“En Boyacá se encontró el gobierno del cambio para su conclave, el gran ausente, como siempre, fue su presidente. El retiro de reflexión, propuesto por la izquierda en el Club Militar de Oficiales de Paipa, fue escenario para hablar de los miles de errores y los escasos aciertos de la administración de Gustavo Francisco Petro Urrego.”
Veintiún meses de gobierno han sido más que suficientes para gestar un desastre en manos de su mandatario. Pérdida paulatina del respaldo popular es el mejor indicador de que no se están haciendo bien las cosas y es necesario dar un giro de 180º en la concepción de la política pública. Reunión del alto gobierno logró delinear un balance con un reto que no será fácil, comunicar a Colombia una visión de país que distante está de la realidad que circunda el territorio nacional. El ejercicio gubernamental de Gustavo Francisco Petro Urrego, y el cuerpo ministerial, requiere un plan de choque que atienda a un colectivo ciudadano, desencuadernado, sumido en una profunda polarización política, enfrentado al desacuerdo de un cambio imperfecto que se quiere imponer a la fuerza. Los elevados índices de corrupción, la extendida crisis social, sumado a una economía en profundo proceso de recesión, entre muchas otras variables, requieren en el poder una alternativa política que, con pulso firme, enfrente la situación y enderece el rumbo de Colombia.
Una vez más ha quedado en el ambiente un tufillo de inexperiencia, la figura de un liderazgo escueto, que decepciona, en la imagen de Gustavo Francisco Petro Urrego. Inasistencia de su presidente, en un amplio espacio del conclave, siembra dudas sobre el reconocimiento que hace el gobierno a sus problemas de gestión e inadecuada ejecución del presupuesto. El odio, el resentimiento y la división que se teje en la narrativa política de su mandatario trae inconmensurables vítores en plaza pública, vende humo e ilusiones a las clases populares que son difíciles de implementar. Al gobierno del cambio lo rodea la ineptitud, fue incapaz de comprender que el ejercicio del poder exige la astucia de un jugador de póker, la inteligencia de un ajedrecista y la sagacidad política para congregar a las fuerzas opositoras e independientes. Problema de la izquierda es que no escucha al pueblo por tener a un equipo activista, retraído del poder, que hace mucho daño a las apuestas del ejecutivo.
El mayor error de la administración Petro Urrego han sido las salidas en falso que dejan en entredicho la idoneidad de la izquierda, y su presidente, para ejercer el poder. Pasan los días y cada vez resulta más claro que Colombia tiene un gobierno que llegó a ensayar, a ver cómo es que se gestiona la política pública. El Pacto Histórico, y las fuerzas aliadas a la propuesta de cambio, se enredaron solos en una maraña de convicciones ideológicas que solo los conducen a la destrucción total de la nación. Es momento de dejar de lamentarse, desistir del resentimiento y el complejo de inferioridad, para que Gustavo Francisco Petro Urrego replantee su gabinete y comience a darle la importancia que se merece la salud, las pensiones, el entorno laboral y demás temas que han atomizado y tienen en éxodo a quienes creyeron en la propuesta del cambio y apostaron por construir el país que todos sueñan.
Salida del capital extranjero, cierres de empresas tradicionales y emblemáticas, un desempleo creciente, la delincuencia adueñada de las calles, el crecimiento constante del costo de vida, el descontento general con la política del cambio, agotan la paciencia del colectivo ciudadano. El reconocimiento y adaptación al puesto por parte de Gustavo Francisco Petro Urrego ya se venció, los colombianos cada vez tienen más claro que no hay que esperar hasta las elecciones de 2026 para parar esa caída libre en la que se encuentra Colombia. Las marchas, del 21 de abril, fueron un factor detonante para abrir los ojos, comprender que un sujeto que anda de escándalo en escándalo, sumido en la cada vez más contundente acusación de presunta financiación ilegal de su campaña, fue una mala decisión para regir los destinos de la nación. El Pacto Histórico resultó ser una débil unión política que hoy deja más incógnitas que certezas, alianza de múltiples intereses individuales y pocos proyectos colectivos que son tan difusos como la paz total y el empoderamiento de los “nadies”.
