
Ayer, concluyó un nuevo proceso electoral, un proceso que, sin duda, asienta las profundas diferencias que existen en nuestro país: la rampante polarización no ha permitido cerrar las heridas y divergencias que tiene nuestra sociedad. Desde la llegada de Rafael Correa a la presidencia en 2006, el Ecuador no volvió a ser el mismo. Correa supo explotar el repudio a los partidos políticos tradicionales al no presentar candidatos al Congreso de esa época como muestra de la inconformidad hacia lo que establecía esta rama del poder público. Aunado a ello, a su llegada al ejecutivo generó controversias alrededor de las diferencias socioeconómicas (llámese de clases) entre “ricos y pobres”, expulsó a organismos multilaterales, convocó a una Asamblea Constituyente para redactar una nueva Carta Magna, entre otras acciones que, hasta la fecha, permiten un nivel de recordación importante de su imagen, logrando trasladar a su movimiento y a los candidatos del mismo, que sin él encontrarse en una papeleta, permiten lograr alta representatividad en la función legislativa y estar presentes en las contiendas presidenciales subsiguientes del 2017, 2021, 2023 y la actual 2025, con importantes resultados: se obtiene la presidencia en el 2017 y queda en segundo lugar en las posteriores.
El correísmo ha obtenido una “votación dura” entre el 25% y el 33% en las anteriores elecciones. No obstante, llamó la atención que, en la primera vuelta de este proceso, además de llegar en segundo lugar –que no había pasado antes–, la diferencia fue menor al 1%, mostrando un crecimiento inusitado –probablemente, el deseo de la población de no regresar a las urnas, pues, nuestra asistencia a estos procesos eleccionarios ha sido muy habitual en los últimos cuatro años: siete, para ser más exactos–, dejando en una angustiosa segunda vuelta a los candidatos finalistas.
Finalizados los comicios, el reelecto presidente Daniel Noboa, deberá realizar un trabajo arduo para que su gobierno esté a la altura de lo que desean los ciudadanos. Tendrá un correísmo que observará con lupa cada movimiento, buscando ser su “piedra en el zapato”. La convocatoria a una nueva Asamblea Constituyente, pese a que es tan riesgosa por la alta polarización del país, deberá llevarse a cabo por el hecho de ser una de sus principales ofertas de campaña y ser la única manera de desmantelar la “garantista e hiperpresidencialista” Constitución de Montecristi, y de una vez por todas, salir de las fauces de un socialismo del siglo XXI del que abundan innumerables casos de corrupción, un fallido sistema judicial y la búsqueda incesante de tomarse los poderes e instituciones del Estado (ya sea a través de un CPCCS que, si bien tiene un origen noble, hace tiempo perdió su rumbo, o de otras artimañas).
Al actual presidente, el país le dio una oportunidad valiosa para hacer los cambios que necesitamos; muchos de ellos tienen un alto costo político, pero confió en que Noboa tomará las decisiones correctas en aras de darle rumbo al Ecuador y dejar atrás un pasado nefasto. Por otra parte, lo acontecido en estas elecciones refleja que el correísmo está muy presente aún en todos los estratos y niveles del país, por lo que resultará vital el accionar conjunto de todas las fuerzas democráticas del Ecuador, sin importar la tendencia e ideología, para, de una vez por todas, ir hacia adelante.
La versión original de esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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