Nada es normal, lo normal es poder.
Quizá es la lección más valiosa de este tiempo, 20 años del último siglo y en aproximadamente 1 año largo de pandemia y restricciones cabe nuestra historia reciente; una búsqueda por el sentido en la era de espejismos inducidos y muy poco probables, vacío insaciable en el consumismo sin razonamiento aparente, una ensoñación sistémica que devora la vida en sus múltiples formas por experiencias efímeras que no alcanzan a ser memoria.
Guerras biopolíticas indiscretas que toman como chivo expiatorio la economía de los más débiles, producción innecesaria de basura y artefactos programados para ser obsoletos, desigualdad estructural y estructurada descaradamente, abismos culturales e irreconciliables sesgos ideológicos que aniquilan, pensamiento mágico y distopías políticas para sobrellevar la ignorancia operativa de las selvas de cemento proyectadas en canteras digitales ávidas de vender personajes producto, poca relevancia de la naturaleza que provee nuestra existencia y hasta cierto punto, de lo humano mismo.
Lo normal son las limitaciones de la fuerza que represa, castiga o seduce, pero casi siempre se impone como medio para el fin de una estructura de poder. Estructura compuesta por múltiples intereses de diversas categorías que actúan en función del bien: el bien propio de cada uno.
Lo personal es político, lo político es la decisión, la decisión es en torno a la idea del bien, ¿la idea del bien es personal?
Posibilidades, brechas y creatividad.
Acciones en curso por la apuesta de lo útil que revoluciona los dogmas, atravesando desde las preguntas por lo lógico más que por lo legal, hasta la dignidad del desertor que vindica la felicidad en los espacios ausentes de la mezquindad arbitraria del poder impuesto. Retomar lo público de la República; si es que, al territorio en concesión, sin garantía de derechos humanos y con una Fuerza Pública deslegitimada se le puede llamar Estado. Si es que, al homicidio colectivo, al homicidio sistemático, a la masacre, a las ejecuciones extrajudiciales, a los feminicidios impunes, se les puede llamar democracia.
Avance científico y desarrollo tecnológico como puentes entre mundos –mental, animal, vegetal, monera, fungi, protoctista, artificial, extraterrestre y los demás que aún ignoramos– en proceso de descubrimiento y una pugna entre sus exponentes para que su faro no sea otro que el de hacer posible la coexistencia en medio de las transformaciones del ecosistema. Data que debería cercar los errores estúpidos de las decisiones cotidianas con impacto universal y no venderse como insumo para la experimentación neurocientífica del comercio en masa, que requiere necesariamente sujetos masa.
Lo natural y rentable de los vínculos que ponen al género en disputa, disuelven al prediseñado ciudadano y politizan el cuidado desde el vientre hasta la muerte, socavando nuevamente el alcance de la propiedad de cada individuo sobre sí mismo como premisa básica para sentar el diálogo sobre la libertad pretendida con el renacimiento, ya que el cuerpo –y lo que acontece en el– es el principal activo. El aborto como derecho nos somete éticamente a concebir la reproducción de nuestra especie como un hecho externo posible de ser controlado y matizado moralmente por las condiciones en las que la energía vital se abre lugar a las reacciones y soluciones de la materia hasta conformar un organismo.
Cada vez es más evidente la empatía en el conocimiento donde la diversidad es riqueza, aunque ese conocimiento se vea opacado por la idea de ‘progreso moderno’ que atropella los saberes que no dan luz a sus intereses y tome el concepto de ‘creatividad’ para justificar consecuencias de la ambiciosa explotación, acrítica de su génesis, que deja a su paso destrucción y miseria. La protuberancia de la ignorancia que pomposa resquebraja las percepciones sensibles de la realidad para posicionar la posverdad más adecuada bajo la tiranía de la opinión categórica, ahora establecida por las métricas de redes sociales. Contenidos manipulados, utilizados como dispositivos de poder que afectan la vida de una gran cantidad de personas sin rostro, sin nombre y a merced del algoritmo, sin pensamiento.
La pregunta por la educación como pilar fundamental de las sociedades y el tipo de sociedades a las que se refiere, el sistema educativo y la pertinencia de los contenidos que suministra para sostener esta premisa, apertura para la difusión de los múltiples saberes y la preservación de cosmovisiones que han salvaguardado la salud del planeta hasta el momento en armonía con el tejido cultural en el que se construye al ciudadano de la posguerra bélica; con derechos políticos, sociales, ambientales y económicos de carácter constitucional.
Una mirada renovada sobre los entornos formativos y las reglas de juego a que deben dar lugar en la era de la información y la revolución digital, donde se destaca más la colaboración que el modelo de competencia. La innovación en los procesos para el aprendizaje en condiciones distintas para convivir como humanidad, en nuevos entornos con limitaciones físicas y biológicas.
La posibilidad de navegar en línea como fantasía de una esperada ‘neoilustración’ y las delimitaciones impuestas por las Big Tech para capitalizar la atención de las personas consiguiendo que tal aspiración no llegue muy lejos. El poder reinventándose para no dejar espacio a la autonomía personal de rebozar indignada a los excesos que financia con impuestos, mediante la polarización que trastoca la indignación de las bases gobernadas para convertirla en euforia colectiva difundida por bodegas adiestradas de votantes al servicio de los gobernantes y sus pares en lista de espera.
