Los auditorios estaban abarrotados y la luz frontal no daba ninguna oportunidad para ver la cara de los espectadores. El miedo de no saber lo que sucedía en la oscuridad misteriosa donde de vez en vez, un sonido daba indicios de vida humana. Sin más, y conteniendo en lo más alto la atención de los espectadores, la lectura terminó y el auditorio estalló en aplausos. Aun levitando, los espectadores reconocieron sin excepción alguna, la presencia de un hechicero ante sus ojos. El acto hipnótico se dio en el momento más importantes de sus procesos creativos, cuando las dudas acechaban sin cesar y el miedo de estar invirtiendo todo sin saber qué podrían lograr.
Truman Capote y Gabriel García Márquez desarrollaron ese hechicero que nombra Nabokov como la única herramienta que hará grande al escritor. El poder de la palabra lo construyeron desgarrándose las vestiduras a solas, frente a la máquina de escribir y la hoja inclemente que los hacía delirar cada vez que un párrafo no se ajustaba a lo que estaban buscando, cada vez que la historia tomaba un rumbo diferente. Era la década de los sesenta, Gabo había dejado su antiguo trabajo en la agencia de publicidad y se había encerrado por un año a escribir Cien años de Soledad. Un acto heroico que todos ahora aplaudimos pero que en aquel tiempo, era el caminar sobre una cuerda floja que tendía a romperse. A diferencia de Capote, quien no sufrió de problemas económicos pero sí de un desequilibrio emocional que se agudizó durante los últimos dos años de los seis que duró la construcción de A sangre fría. Estaban destinados a escribir esas novelas y no habrían dejado esa empresa aunque la muerte los alcanzara una mañana cualquier con el teclear desesperado.
Si bien es cierto que el escritor no escoge los temas sino son los temas quienes escogen al escrito, habría que decir que estas novelas fueron un desgaste mental y físico que acabarían por dejarlos por un buen tiempo sin un principio claro para seguir la carrera de escritor. Por una parte el escritor norteamericano aportaría la novela de no ficción y el de Aracataca, la novela histórica y este es uno de los aportes más importantes que éstas novelas pudieron brindar. Ambos estaban convencidos del éxito de sus novelas, ambos sabían que algo bueno se avecinaba con la escritura enloquecida que llevaban día tras día, pero solo se consolidó dicha idea cuando se enfrentaron ante el auditorio lleno de personas que esperaban ansiosamente la lectura del primer capítulo de tan sonadas novelas. Este hecho del cual no se habla tanto, es la génesis de una confianza que se estaba perdiendo de apoco ante tanta encrucijada que la novela les planteaba.
Diría Márquez sobre este hecho:
Me senté a leer en el escenario iluminado, la platea con “mi” publico seleccionado, completamente a oscuras. Empecé a leer, no recuerdo bien qué capítulo, pero yo leía y leía y a partir de un momento se produjo tal silencio en la sala y era tal la tensión que yo sentía, que me aterroricé. Interrumpí la lectura y traté de mirar algo en la oscuridad y después de algunos segundos percibí los rostros de los que estaban en primera fila y al contrario, vi que tenía los ojos así- los abre muy grandes- y entonces seguí mi lectura muy tranquilo reamente la gente estaba como suspendida, no volaba una mosca cuando terminé y bajé del escenario, la primera persona que me abrazó fue mercedes, con una cara- yo tengo la impresión que desde que me casé que ese es mi único día que me di cuenta que mercedes me quería- porque me miró ¡con una cara!… Ella tenía por lo menos un año de estar llevando recursos a la casa para que yo pudiera escribir y el día de la lectura la expresión de su rostro me dio la gran seguridad de que el libro iba por donde tenía que ir.
Truman Capote que gozaba de gran fama por su vida farandulera, generó la misma sensación en el público dos años antes que Gabo. Era 1964 cuando leyó en el Potry Center en Manhattan el primer capítulo de A sangre fría y un reportero de Newsweek escribió sobre aquel hechicero: “Como el de un fabulista de la vieja escuela, creando con la voz y la palabra una especie de encantamiento, haciendo oír, ver, sentir y palpar. Trazó todo un panorama del destino de los condenados”.
El 30 de mayo de 1967 a eso de las once de la mañana, Gabo terminó Cien años de soledad y a mediados del mismo año, se publicó. A sangre fría salió ya en forma de libro en 1966- aunque algunos dicen que en 1967-. El poder de la palabra, el hechicero que tenían por dentro los llevó a la construcción de un mundo inigualable, capaz de brindarle al lector una vida que no ha podido vivir y eso, es suficiente para entender el poder de esas novelas. Después de eso, Márquez gozó de la fama que no tenía y Capote, se hundió en un delirio, en una melancolía por la muerte de sus dos personajes, por la desaparición de eso por lo cual había trabajo tanto. Fueron fieles a su idea principal y al límite geográfico de sus novelas. Mientras Gabo todo lo situó en Macondo con énfasis en la casa de los Buendía, Capote se limitó a Kansas. Todo debía ocurrir en la casa de los Buendía y terminar allí, como todo debía abrirse con Holcomb y finalizar entre los mismos trigales que abren la novela.
Es absurdo decir que después de estas dos novelas no hay nada más, hemos sido testigos de reconocimientos a grandes obras que tienden otro puente para entender la literatura y la realidad. Pero lo que es cierto, es que tanto Márquez como Capote, abrieron el camino para que otros autores pudieran construir sus obras sin la necesidad de repetir. Sin embargo, se debe a una rigurosidad y constancia que logró superar cualquier adversidad, cultivar el hechicero que llevaban por dentro. Este año, tanto Cien años de soledad como A sangre fría-con la inseguridad de la fecha- cumplen cincuenta años.
“Escribir libros es un oficio suicida. Ninguno exige tanto tiempo, tanto trabajo, tanta consagración en relación con sus beneficios inmediatos. No creo que sean muchos los lectores que al terminar la lectura de un libro se pregunten cuantas horas de angustia y de calamidades domésticas le han costado al autor esas doscientas páginas, y cuanto ha recibido por su trabajo…” Gabriel García Márquez.