los fines de semana. En mi pubertad, me ilusionaba con los deportistas engreídos de mi escuela. Cuando fui adolescente me ilusionaba con los chicos altos y desinteresados. Ya en la universidad, escoger se tornó más complicado y decidí ilusionarme de un joven apuesto, medio dandi, erudito en la antropología, nadador por excelencia y excesivamente grande. Ilusionarse se hizo la rutina empedernida que carcomió mis días, mis metas y mi alma.
La ilusión es esa percepción o sensación que se genera a partir de una imagen equivocada sobre la realidad. En especial, cuando se trata de personas. En un estado ilusorio, la realidad de alguien exterior a nosotros no se percibe como es, se percibe como queremos que sea. Al ilusionarse, creemos amar a la otra persona cuando en realidad apenas la estamos conociendo.
Cuando empezamos a conocer a alguien, esperamos que sea como queremos. Ya desde que nos relacionamos con el resto, buscamos compartir cosas en común, identificarnos y sentirnos libres de ser. Tiene sentido que seamos más nosotros mismos con quienes son como nosotros. Si nos conociésemos en mayor grado, sabríamos escoger mejor al tipo de personas que necesitamos.
Freud dio a entender que cuando escogemos a alguien lo primero que hacemos es dotarlo de dimensiones que a nosotros nos gustaría tener: seguridad personal, carisma, encanto, inteligencia, etc. Un ilusionado proyecta en el otro aquello que más admira y desea. Sin embargo, al centrar más su atención en el otro, cada vez presta menos atención a sí mismo.
Ilusionarse es la mayor prueba de que tenemos que amarnos a nosotros primero. ¿Qué deseas que no tengas de esa otra persona? Será difícil admitir que más que un complemento, lo que realmente necesitamos es sentirnos iguales al otro. Esa búsqueda incesante del otro termina más bien en un reencuentro con uno mismo, en eso que queremos ser y que el otro sea.
Más allá de ilusionarse, lo que cualquier sujeto desea es ser amado por el objeto que ama. Eso ocurre cuando el sujeto se siente igual a la otra persona de quien se enamora. Si no se es compatible con alguien amaremos, pero, no seremos amados. Así como Ronald que, a sus diecinueve años, estaba enamorado de quien representaba ser Wilde y no precisamente de quien era él.
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