“¿Habría crecido tanto Noboa después del debate si no hubiera desarrollado un intenso trabajo en territorio desde el inicio de su campaña —recurriendo en gran medida a las mismas prácticas clientelares que caracterizaron a las campañas presidenciales de su padre—?”.
Tal y como preveía la mayoría, el Ecuador volverá a las urnas para elegir presidente en una segunda vuelta. Si a nadie le cabía duda de que el binomio correísta tenía asegurada su plaza en el balotaje, nadie tampoco podía anticipar que sería Daniel Noboa quien competiría con los ungidos del Amado Líder.
Y es que hace dos semanas, incluso Yaku Pérez parecía tener más opciones que el hijo del cinco veces candidato a la presidencia, Álvaro Noboa. Pero en escenarios tan volátiles e inciertos nada está escrito sobre piedra.
A toro pasado todo parece obvio, pero incluso con los resultados en mano resulta complicado explicar lo sucedido este 20 de agosto. Por ello mi objetivo aquí es más modesto, y sólo pretendo lanzar algunas reflexiones iniciales.
Empiezo por el correísmo. ¿Realmente existió la posibilidad, en algún momento, de que consiguiera la victoria en primera vuelta? Salvo algunas encuestadoras de dudosa imparcialidad y cuestionable rigurosidad metodológica, ninguna le daba a Luisa González el 40% de votos válidos necesarios para ganar en primera vuelta en los días previos al asesinato de Fernando Villavicencio.
Es bien sabido que, tanto los indecisos como los nulos se van reduciendo conforme se acerca el día de la votación, por lo que, si hubo alguna fecha en la que González rozó el 40% en alguna encuesta, fue al inicio de la campaña, cuando la proporción de votos válidos ya decididos es menor. Un voto tan fiel y, en cierta medida, tan ideológico, se decide antes que cualquier otro. Conforme se acercaba la elección, la proporción de indecisos que lograba captar la RC era naturalmente inferior al del resto de agrupaciones políticas. En ese escenario, resultaba ingenuo esperar algún repunte del binomio correísta que lo salvara de la segunda vuelta sin un cambio de estrategia.
Desde el correísmo se ha argumentado que el asesinato de Fernando Villavicencio detuvo e incluso revertió la tendencia creciente de Luisa González. Si hacemos abstracción del hecho de que el margen de crecimiento de la RC es inversamente proporcional al del resto de candidatos conforme se acerca el día de la elección, dicha tesis podría tener algo de sustento, pero no por las razones que aduce el correísmo.
En primer lugar, el asesinato de Villavicencio pudo haber acelerado el decrecimiento de los indecisos e incluso forzar a muchos anuladores del voto a repensar su decisión (el porcentaje de votos nulos se redujo en esta elección en comparación con la anterior y con el promedio histórico). El asesinato de un candidato presidencial convirtió a éstas en algo más que unas elecciones extraordinarias, y la gente vio en su papel de votantes algo más que una incómoda obligación.
Como ya se dijo, la mayoría de estos indecisos estaban fuera de la órbita inmediata de captación de la RC, por lo que el resultado natural fue el estancamiento y la reducción relativa del apoyo al binomio correísta.
Relativa porque conforme aumenta el universo de votos válidos, el peso del voto correísta se reduce y su porcentaje decrece, aunque no hayan perdido realmente electores. Haciendo una analogía, si vierto un litro de agua en una botella pequeña, ésta se llena, pero si vierto ese litro en una botella de mayor capacidad, ésta no se llenará, a pesar de que la cantidad de agua sigue siendo la misma. Al inicio de la campaña, la botella siempre es más pequeña que al final. En pocas palabras, la mayoría de los indecisos se iba a terminar decidiendo con o sin el asesinato de Villavicencio, aunque seguramente sin tanto sentido de urgencia.
Ahora bien, incluso si es que el número de potenciales votantes del binomio correísta se haya reducido, es poco probable que esto se debiera al convencimiento de estos de que el correísmo tuvo algo que ver con el asesinato de Villavicencio. Aquellos que podían cambiar su voto durante la campaña, el llamado “voto blando” del correísmo, difícilmente lo iban a hacer porque las acusaciones infundadas lanzadas por algunos simpatizantes de Villavicencio les hayan convencido.
Me parece más probable que la sensibilidad de muchos electores los haya llevado a descartar un eventual apoyo al correísmo después de escuchar al ex presidente Correa acusar a la “derecha” de matar a Villavicencio para perjudicar a su candidata.
Si es que entre el voto duro a González y a Villavicencio existe un votante moderado que busca huir de la polarización política, éste no va verse seducido por discursos de odio y graves acusaciones gratuitas e irresponsables.
Indudablemente, el voto de la alianza Construye-Gente Buena creció a raíz del vil asesinato de Villavicencio, pero es absurdo pensar que lo hizo a costa del correísmo. Si al correísmo le perjudicó el asesinato de Villavicencio fue más por su propia reacción que por los ataques sufridos.
En línea con este razonamiento, la abrupta caída en la intención de voto del correísmo que anunciaban alegremente algunos —sugiriendo incluso que González podía quedarse fuera de la segunda vuelta— tampoco se produjo. Al final, Luisa González alcanzó un porcentaje de voto muy similar al de Andrés Arauz en 2021, y que es el que le pronosticaban la mayoría de encuestas.
En resumen, el correísmo ni avanza ni retrocede; se ha estancado en ese 25-30% del electorado que representa su voto duro.
Ahora bien, por el lado de Noboa, el análisis es más complejo. ¿Cómo hace un candidato para crecer del 5% al 25% en poco más de una semana?
La mayoría han coincido en que el debate fue determinante. No cabe duda de que Noboa dejó una grata imagen con su participación en el fallido debate organizado por el CNE, pero lo mismo ocurrió hace dos años con Pedro José Freile y su votación final no llegó al 5%. Xavier Hervas también brilló en aquel debate, pero, a diferencia de Freile y Noboa, él contaba en aquella ocasión con una considerable estructura partidaria detrás suyo —la de la Izquierda Democrática—.
En este punto creo que es más pertinente plantear algunas preguntas antes que precipitarse a ofrecer explicaciones que pequen de ingenuas.
¿Habría crecido tanto Noboa después del debate si no hubiera desarrollado un intenso trabajo en territorio desde el inicio de su campaña —recurriendo en gran medida a las mismas prácticas clientelares que caracterizaron a las campañas presidenciales de su padre—?
¿Habría captado a tantos indecisos —y probablemente a algunos ya decididos— sin la prolongada caída de Otto y el previsible fracaso de Yaku sin Pachakutik?
¿Habría sido capaz de posicionar su imagen y su mensaje en el posdebate sin el oneroso gasto en publicidad en el que, inteligentemente, incurrió a partir del 13 de agosto?
¿Perjudicó a los competidores de Noboa el voto homenaje al sucesor de Villavicencio?
¿Quería el Ecuador realmente un “Bukele ecuatoriano” como Topic o estaban los electores esperando la irrupción de un perfil más moderado como el de Noboa?
Queda mucha tela por cortar acerca del fenómeno Noboa, pero es claro que un crecimiento tan vertiginoso no puede atribuirse a un único factor como el buen desempeño en un debate.
Y aunque la segunda vuelta se le presenta cuesta arriba al correísmo, el propio Noboa nos ha recordado que nunca nada está dicho en este país.
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