“Ahí viene otra reflexión: esos sentimientos extremos, ese coqueteo con el autoritarismo, las posturas dogmáticas en torno a la familia y los prejuicios raciales ya existían en las bases sociales, no obstante estaban ocultos. Con la llegada de figuras como Trump, los extremistas en silencio sintieron la legitimidad necesaria para salir, aún más fácil hoy con la masificación de las redes sociales.”
¿Por qué asistimos a un ascenso tan fuerte de una derecha nacionalista, proteccionista y autoritaria, fuertemente influenciada por la religión y con posturas radicales en torno a la migración y los derechos de las minorías? Es difícil explicarlo, sin embargo recientemente el premio Nobel de Economía Paul Krugman postuló una tesis interesante en torno a las motivaciones del ascenso de movimientos como MAGA de Donald Trump o la victoria de Bolsonaro en Brasil, que se aleja un poco de la idea de la ansiedad económica y lo ubica más bien en el terreno de la incertidumbre por la pérdida de los privilegios relativos de las clases históricamente más acomodadas.
En Colombia, por ejemplo, el uribismo –que ha venido radicalizándose y comulgando cada vez más con ideas proteccionistas, corporativistas y nacionalistas- tiene su fuerza electoral en la región Andina, donde se concentra la riqueza. En el caso de Trump, por ejemplo, se hizo fuerte en estados aislados pero ciertamente ricos, como los del Midwest, donde además hay una mayor preponderancia de población auto reconocida como blanca. Bolsonaro obtuvo una apabullante victoria en los estados del sur, los más poblados y ricos, con menor proporción de población negra o indígena. Es decir, sí hay un factor económico que incide. Pero viene la paradoja: si bien Brasil experimenta hace varios meses un estancamiento económico, en la última década sacaron de la pobreza a más de sesenta millones de personas, mientras que los Estados Unidos recuperaron la senda de crecimiento y de generación de empleo desde 2013 y Colombia mantuvo la estabilidad incluso en medio de la turbulencia económica internacional. No obstante, la derecha anti-establecimiento ganó y se consolidó en los tres países. Paradójico, ¿no?
En esta última década se consolidó el voto evangélico, se acentuó la paranoia anticomunista y empezó a surgir con más fuerza un segmento ultraconservador de la sociedad que antes no se hacía notar. Ahí viene otra reflexión: esos sentimientos extremos, ese coqueteo con el autoritarismo, las posturas dogmáticas en torno a la familia y los prejuicios raciales ya existían en las bases sociales, no obstante estaban ocultos. Con la llegada de figuras como Trump, los extremistas en silencio sintieron la legitimidad necesaria para salir, aún más fácil hoy con la masificación de las redes sociales. Y allí está entonces la tesis de Krugman: existe es más bien un miedo a perder la posición relativa de unos sectores de la sociedad, curiosamente ya privilegiados y en lo alto de la pirámide de ingresos, quienes por demás se han visto beneficiados de los valores tradicionales que se difuminan en la medida en que la sociedad evoluciona, en que hay movilidad social y se reconocen derechos a minorías. Muchos ven esos valores emergentes como una amenaza a los suyos propios, bajo el supuesto errado de un peligro inminente.
Cuando la región vivió el auge de la izquierda, también hubo una agitación de ideas cargadas de profundo descontento. Líderes como Hugo Chávez lo que hicieron fue comprender esa ira silenciosa y las exacerbó hasta hacerlas salir a la luz, a las calles y a votar. Pues bien, eso mismo hizo Trump y hacen los movimientos ultraconservadores. Por eso, también hay que decirlo, los extremos se parecen tanto.