Fue vergonzosa la intervención de Carrasquilla en el debate en el Senado, quien arrancó bravo, pero muy pronto se arrugó, al extremo que desafió a las barras que asistían al Congreso, las cuales silenció y amenazó con expulsar ese patanzuelo del presidente del Senado, porque a ellas solamente les está permitido expresarse para aplaudir al patrón y a sus esbirros. Luego de ese melodramático inicio, Carrasquilla, apoyado en un cuadro que ni siquiera él mismo entendía, intentó explicar las “líneas del tiempo” buscando acreditar que cuando se habían expedido la ley y el decreto que finalmente le abrieron paso al escenario dentro del cual crecieron los negociados de los bonos de agua, él era un simple particular. ¡Mintió! Carrasquilla sí intervino como gestor y promotor de la reforma constitucional que hizo posible esta danza de los millones, y eso no lo pudo ocultar ni siquiera con esa artificiosa argumentación de esconderse en el tiempo. Bastaba que el ministro hubiese participado en el inicio del trámite del acto legislativo que reformó la Constitución, para haberse abstenido de participar de cualquier negocio que de manera directa o indirecta se desprendiera de esta desgraciada reforma. Pero para eso se necesita tener claros los conceptos de decencia, decoro y ética. Por fortuna el senador Petro pudo demostrar que Carrasquilla y su combo de subalternos habían intervenido en la expedición de otras disposiciones, como el Plan Nacional de Desarrollo, normatividad de la que también terminaron sirviéndose para este sofisticado y perfumado tinglado de negociaciones abusivas, de las que, sí señor, salieron perjudicados muchos municipios, y, óigase bien, en últimas la Nación, garante de ese desastre financiero. Pero el ministro pretende que el país le crea que a su retiro del gobierno cesaron sus maniobras para que terminara de completarse un marco legal y pudiera desarrollarse un negocio que solamente podía ocurrírsele a quien había sido su protagonista y ejecutor en la sombra. Por eso, acertó el senador Robledo al preguntarle al ministro que informara qué otro negocito tenía pensado inventarse a su retiro del cargo, lo que motivó la ira y los pupitrazos del senador Mejía, otro alfil del Centro Democrático que ha venido cobrando notoriedad no por inteligente sino por atarván.
La peor explicación de Carrasquilla, por su indolencia, fue la de que su obligación se reducía simplemente a estructurar todo con cada municipio, y que, por tanto, era responsabilidad de los alcaldes asaltados responder por el buen suceso del entramado. Siguiendo los Convenios de Basilea los expertos saben que constituye una mala práctica financiera la concesión de créditos a deudores sin capacidad de pago. ¿Era consciente Carrasquilla de la carencia de capital humano y técnico de los municipios? ¿No constituirá una práctica abusiva conceder créditos a largo plazo, sin que el deudor pueda hacer abonos al capital? ¿Y no sabía que precisamente por la falta de planeación y ejecución en los municipios, iba a terminar el gobierno nacional asumiendo sus deudas? Estas son algunas de las preguntas que surgen de la deshilvanada e incoherente defensa de Carrasquilla, que a él no le importaron porque lo trascendente era concluir un asunto espeso diseñado a través de oscuras sociedades panameñas, respecto de las cuales tampoco pudo explicar por qué fue que tuvo necesidad de que ese asunto tan criollo tuviera que pasar por las oficinas tramposas de un bufete de abogados de Panamá.
Pero allí estaban los partidos arrodillados al gobierno repitiendo las mentiras de Carrasquilla y contradiciéndose, en particular el vocero del liberalismo y Álvaro Uribe, en representación del Centro Democrático, cuya defensa cínica recordó la que en otros tiempos también asumió de Andrés Felipe Arias, María del Pilar Hurtado, Jorge Noguera, y todos los de esa ralea de delincuentes de cuello blanco. Y Duque insistiendo en proteger a su ministro negociante.
Adenda. El próximo martes 25 de septiembre de 9 a.m. a 12 a.m. los profesores del Externado de Colombia estamos citados para discutir y aprobar el reglamento del Consejo de Profesores, como un primer paso que permita la democratización de la centenaria universidad. El siguiente será permitir la auditoría que todavía no arranca. Ojalá haya humo blanco.