Tras los resultados de la primera vuelta electoral, en la que se demostró que Oscar Iván Zuluaga, el candidato del uribismo, tiene posibilidades de derrotar al presidente-candidato Juan Manuel Santos, y ser elegido el próximo presidente de Colombia, algunas personas y sectores han anunciado que no votarán por ninguno de los candidatos que pasaron a segunda vuelta, y que optarán por la abstención o el voto en blanco.
Así como en mi columna anterior afirmé que no tengo ninguna intención de satanizar al uribismo, tampoco pienso caer en la barata jugada de denigrar de quienes piensan abstenerse o votar en blanco, es decir: aquellos que en esta contienda han escogido la opción de la neutralidad. Entiendo sus motivos. Si no me equivoco, quienes decidieron tomar este camino lo hacen porque están hastiados de la manera en que se hace política en Colombia, que en estas elecciones se agravó por la guerra sucia en la que cayeron tanto Santos como Zuluaga, y consideran que los dos candidatos triunfadores representan, cada uno a su manera, esa forma de hacer política. Por ello, prefieren no apoyar a ninguno.
Esa posición me parece respetable, y me opongo radicalmente a afirmar, como se ha hecho, que es una postura facilista. Los que han optado por la neutralidad política tendrán sus motivos para hacerlo, y así como he sostenido que no soy nadie para juzgar el uribismo de los uribistas, tampoco lo soy para dar una u otra calificación moral a los neutrales. Pero eso no me impide intentar convencerlos de cambiar su posición.
Y no busco hacerlo porque considere que Santos es, según el tonto eslogan, “el candidato de la paz” y que debido a ello es necesario votar por él para derrotar a Zuluaga, “el candidato de la guerra”. Esto en primer lugar porque, así como estoy en desacuerdo con la forma en que Uribe buscaba dividir el mundo político entre partidarios de la seguridad democrática e “idiotas útiles del terrorismo”, también me parece inaceptable la estrategia de intentar dividir al país entre “los partidarios de la paz”, que están con Santos, y “los partidarios de la guerra”, que están contra Santos.
En segundo lugar, y este es el punto duro de mi argumento, porque considero que en estas elecciones no solo está en juego el proceso de paz, sino algo más grande: la democracia y el Estado de derecho. Lo anterior por un motivo: los antecedentes del uribismo en el poder. No voy simplificar las cosas sosteniendo que Álvaro Uribe ha sido el peor presidente de Colombia y que en su gobierno no hizo absolutamente nada bueno. De hecho, Uribe ganó la presidencia prometiendo la guerra frontal contra la subversión y, en general, eso hizo. Es innegable que su estrategia militar logró debilitar tremendamente a las guerrillas, aunque no consiguió derrotarlas. Y esto fue un avance para el país, cuyo desenlace más racional era desembocar en un proceso de paz con una insurgencia debilitada, tal como está ocurriendo ahora. A Uribe debemos el tener a las FARC donde las tenemos hoy.
Sin embargo, el proyecto uribista es mucho más que eso. Se trata de un proyecto irrespetuoso con el derecho y las instituciones, que privilegia un estilo caudillista y plebiscitario, por encima de las reglas de juego y de los procedimientos democráticos necesarios para el mantenimiento del Estado de derecho. Los ejemplos abundan: las chuzadas del DAS en contra de opositores políticos, periodistas y magistrados de las Altas Cortes; la promoción de una reforma constitucional en beneficio propio, para permitir la reelección presidencial inmediata; la peligrosa estigmatización de los opositores y los críticos como “guerrilleros vestidos de civil”; el hecho de que, como ha señalado Francisco Gutiérrez, “los parapolíticos estuvieron inequívocamente sobrerrepresentados en la coalición de gobierno durante las dos administraciones de Álvaro Uribe Vélez”.
Y la cosa no se queda ahí, pues con el escándalo del hacker Sepúlveda y las acusaciones, cuyas pruebas al final nunca aparecieron, del ingreso de dineros del narcotráfico a la campaña de Santos en 2010, Uribe y Zuluaga han demostrado con creces que las reglas de juego del Estado de derecho no les importan para nada, y que éstas solo tienen sentido cuando pueden ser usadas en contra de sus adversarios.
Debido a todo lo anterior, tengo muchos motivos para temer que el uribismo, que hoy día está más revanchista y vengativo que nunca, regrese al poder, puesto que me asusta lo que pueda y quiera hacer desde la presidencia. Aunque en el gobierno Uribe no se acabó la democracia colombiana, sí se produjo un cierre autoritario del sistema. Sin embargo, gracias a las fortalezas de los frenos y contrapesos de nuestro sistema político, el cierre no fue completo.
Pero el trauma institucional que dejó el paso de Uribe por el poder sí debilitó a nuestra democracia, y por ello, como lo señaló claramente César Rodríguez, es poco probable que la Constitución de 1991 y el Estado de derecho sobrevivan una nueva arremetida autoritaria del uribismo. Por ello, es necesario entender que lo que está en riesgo no es solo el proceso de paz, sino todo el esquema institucional que hoy día nos rige. Esquema que si bien no es perfecto, ha permitido la alternancia en el poder, la realización de oposición a distintos gobiernos, e impedido la consolidación de un proyecto político autoritario.
En últimas, no estoy de acuerdo con que el voto en blanco y la abstención no sean neutrales, claro que lo son. Pero la neutralidad tiene consecuencias, y quienes opten por esta vía tienen que estar dispuestos a aceptar el alto costo de la misma.
@AlejandroCorts1
[author] [author_image timthumb=’on’]https://fbcdn-sphotos-f-a.akamaihd.net/hphotos-ak-ash3/t1.0-9/10157367_1429775133947014_2734248217865849022_n.jpg[/author_image] [author_info] Alejandro Cortés Arbeláez Estudiante de Ciencias Políticas y Derecho de la Universidad EAFIT. Ha publicado en revistas como Cuadernos de Ciencias Políticas del pregrado en Ciencias Políticas de la Universidad EAFIT, y Revista Debates de la Universidad de Antioquia. Ha sido voluntario de Antioquia Visible, capítulo regional del proyecto Congreso Visible. Actualmente se desempeña como practicante en el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia (IEPRI). Leer sus columnas. [/author_info] [/author]
Comentar