La obediencia y la coacción son dos problemas capitales de la filosofía política contemporánea. De ellos, siguiendo al filósofo Isaiah Berlin en los inicios de su famoso artículo “Dos conceptos de libertad”, se deriva el problema de la libertad. En concreto, el problema de caracterizar el concepto de libertad, del cual están documentados “más de doscientos significados”. En este conocido trabajo, Berlin presenta dos novedosas acepciones relativas a la libertad: la libertad en su sentido negativo y en su sentido positivo.
En primer lugar, por libertad negativa se entiende aquella que remite al espacio en el que un individuo puede actuar sin que otros se lo impidan. En la praxis, la consecución de esta libertad por una multiplicidad de individuos se topa con numerosos problemas ya que, como es bien sabido, “la libertad de unos depende de la contención de otros”. Se muestra necesario, por tanto, alcanzar un “compromiso práctico” que asegure este valor sagrado que es la libertad. Pero existe una disparidad de opiniones sobre cómo llevar a cabo este compromiso. Berlin distingue dos planteamientos: por un lado, los llamados “filósofos optimistas” como Locke, Adam Smith o Mill, defendieron la necesidad de delimitar ampliamente un territorio privado exclusivo de cada individuo. Por otra banda, autores más conservadores como Hobbes, apoyan el mayor control posible de la autoridad estatal con respecto al territorio propio del individuo. A pesar de las diferencias entre ambas posturas, se observa que ninguna reniega por completo de la necesidad de un “ámbito mínimo de libertad personal”.
En su sentido positivo, la libertad se entiende como la capacidad de un individuo para gobernarse a sí mismo. Para ello, aquel que desee ser con plenitud su propio amo debe, en unos primeros momentos, conformar al “yo racional”, el yo calculador, como el dominante frente al “yo irracional”, el yo impulsivo. Así, frente al concepto negativo de libertad, donde el individuo debe alcanzar su libertad en la confrontación con elementos externos a él, en este sentido positivo, con el fin del autogobierno, el humano se encuentra en lucha consigo mismo. A este respecto se menciona una “retirada a la ciudadela interior”, esto es, el repliegue del sabio al interior de sí mismo para su autodominio. De este modo, Berlin pone de manifiesto la identificación de la libertad con la autonomía en su sentido más estricto, mediante la autonegación de aquellos deseos o impulsos cuyo cumplimiento está vedado y que, por ende, trascenderían la autonomía del individuo. No obstante, el excesivo empleo de este proceso de reclusión interior y de autonegación puede conllevar el suicidio como solución última, ya que tan sólo es en la muerte donde se puede lograr la liberación total.
Consecuentemente con el concepto de libertad positiva, el autor liberal incide en la necesidad, para evitar todo tipo de heteronomías y obtener la preciada autonomía, de guiarse a través de la razón crítica. Es a través del conocimiento racional como cada individuo debe comprender todo lo que le rodea para, en efecto, poder tomar las “riendas” de la situación sabiendo a qué atenerse. Esta es la llamada “doctrina positiva de la emancipación por la razón”. Así, los que defienden esta posición tarde o temprano se ven obligados a preguntarse por la posibilidad de constituir un Estado que actúe conforme a las mismas reglas racionales que el individuo. De esta manera, dado que la solución racional de un problema no puede encontrar frente a sí otra solución verdadera, es posible alcanzar un orden justo que satisfaga a toda persona racional. En realidad, por tanto, es la irracionalidad lo que lleva a un humano a oprimir o explotar a otro.
Este planteamiento, según el cual un Estado forjado exclusivamente a partir de la razón sería un Estado ideal, se encuentra con problemas como, por ejemplo, cómo conseguir que todos y cada uno de los humanos sean racionales. De esta dificultad que surge del intento de lograr que todos los ciudadanos sean racionales deriva la necesidad de coacción por parte del sabio racional (lo cual nos puede provocar ciertas reminiscencias platónicas). Como reitera, entre otros, Hegel, es una necesidad social que la parte racional de una sociedad coaccione a la parte irracional por el bien común de todos, un bien que es, a pesar de su desconocimiento por parte de los “irracionales”, racional. De esta forma, Berlin señala que lo que se inició con la búsqueda de la libertad individual, a partir del autocontrol racional, concluye en el argumento que pretendió justificar durante toda la historia a numerosas tiranías.
Berlin presenta otro enfoque erróneo que surge al confundir los conceptos de libertad e igualdad. Para ello, parte de la caracterización del individuo, el cual no es una especie de “razón incorpórea”, sino que es un ser social en la medida en que es lo que los demás piensan de él. Por este motivo, en realidad, lo que cada individuo molesto reivindica como “libertad”, no es más que el reconocimiento de su autonomía en cuanto humano, esto es, que se le tenga en cuenta. De esta confusión del “deseo de libertad con este ansia profundo y universal de posición y comprensión”, surge, por el sentimiento de pertenencia a un determinado grupo (ya sea una nación, clase social, raza, sexo…) la equívoca demanda de “libertad social” de este grupo. Todo esto a pesar de que, como efectivamente ha sucedido en numerosos casos históricos, la “libertad” de ese grupo pueda implicar la reducción de la libertad negativa propia.
En el siglo XIX, algunos liberales anticiparon que la libertad en sentido positivo descrito en los párrafos anteriores entra en serio conflicto con la libertad negativa. Aquellos abanderados que anteponen el “ideal de la autoperfección” (de los individuos, clases, naciones, razas…) a través de la errónea creencia en la existencia de una fórmula que aglutine en uno sólo todos los fines humanos, choca frontalmente con la prudencia del pluralismo (“que implica libertad negativa”) que reconoce la multiplicidad de los fines humanos. No se debe entender con esto que Berlin no reconoce la necesidad de alcanzar un compromiso entre ambas posturas, sino que sus demandas no pueden “satisfacerse completamente de forma simultánea”. En virtud de lo dicho, no podremos considerar que una sociedad es libre, como indica la tradición liberal, hasta que “solamente los derechos, y no el poder, se consideren absolutos” y que se asegure la existencia de “fronteras, que no están trazadas de forma artificial, dentro de las cuales los humanos son inviolables”.
Otras columnas del autor: https://alponiente.com/author/alejandrovillamoriglesias/
Comentar