La política como entretenimiento, producida por industrias malvadas y pudientes donde los actores alardean del alcance de sus intereses, que sórdidos serán popularizados como corrupción en los próximos años cuando se requiera de otros protagonistas que acallen los daños evidentes causados por estos grupos tras el poder de la población. Se observa evidentemente en la aplicación de sus facultades administrativas a favor de aliados económicos, provocando el desprecio y la admiración temeraria como élite, pautando el olvido causado por el sensacionalismo en la justa medida del murmullo cómplice, víctima y servil, y la censura del grito confundido, herido y ciego. Las facturas incrementan sin regulación sensata como los embarazos no deseados, pero estos costos pasarán a los bolsillos de a pie.
La conectividad como tiquete de acceso a una civilización sin horizontes, el cambio climático agudizando su efecto dada la industrialización y su potencia mientras retornan las cuarentenas para actividades no laborales porque sube a pico las olas de contagio por un virus que evidencia nuestro abuso del habitad. La economía se ha pronunciado desde la necesidad de los mercados base como mejor y más eficiente operador de la distribución equitativa de bienes y servicios para la subsistencia de las comunidades, y en respuesta se dictaminan políticas económicas para suprimir estos mercados bajo el argumento de la informalidad, que no es cosa distinta al hostigamiento de contribuciones impagables por la productividad sin retribución por la burocracia.
La nueva normalidad se refiere a muertes en aumento sin titulares alarmantes, sistemas de salud colapsados pese a la inversión pública multiplicada, vacunas para distribución exclusiva en actos proselitistas mientras las instituciones privadas locales ven circular sus impuestos en los protocolos informativos del gobierno, tapabocas para ser deshechos y prohibiciones exorbitantes incuestionables, pedagogía de la conspiración sin alternancia para ir a la escuela.
Pareciese que el reto es no cansarse mientras avanza desmesurada la acumulación, no siendo suficiente ya la Tierra, explorar una urgente colonización.
Transgresión.
Un continuo devenir donde no cesa el ruido, la ansiedad y la perturbación. No hay reinicio posible más la existencia que se atraviesa es un regalo; pensar que solo en esta experiencia humana del arte, el sexo, la fe y el amor disfrutamos. Quizá no hay retorno, pero seguimos siendo seres humanos: mamíferos parte de una cadena alimenticia, racionales, sintientes, con aspiraciones, frustraciones, complejos y esperanza, interdependientes de nuestra especie y sus relatos. El silencio y la paz siguen siendo símbolos de lo sagrado.
Venimos de extranjeros nacidos en vientres nativos de paisajes con magia y para la inteligencia dotados, en otro tiempo también fuimos reyes y esclavos. Aprendimos con los años y de servicios públicos, derechos humanos, la opción de la sostenibilidad y la determinación sustentable, hoy por hoy, gozamos. Construimos imperios, a través del lenguaje en ellos nos incorporamos, para proveer sus alcances la moral diseñamos y para no huir, con la locura inconscientemente pactada, tropezamos.
Me atrevo a preguntar si alguien en el gobierno representa la peculiaridad del espacio-tiempo que me ha sido entregado, con hechos tan disímiles y realidades en contraste a las que señalan la propia vida de los mandatarios, ¿qué hay en su voz que los haga más dignos de ser escuchados? Si la historia admitirá tantas interpretaciones como conciencias la estén narrando, contener entonces el discurso para la conquista y así asentirán desde la ignorancia los conquistados.
Basta entender que, en el modelo político vigente, solo en el voto tiene igual valor la vida de los de arriba y los de abajo, y en esta elección esporádica se determinará la valía que cada uno a sí mismo y a sus intereses le esté dando. Aun así, es tan degradante el hambre que la llave de los derechos se cambia por migajas de la gran panadería que se están robando.
El centro solo es posible cuando a cada individuo se está respetando, más cada participación democrática cooptada es la exhibición de extremos mancillando.
Oportunidad es lograr develar los discursos que segregan y con los que establecen un juego donde su único fin es seguir ganando, comprender que ni por error compartirán el triunfo con quienes por su casta no lo hubiesen heredado, que al poder llegan apalancados de nuestra voluntad donde el ego se ve reflejado en su egoísmo máximo que por indiscreto deseo va asesinando y se sostiene por la lealtad de un ahora resignado a la exclusión, pero sin implicar un futuro por la pobreza aniquilado, omitiendo el hecho de que en esa misma vía, la extinción de la biodiversidad estamos ocasionando.
Democratizar es dotar de dignidad la vida humana en su compleja integralidad sin caer en el canto de sirena que pretende victimizar los pueblos para imponer caudillos, por la sangre, necesariamente degradados, pues el discurso de la lástima también es una forma de humillar y la sentencia de holocausto.
El centro son las voces de nuestro interior en la virtud conciliando.
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