La realidad es apabullante, lo mismo que las ideologías.
Debo confesar que hace poco me inscribía en la línea económica de los heterodoxos. Cercano a los keynesianos economistas del desarrollo que promueven una mayor intervención estatal como forma de “gobernar los mercados” hacia realidades más equitativas.
Son prácticamente irrebatibles sus argumentos de como la intervención estatal convirtió en grandes potencias económicas a Inglaterra en el siglo XVIII, EEUU en el siglo XX, los tigres asiáticos en los noventas, y a China en la actualidad.
Sin embargo, esas intervenciones fueron exitosas en contextos de industrialización y esas políticas son válidas solo bajo la teoría del valor trabajo. Ni el contexto ni la base teórica prevalecen hoy: la industria como la conocíamos llego a su fin, y el trabajo obrero es cada vez más escaso en la producción a escala.
No quiero decir que la ideología del “libre mercado” sea correcta. No hay nada más regulado que los mercados financieros que tanto defiende esa teoría. Es innegable que los grandes monopolios de la salud, los seguros, la educación, la construcción y las finanzas, son creados artificialmente a través de un sinnúmero de regulaciones que en la práctica impiden la competencia. Solo es echar un vistazo rápido a los presupuestos estatales para reconocer que esos grandes monopolios se tragan cada año la gran mayoría de los presupuestos del Estado como monstruos insaciables.
Los promotores del libre mercado son de dos tipos: o son ideólogos ciegos que confunden un racionamiento antiguo con la realidad evidente, o se lucran de esos monopolios a los cuales defienden con sus mitos y leyendas económicas. Los unos abundan en la academia colombiana, los otros en los altos cargos gubernamentales cooptados por monopolios privados.
Debemos reconocer que el rol del Estado ha cambiado desde la Guerra Fría. Los Estados se convirtieron en estructuras de contratación que no hacen nada por sí mismos, solo administran los recursos que los privados ejecutan. Creer que los gobiernos hoy pueden planear el largo plazo, ejecutar recursos de forma armónica e integral, o siquiera cumplir con objetivos medianos de gobierno es simplemente un espejismo.
Los políticos se dedican a vender a los votantes intereses particulares como si fueran el interés común para luego cobrar un porcentaje de intermediación más o menos standard sobre los dineros gestionados en las arcas del Estado a favor de sus verdaderos clientes y patronos: aquellos que pagan sus campañas y los elevan al olimpo de la opinión publica. Aumentar los recursos del Estado hoy solo significa enriquecer más a los mismos contratistas.
Quien dirige el destino de los países hoy es el sector privado. Es precisamente por esto que necesitamos urgente una nueva ciudadanía que no se encuentre disciplinada por la educación tradicional, sino que sea crítica ante las injusticias, analítica ante las realidades, y capaz de movilizar soluciones, políticas, y ejecuciones presupuestales capaces de generar economías más productivas, menos rentistas y más justas. Esto implica ciudadanos que no solo sepan identificar a los gobernantes comisionistas sino también a sus dueños en el sector privado. Expandir la tarea de la veeduría ciudadana hacia el sector privado es inaplazable.
También es urgente crear una nueva ola de empresarios productivos que se inserten en los conocimientos y las lógicas de la nueva economía: la economía colaborativa que permite menos consumo, pero más acceso; menos desperdicio, pero más uso; menos trabajos repetitivos, pero más posibilidades de innovar y resolver problemas reales de los territorios. Debemos crear una nueva ola de empresarios éticos que se reconozcan como parte de un sistema donde el progreso de todos es precondición para su propio crecimiento en el mediano plazo.
Es ahí donde la apuesta de generar habilidades acordes con el futuro del trabajo y de la economía se vuelve indispensable. El primer curso del IBSER: “movilización social por el derecho a la ciudad” quiere precisamente crear esas nuevas ciudadanías capaces de caracterizar los principales problemas de la mayoría de los ciudadanos e identificar soluciones tecnológicas a los mismos. Soluciones donde todos pueden participar. Herramientas como los análisis de problemas sociales, la movilización por redes sociales y la creación de contenidos audiovisuales también se enseñan en este curso por considerarlos vitales en la formación de una opinión publica generada desde la misma ciudadanía.
El mundo no va a cambiar, está cambiando. No ha llegado el fin de la historia, se está escribiendo la nueva historia. Quien no participe activamente de ella será un esclavo de la misma.