La ciudad del “Animal”

Muchos eran son

Capaces de matar

por sentir el cuerpo de una pelada bajo el cuerpo

así sea a las malas adornada de sangre y lamentos

Helí Ramírez; “La colina II” (1976; P. 10); En la parte alta abajo.

 

El argumento que propone Víctor Gaviria en “La mujer del ‘Animal’” es demasiado tenso y no da oportunidad al espectador de escapar al sentimiento de indignación y ¿por qué no? , de culpa que causa el rapto y sometimiento que padeció Margarita Gómez, quien fue la víctima en la vida real y da el testimonio principal para sacar adelante la historia.

Con un impecable trabajo fotográfico a cargo de Rodrigo Lalinde: víctima y victimario sobreviven en la parte alta de la ciudad; en la periferia rural-urbana donde se reproduce el ambiente sórdido que padecen quienes habitan el caserío (asentamiento Nueva Jerusalén dónde se rodó la película), que en 1974 fue el barrio Popular (territorio original dónde Margarita Gómez vivió su mayor pesadilla).

¡Hay que revaluar al Minotauro!  Entre tantas sensaciones que suscita el impactante filme, surgen preguntas: ¿la relación anómala que se da entre el centro y la periferia es la que gesta a ese “animal” que, cual figura mítica accede y puebla con instinto asesino aquellos intersticios que hoy conocemos como fronteras invisibles?, ¿han sido los “animales” los que poseen infamemente a la mujer y fundan a los nuevos territorios? Es decir, ¿todo centro hegemónico inicia con un rapto y una violación para después mistificar el acto atroz a través de una crónica poco verosímil?…

O quizás, como Andrés Upegui lo plantea en el siguiente blog: “a las anteriores, se podrían también agregar otras explicaciones. Por ejemplo, las de tipo psicoanalítico, que mostrarían –subyacentes bajo este relato y sus personajes– la manifestación desnuda de comportamientos animales primarios e instintivos, en los cuales se confunden las pulsiones eróticas con las tanáticas de dominación y violencia del macho sobre la hembra”.

La atmósfera y el estilo con que se narran los hechos lleva a pensar en la mejor escuela del cine documental latinoamericano, hablo de “El chacal de Nahueltoro” (1964), un clásico que en su momento sacudió a la sociedad chilena. Miguel Littin, su director, ofrece un espacio para la conversión de José Valenzuela, “el Chacal”, quien después de asesinar a su mujer y a sus hijos es detenido y juzgado. Así el “Chacal” entra en un período de expiación  y concienciación de los móviles que lo llevaron al crimen: miseria e ignorancia, producto del abandono. Mientras que en “La mujer del ‘Animal’” la diferencia es fundamental: pues Libardo Ramírez vivió y murió sin ley. En este sentido, Gaviria ha sido enfático en decirle a otros medios periodísticos que no hay justificación para hacer daño a un ser humano y más aún cuando se trata del abuso sistemático a las mujeres: “(…) llegó un momento en el que me di cuenta de que el mal no se humaniza, es un ser que existe entre los hombres, que no es de matices, va de frente y se regodea de ser el mal. Encarnar el mal era mucho mejor”.

La obra, entre diálogos, da una ligera información que permite caracterizar a ese “Animal encarnado” que se gestó en medio de la tensión entre el centro y su discurso inoperante y la periferia instintiva. Al parecer, Libardo Ramírez llegó a Medellín debido al desplazamiento forzoso; venía de Argelia, un pueblo ubicado al oriente de Antioquia que limita, entre otros, con el río Samaná y el pueblo de Sonsón. Siendo muy joven, Libardo Ramírez fue atacado junto con su padre que muere asesinado. A partir de este momento el cree ser invencible, pues  decían que “estaba rezado”. Lo anterior es un mito que en el pasado alimentaron los camajanes y que los criminales, supersticiosos por su ascendente cultural, siguen alimentando.

Hablando del “Animal” que nos frecuenta, nos seduce o nos tortura; según la RAE, se utiliza como adjetivo la palabra “animal” para designar a la “persona de comportamiento instintivo, ignorante y grosera”. Por este comportamiento fue que a Libardo Ramírez le apodaron “Animal”; por su conducta y por la carencia de cualquier vestigio de sensibilidad. Fabio Restrepo, que lo conoció en persona lo retrata así en su novela Verdugo de verdugos:

“(…) era el más adulto del combo. Se mantenía sin camisa mostrando su físico porque sabía que todos se lo admirábamos. Era alto, de espalda ancha y pecho prominente. Tenía brazos musculosos. Por su buen aspecto parecía una persona confiable. Era simpático y formal. Sabía robar. No era grosero pero sí capaz de matar. Era el menos odiado de los ladrones, pero su mujer le tenía miedo. Tarzán le pegaba como por deporte. Se aprovechaba del pánico que ella tenía. Para Tarzán, ella no era su mujer: era un juguete que aguantaba todos sus estados de ánimo, era una víctima. Se le notaba cuando la abrazaba afuera de la casa. Los ojos de ella parecían alerta a sus constantes cambios de genio, aunque su sonrisa tratara de ocultar la tormenta que soportaba”.

Desde una cumbre verde y terracota, esmaltada por un río serpenteante que genera sensualidad y tensión al filme; la cámara observa con expectativa desde las casuchas de madera y cartón hacia el centro hegemónico que indiferente se mantiene agitado por la intensidad y vitalidad que ofrece la velocidad de los motores y el resplandor de las luces eléctricas, mientras que en el caserío se fundan las pequeñas tragedias de las polis colombianas en medio de la soledad, del desasosiego y la extrema pobreza ocasionada por el destierro.

 

P.D. El amplio auditorio estaba casi vacío. Éramos quizás unas veinte personas y noté que la mayoría de los asistentes eran mujeres. La cinta comenzó a rodar; la imagen y el sonido se unificaron para generar en el cuarto a oscuras esa maravillosa sensación que produce el séptimo arte y con escasos minutos pude entender que “La mujer del ‘Animal’” es la pieza de arte con mayor factura y cuidado que a la fecha haya realizado Víctor Gaviria. Aunque lastimosamente no esté contando con el merecido y necesario acompañamiento de los espectadores a las salas de cine. A pesar de ello, la película ha contado con el favor de la crítica nacional y con una excelente aceptación por parte de los festivales internacionales como lo son el de La Habana, y el de Cataluña.

Olmer Ricardo Cordero Morales

Pertenezco a la llamada “Generación Perdida”; la de aquellos que crecimos en medio de la guerra del narcotráfico contra la sociedad en las décadas de los años 80's y 90's. Soy lo que yo denomino un "medellinologo", es decir, un investigador urbano que se ha dejado atrapar por una ciudad tan compleja como lo es mi ciudad, a la cual todos sus poetas y escritores le han cantado con una profunda mezcla de amor y odio.