“¿Qué sentido tuvo, en primer lugar, hacer público un presunto intento de soborno ocurrido diez meses antes y que nunca se denunció? ¿esperaba el capitán Zapata que los ecuatorianos lo aclamáramos como un héroe por no ceder?”.
Partiendo de la idea de que los seres humanos son seres racionales, uno hubiese pensado que los últimos meses de un gobierno que no buscará la reelección serían relativamente tranquilos, sin mayores escándalos y con una retirada ordenada. Lastimosamente, que los actores políticos actúan de manera racional para alcanzar sus objetivos no siempre es el supuesto más apropiado, y menos cuando se estudia la política ecuatoriana.
Hace un par de días, en una entrevista con un medio de comunicación, el ministro del Interior, Juan Zapata, denunció, casi casualmente, que, recién llegado al cargo, diez meses antes, le ofrecieron dos millones de dólares para garantizar la adjudicación de un contrato por la compra de chalecos antibalas para la policía a uno de los oferentes. No dijo quién intentó sobornarlo.
Cuando la declaración se hizo viral y comenzaron a surgir los cuestionamientos, el ministro, en otro medio de comunicación, declaró que si hubiera sabido que lo iban a sobornar hubiera grabado la conversación y que si no lo denunció fue porque echó a patadas al “sinvergüenza” antes siquiera de conocer su nombre.
Sin embargo, la explicación del capitán Zapata es todo menos convincente. Comienza diciéndonos que la reunión con el susodicho se pactó vía telefónica gracias a éste usó el nombre de un conocido de Zapata. Cualquier persona medianamente prudente —uno esperaría que un policía lo fuera— llamaría a ese conocido para corroborar el nexo. Pero nuestro ministro del Interior no sólo no hizo esto, sino que ni siquiera se preocupó por preguntarle su nombre a la persona con la que pactó la cita.
En este punto la versión del capitán Zapata ya comienza a hacer aguas, y comienza a hacer que nos cuestionemos sus capacidades cognitivas. Pero la explicación prosigue y las dudas se multiplican.
Dice nuestro ingeniero en Tránsito y Transporte Terrestre que aceptó la reunión porque se le dijo que era para tratar un tema personal. Nuevamente, parece que el corazoncito azul del capitán no le advirtió de la imprudencia que estaba cometiendo al reunirse para tratar un tema personal con un desconocido a días de asumir como Ministro del Interior.
No contento con esto, Zapata decidió llevar a cabo la reunión en el ECU-911, del que es director general desde 2019. En este punto, a las dudas sobre las capacidades cognitivas del ministro se suman aquellas sobre su honestidad. ¿Por qué el flamante Ministro del Interior se reúne en las oficinas del ECU-911 para tratar temas personales con desconocidos?
Llegados a este punto, resulta inevitable para cualquier persona con sentido común preguntarse por qué, dado que la reunión se dio en el ECU-911, el capitán Zapata no solicitó el nombre del sinvergüenza en la bitácora en que se registran las visitas en este tipo de instituciones para poder denunciarlo en Fiscalía.
Ante esta misma pregunta, hecha por un periodista, la respuesta del ministro fue que el ECU-911 no registra los nombres de quienes ingresan para reunirse con su director general. Aquí las dudas sobre la honestidad del capitán comienzan a convertirse en certezas. ¿No es el anonimato de quienes entran a ingresan a una institución pública a reunirse con una autoridad un incentivo para tratar temas poco transparentes?
Como si la incoherencia no fuera la suficiente en este punto, el día posterior a la entrevista en que se justificó por no haber denunciado el hecho, el señor Zapata anuncia, en otra entrevista, que ya ha puesto la denuncia en Fiscalía.
No sabemos si el capitán Zapata milagrosamente recordó un nombre que nunca conoció o si simplemente mintió al decir que no sabía el nombre del presunto corruptor. Lo que podemos afirmar, en todo caso, es que nuestras dudas sobre la incapacidad cognitiva del ministro se han disipado por completo.
¿Qué sentido tuvo, en primer lugar, hacer público un presunto intento de soborno ocurrido diez meses antes y que nunca se denunció? ¿esperaba el capitán Zapata que los ecuatorianos lo aclamáramos como un héroe por no ceder?
En segundo lugar, ¿por qué el capitán hoy sí conoce el nombre del corruptor y no ayer, ni hace diez meses? ¿es posible que al encargado de la seguridad ciudadana jamás se le haya ocurrido revisar las bitácoras del ECU-911, en caso de que estas existan?
Más allá de la penosa puesta en escena del incorruptible capitán Zapata, lo que subyace a todo esto es que a nuestro gobierno le ha tomado más de dos años concretar la compra de chalecos antibala para la policía y ni siquiera tenemos la certeza de que se haya hecho de manera legal y transparente. El Estado importa tan poco para este gobierno que ni siquiera se ha preocupado de que la fuerza pública, su único sostén, se encuentre bien equipada para enfrentar a criminales cada vez mejor armados.
Las declaraciones del capitán Zapata son la enésima muestra de que cuando los miembros de este gobierno hablan sin un teleprompter delante, no hacen más que poner en evidencia su absoluta incapacidad, ética e intelectual, para ejercer un cargo público.
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