La opereta, género menor de la ópera, es también sinónimo de lo “tragicómico”, como las dos a las que asiste el país en medio de la pandemia y la violencia.
La del ELN no es de hoy. Su ideología es mescolanza de marxismo–leninismo y teología de la liberación, y la tal dispersión de su estructura es una narrativa con la que han engañado a los gobiernos desde Belisario. Mientras unos son terroristas, narcotraficantes y apoyan a Maduro, otros hablan de paz, culpan al gobierno y movilizan la opinión a su favor.
Otros actos de la opereta: una carta de alta seguridad filtrada a los medios como confesión de su falta de unidad; una alerta del embajador cubano sobre un atentado del que sus huéspedes del COCE, supuestamente, nada saben –pobrecitos, están divididos-, y la financiación en Ecuador al candidato de Correa y el Socialismo Bolivariano.
¿Qué se traen? Ablandar al gobierno para regresar a la selva, cerca de Venezuela, donde tienen sucursal protegida, para seguir delinquiendo y, mientras tanto, seguir negociando.
La opereta de las Farc no es diferente. Tres años sin reconocer, devolver ni reparar nada, mientras unos salieron a fundar la Nueva Marquetalia, a cuidar sus negocios ilícitos, también con sucursal venezolana, y a seguir incendiando al país; y otros -“los comunes”- se quedaron en el Congreso, descarados incumplidores atacando al Gobierno que ha cumplido lo que se puede del Acuerdo del Nobel.
De pronto, se adjudican el asesinato de Álvaro Gómez y otros magnicidios, y días después son imputados por la JEP por “crímenes de guerra”, aunque sin consecuencias, pues ni a renunciar a sus curules se ven obligados. ¡Criminales de guerra haciéndonos las leyes!
Otro buen día, con una emotividad que no tuvo para asesinar y secuestrar, Timochenko le escribe a su socio y, casi con lágrimas en las letras, le ruega a Santos reunirse con Duque para salvar el Acuerdo. Días después, reconoce ante la JEP que planearon atentar contra Santos, quien le responde con una carta mezquina en la que se declara “conmovido” con Timo y afirma que no le parece “antiético” asesinar a un presidente. ¡Vaya!
Desconociendo su pecado frente al narcotráfico, se despacha contra Duque y, con el apoyo de Vivanco y el senador Leahy, izquierdista gringo dizque demócrata, lo culpa de todos los males, acusándolo de falta de liderazgo, de incumplir el Acuerdo y de ignorar sus esfuerzos de paz.
¿Qué se trae? Desacreditar al gobierno y montar a la centro-izquierda en la campaña electoral con De la Calle y Cristo mostrando ganas, para gobernar cuatro años en cuerpo ajeno y terminar el mandado a “los comunes”, mientras defiende en el mundo ¡la legalización de la droga!
Opereta al lado de la tragedia en Buenaventura, Tumaco, Chocó, Cauca, Nariño, Catatumbo y el país infestado de narcotráfico y violencia que nos dejó el adalid de la paz.
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