“El fútbol es un estado de ánimo”.
Jorge Valdano
Acaba de terminar el mundial de fútbol con un partido que pasará a la historia por lo emociónante y por la consagración de Messi, el emblemático jugador de la campeona selección Argentina. No obstante la adrenalina que el partido nos produjo y las emociones desbordadas por el triunfo gaucho, no dejo de pensar en Ronaldo, el gran jugador de la selección portuguesa que es en su totalidad, el reverso de la moneda de Messi.
No se me olvidan las lágrimas entrando al camerino y la noticia, casi fatal, de la depresión de mi hijo al ver eliminada la selección de Portugal y herido de muerte a su ídolo Ronaldo. Aunque no soy un gran hincha también sufro a ratos con el fútbol: cuando veo algún partido de la liga europea, las finales de los mundiales o indago por los resultados del Poderoso Medellín. Pero ver ese pobre hombre agobiado por la tristeza y la frustración caminando sin mirar, con la derrota aplastándole el corazón, la estima y el orgullo, me conmovió en lo mas profundo. Ronaldo hará parte de las historias de los crucificados: de ese que colgado de la cruz, bañado en sangre y sudor, reclamaba por el olvido que padecía y este, el empalado y empapado de sudor y lágrimas, que no podía siquiera hablar porque lo ahogaban la rabia y dolor. Ese ser, medio dios, medio humano, es la moderna representación de la caída total, del abismo sin fondo en el que después de subirlo a los cielos, los medios, las redes y el mercado, entierran al perdedor. Se trata de Ronaldo, el cristo de Portugal. El hombre de la esférica tristeza. De la rotunda pesadumbre. Mi ángel caído.
Como el gran ganador argentino, Ronaldo llegaba a este mundial con una edad que amenazaba su obsolescencia futbolística y se jugaba en él, la última oportunidad para retirarse coronado de laureles. No fue así, no por culpa del destino aciago, sino porque su entrenador lo sentó a ver el partido de su vida desde el banco de suplentes. ¿Que pensaría Ronaldo viendo aterido esos eternos 45 minutos iniciales? ¿Cómo sufriría viendo sus compañeros correr inútilmente?, ¿Como se arrepentiría de haber maldecido al obtuso entrenador que le cobraba con saña lo musitado entre dientes? ¿Como sería la impotencia de este coloso atado al mástil mientras presencia como su ejercito es destrozado? ¿En esas circunstancias para que los millones de dólares, los cuatro aviones, los 20 autos de lujo, la mujer hermosa y el fornido boxeador dispuestos para sus pugilatos amorosos? ¿De que sirve la fortuna si la derrota nos deja exánimes, solos y desamparados? Para que tanto dinero si las obscenas cámaras le cuentan a miles de millones de congéneres envidiosos, vengativos y estúpidos, que el que camina con la cabeza gacha es un perdedor sin redención alguna?
Ronaldo se me parece un poco a los nuevos artistas del reguetón y de la música llamada popular: meros fetiches comunicacionales que elevan hasta el cielo solo para exprimirlos. Los futbolistas talentosos son víctimas de una especie de endiosamiento generado por los medios, las multinacionales y la mafia del futbol que tiene en los presidentes de la Fifa los “capos de tutti capi”. Mafias, transnacionales, tarjetas de crédito, casas de apuestas, cervezas y gaseosas, gritones y narradores, al caso lo mismo, comentaristas de lo obvio y medios en general, viven de endiosar el talento y la técnica de los futbolistas. A mi me produce gran tristeza la manera como los usan, los utilizan y exprimen, así ellos reciban las migajas de la mesa y con ellas alimenten sus reinados de hielo al sol.
Ronaldo tiene un talento cultivado con una preparación espartana. Diariamente se levanta en la madrugada a realizar ejercicio físico, se sumerge en agua helada por horas, come escrupulosa y sanamente, no se toma una gota de alcohol, odia las gaseosas y solo bebe agua. Fácilmente sería nuestra mejor versión. Aún así, la suerte le ha sido esquiva y de manera definitiva lo abandonó a la ignominia del griterío y el bochorno de los fanáticos.
¿Será que el futbol como la vida, en algún instante, nos afirma en la compasión por los dioses? ¿Será que los ángeles caen estropeados, para que tengamos oportunidad de reparar sus alas rotas? ¿Será que como ellos, somos también las víctimas de ese monstruo comunicacional que escucha, mide y dosifica nuestros dolores y angustias? ¿Será que, finalmente, también jugamos para la derrota?
Abogado de la Universidad de Antioquia. Consultor independiente
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