El alma de Chile

Muchos se preguntan en qué está Chile, qué pasó con el país ejemplo de desarrollo y calidad de vida que brillaba en un continente marcado por la pobreza y la falta de oportunidades. Platón decía que debíamos ver la ciudad para entender el alma, es decir, ir de lo general a lo particular. En el caso que nos interesa es más apropiado hacer el ejercicio inverso y guiar el análisis desde lo particular a lo general, o sea mirar primero el alma para luego entender el contexto institucional y material. ¿Cuál es el alma de Chile?

Durante décadas se la encontraba en los liceos de excelencia. En ellos estudiaban jóvenes pobres y ricos, llegando los mejores de entre los más pobres a consolidar un éxito que los igualaba a los mejor situados dentro de la sociedad. De ahí que, hasta hace pocos años atrás, entrar al Instituto Nacional, al Liceo José Victorino Lastarria o al Liceo Carmela Carvajal, por mencionar los más connotados establecimientos escolares de este tipo, era un gran logro, no solo personal, sino también familiar.

Todo iba bien, el alma estaba sana y la movilidad social se incrementaba en un país que se transformó en tierra de oportunidades para muchos. Tanto así que, si mirábamos el pasado (1990), cuando comenzaron los “malditos” treinta años –el estallido revolucionario tenía por lema, “no fueron CLP$ 30 (de alza en el pasaje del metro), fueron 30 años”–, 1 de cada 2 chilenos era pobre. En 2018 la relación era 1 de cada 11. De acuerdo a un informe de la OCDE ese mismo año al comparar los ingresos de los hijos respecto a sus padres, se observaba una baja probabilidad de que el hijo de un padre perteneciente al cuartil de menores ingresos se mantuviera en el mismo nivel y que la probabilidad de que ascendiera al cuartil de mayores ingresos era alta. Al punto que, a pesar de los últimos tres años, Chile sigue siendo uno de los destinos predilectos de quienes escapan de las garras del socialismo del siglo XXI.

Educación, educación y educación. Esa era la fórmula del éxito que transformó a los liceos emblemáticos en el alma de un Chile fundado en la meritocracia, espina dorsal del modelo chileno. No fueron pocos los presidentes que se educaron en el Instituto Nacional, como Jorge Alessandri Rodríguez y Ricardo Lagos Escobar. Pero, en los tan vilipendiados mejores treinta años de nuestra historia, poco a poco, la verborrea comunista se fue apoderando de las aulas donde el alma se hacía carne. Así fue como los liceos emblemáticos cayeron bajo el peso del martillo del odio y el resentimiento que los profesores inculcaron a sus alumnos. Una cajera de supermercado me comentó una vez sobre su hijo, estudiante del Liceo José Victorino Lastarria: “¡El niño tiene 15 años y es comunista! Yo no trabajo duro para que le laven el cerebro en el liceo. Yo quiero que estudie y llegue más lejos que sus padres”. Estaba desesperada.

Así fue como la crisis del 18 de octubre de 2019 encontró su cuna en el Instituto Nacional, del que salieron hordas de estudiantes idiotizados por las baratas fórmulas de la utopía marxista a destruir el transporte público y amparar la revolución violenta de agentes nacionales y extranjeros. Un par de años antes de nuestra explosión revolucionaria los jóvenes estudiantes –la mayoría proveniente de establecimientos de excelencia– lideraron, en calidad de marionetas del Partido Comunista de Chile, movilizaciones que exigían una educación gratuita y de calidad. Al comprobar que lograban la genuflexión de la clase política que les enseñó que, con violencia, es posible exigir y lograr lo imposible, siguieron adelante hasta ocupar cargos políticos y fundar un partido, el Frente Amplio, espejo de Podemos. La consumación del camino hacia el poder se produjo en las últimas elecciones presidenciales; es de esos tiempos convulsos que surge la figura del nuevo Presidente de un Chile sin alma. ¿Y qué es lo primero que hizo el joven luchador que tanto luchó por una educación de calidad, aunque nunca se esforzó por tener un título universitario? Retirar las 139 querellas por “Ley de Seguridad del Estado” contra presos del estallido.

Es notable la coherencia y el descaro de este grupo de marionetas del PCCh que, podemos afirmar con bastante seguridad, en poco tiempo se va a sacudir de ellas para construir un escenario propio que permita a los comunistas hacerse del poder total.

Pero mientras tengan una causa común, en este caso la nueva Constitución, frenteamplistas y comunistas estarán unidos. Es seguro que, en esta primera etapa, trabajarán incansablemente para que el pueblo –atontado por las promesas de una vida mejor– apruebe el Frankenstein que han diseñado los constituyentes. Enumeremos algunas de las maravillas legisladas para dar a Chile un alma nueva que termine por destruir la unidad territorial, la igualdad ante la ley y la democracia mientras consolida privilegios para nuevas castas de humanos que, por su mera condición de nacimiento, merecen vivir de los demás. Revisemos la legislación ya aprobada por el pleno en la Convención.

Chile es un Estado Regional, plurinacional e intercultural conformado por entidades territoriales autónomas. El Estado ya no se organiza solo en Regiones. Ahora habrá: regiones autónomas, comunas autónomas, autonomías territoriales indígenas y territorios especiales. Cada Región Autónoma establecerá su organización administrativa y funcionamiento interno en el marco de sus competencias fiscalizadoras, normativas, resolutivas y administrativas, y tendrá capacidad de establecer contribuciones dentro de su territorio, además de crear empresas públicas regionales.

Se consagra la existencia de un “pluralismo jurídico”. El Estado reconoce los sistemas jurídicos de los pueblos indígenas, los que, en virtud de su derecho a la libre determinación, coexisten coordinados en un plano de igualdad con el Sistema Nacional de Justicia. Puede haber muchos sistemas jurídicos, tantos como pueblos originarios. La función jurisdiccional podrá ser ejercida no solo por jueces, sino que por autoridades ancestrales indígenas. Asimismo, se regirá por los principios de paridad y perspectiva de género. Los tribunales, cualquiera sea su competencia, deben resolver con “enfoque de género”. Esto, evidentemente, compromete la imparcialidad y juicio ciego que debe caracterizar a la justicia.

Finalmente, para que la desigualdad se haga carne, los pueblos y naciones preexistentes al Estado deberán ser consultados y otorgar el consentimiento libre, previo e informado, en aquellas materias o asuntos que les afecten en sus derechos reconocidos en esta Constitución.

Solo queda esperar que los amantes de la democracia, la república y la libertad aprendamos la lección: el alma de un país son sus escuelas. Si las dejamos en malas manos, no habrá futuro ni para los viejos ni para las generaciones por venir.

Este artículo apareció por primera vez en el Blog de Fundación Disenso, y en nuestro medio aliado El Bastión.

Vanessa Kaiser

Es periodista titulada de la Universidad Finis Terrae y doctora en Filosofía y Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC). Durante los últimos años ha desarrollado su carrera académica convirtiéndose en directora de la «Cátedra Hannah Arendt» de la Universidad Autónoma de Chile y, de forma paralela a su labor docente e investigadora, es una divulgadora muy activa de las ideas liberales a través de sus columnas en el portal chileno El Líbero y de su trabajo como directora del Centro de Estudios Libertarios. Es, entre otras, concejal por la Comuna de Las Condes (Santiago Chile).

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