La disrupción política que se vive en Colombia exalta los ánimos, algunos siguen ciegos y sordos, llenos de aserrín en la cabeza, aplaudiendo el logorreico discurso populista de su mandatario, mientras otros piden se constituya un paro general o se tome la ruta legal, rápida y certera del artículo 109 de la Constitución para remover del cargo al Sensey de los humanos. En el marco de la polarización, aún quedan algunos que piensan, y creen, que Gustavo Francisco Petro Urrego hará algo bueno, por lo menos por los más pobres y necesitados. El comité de aplausos que secunda a su presidente eclipsa lo caótico y execrable que hay detrás de un gobierno obtuso, el peor de la historia democrática de los colombianos, que se niega a escuchar a quienes están en desacuerdo con la ruta del cambio propuesto. La crisis política, económica y social no permite tapar el sol con un dedo, es urgente que su dignatario se baje del ego y llegue a acuerdos mínimos para atender las necesidades de la población.
El llamado a un acuerdo nacional, comprometido con causas sociales y ambientales, que hizo Gustavo Francisco Petro Urrego, se diluye al observar que en el fondo la izquierda no quiere un cambio estructural en el país. La absoluta incapacidad para gobernar de su mandatario sucumbe a Colombia en un holocausto de sangre, narcotráfico, muerte y miseria que se contrasta contra la imaginaria e irracional realidad que envuelve a su presidente. Los ataques contra el estado de Israel sin ningún sentido, la continua terquedad para seguir los falsos diálogos de paz con los narco terroristas del ELN, la insistencia en presionar al congreso para la aprobación de las “Petro-reformas”, la mitomanía de su dignatario y los funcionarios del gobierno, los constantes mensajes populistas prometiendo lo que no es posible y sostenible, son la materialización de una apuesta progresista, plagada de improvisación, que excita un S.O.S. por Colombia que va en picada para el abismo.
La compleja situación que vive Colombia saca a flote un odio ideológico que trasciende la mediocre propuesta de gobierno que ondea la bandera de la izquierda. Los hechos de los últimos días denotan que lejos están de interesarse y preocuparse realmente por el país, lo acaecido en el gobierno del cambio demuestra que los agentes políticos están a la caza de vanidades individuales, propias de la hipocresía con que actúan. La pulcritud que quieren exhibir es opuesta al maquiavélico proceder apartado de los principios éticos. La narrativa del odio, que se ha posicionado en Casa de Nariño, llama a preguntar cómo es posible que, en un cónclave político, de un fin de semana, esté carente de la figura principal, se delegue en la directora del Dapre, Laura Camila Sarabia Torres, el peso del consejo de ministros más trascendental de la administración de Gustavo Francisco Petro Urrego.
Incumplimientos constantes de su mandatario, que llevan a reprogramar compromisos, denotan que lejos está Gustavo Francisco Petro Urrego de ceder, cambiar, o replantear su manera de gobernar. Justificaciones y excusas que se tejieron para argumentar por qué su presidente solo acompañó por ocho horas el cónclave, demuestra que los sectores alternativos están plagados de políticos oportunistas que se revisten de populismo para evitar trabajar en programas y proyectos válidos, coherentes y reales con propuestas sólidas. Colombia necesita la construcción de un nuevo “Ethos” democrático que dé a la nación algo más que una transformación estética. Daño hace al país el endiosamiento de quien se cree la luz, la paz, el diálogo, el progreso y el cambio, excepcionalísimo que quieren personificar en su dignatario no es más que la sedienta, desbocada y exasperada carrera de un séquito de aduladores no miden las consecuencias del apoyo que ahora brindan y a la vuelta de unos años los tendrá arrepentidos y sacando a flote actos de moralismo y señalamientos indebidos para expiar sus culpas.
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