Dios salve a la Reina

Fuente: BBC

Fue así como el gobierno británico pretendió aplicar al Coronavirus la lógica simplista con la que llegó al poder, y se chocó con la dura realidad de que el populismo al gobernar no es tan rentable como en campaña, y que, en la mayoría de los casos, tiene consecuencias nefastas.

La crisis por la que atraviesa la humanidad ha desnudado la fragilidad de una especie que por siglos se sintió todopoderosa, y en particular, ha puesto a prueba a los líderes a lo largo y ancho del orbe. En el Reino Unido la pandemia se ha desarrollado en forma novelesca, casi como una obra de Shakespeare. Cuando comenzó a hablarse del Coronavirus allá a mediados de enero, el gobierno encabezado por Boris Johnson adoptó una posición caricaturesca, basándose en una teoría de la “inmunidad de la manada”, según la cual, para la abrumadora mayoría de las personas que contrajeran el virus, este sería una enfermedad leve de la que se recuperarían rápidamente, por lo que el 60% de la población británica debería contagiarse para conseguir una inmunidad en la sociedad y controlar el brote a largo plazo.

La comunidad científica rechazó enérgicamente esta posición y publicó un informe señalando las consecuencias devastadoras que llegarían, de no tomarse medidas drásticas frente al virus rápidamente. El pronunciamiento de los científicos y la explosión del virus fueron una bofetada de realidad para el gobierno, que tuvo que echar para atrás su teoría y tomar medidas severas como la cuarentena. Sin embargo, el Reino Unido pagó un alto costo por el tiempo que perdió para prevenir el azote de la pandemia: más de 750 muertes y 14.500 casos confirmados, entre los que se cuentan la Ministra de Salud, el Príncipe de Gales, el Secretario de Salud y el propio Primer Ministro Boris Johnson.

Ahora, vale la pena recordar que el señor Johnson se consolidó en el poder sobre las islas británicas como el gran ganador del Brexit. Como buen populista, el actual primer ministro dio una explicación simplista a un tema muy complejo, y la repitió hasta que la gente se la creyó. Buscando mantenerse en el poder, los conservadores metieron al Reino Unido en un proceso sumamente complicado, sentaron una posición clara en el enredo que armaron, y ganaron. La gente votó por lo que entendía, aunque ello fuese solo la mitad de la historia.

Uno de los grandes argumentos de los Pro-Brexit fue decir que los inmigrantes europeos eran una carga económica para el Reino Unido; sin embargo, un estudio de economistas de la Universidad de Londres reveló que estos inmigrantes habían aportado 20 billones de libras esterlinas a las finanzas públicas, ya que la mayoría de los trabajadores que llegaban del continente a las islas británicas eran altamente preparados (que ellos llaman “high skilled workers”). Adicionalmente, los tratados de la UE permiten vetar a ciudadanos europeos que permanezcan determinado tiempo en un país sin contribuir y beneficiándose de su seguridad social, la normativa permite vetarlos de colegios, sistema de salud, etc. Por otra parte, según cifras del Migration Observatory, la mayoría de los inmigrantes en el Reino Unido no viene de Europa, sino de países del Commonwealth como India, Pakistán y Jamaica.

Económicamente, el Brexit implicó la salida del Reino Unido del mercado interior europeo, destino de la mitad de las exportaciones británicas. ¿Cómo reemplazar este mercado sin fronteras, con tratados de libre comercio con países a miles de kilómetros de distancia? Además, la salida de la Unión Europea obliga al Reino Unido a renegociar 731 acuerdos internacionales que hizo la UE durante décadas con países de todo el mundo y de los cuales no puede beneficiarse al no ser parte de ella.

Otro de los argumentos esgrimidos fue que no querían obedecer reglas impuestas desde Bruselas. No obstante, la bancada británica era una de las más grandes del Parlamento Europeo, y en realidad eran ellos quienes ponían reglas para todo el continente. El Reino Unido ya no tendrá influencia desde adentro de la UE, no tendrá jueces en la Corte, ni miembros en el parlamento, ni asiento en la comisión para el primer ministro. Su influencia excepcional se veía reflejada en múltiples condiciones especiales que tenía como estado miembro y que favorecían sus intereses (como mantener su moneda y no hacer parte de la zona Schengen), y en el poder que tenía para imprimir su visión en políticas clave para toda Europa. Históricamente, pareciera que los ingleses tienden a separarse cada vez que sienten amenazada su soberanía, como hizo Enrique VIII hace cinco siglos, al separarse del Papa y el Vaticano, fundando la Iglesia Anglicana.

El Brexit amenaza incluso la integridad del propio Reino Unido, precipitando su disolución por la independencia de Escocia y la unificación de Irlanda. Inflamados por vientos de nacionalismo, los ingleses, buscando una supuesta independencia a nivel internacional, lo que hicieron fue poner en riesgo el Reino y perder el poder que tenían dentro de la Unión, pasando de ser legisladores, a observadores externos. Ese nacionalismo, que alguna vez fue una fuerza que integró y unificó clanes y tribus fragmentadas culturalmente bajo banderas y símbolos comunes, hoy es la principal fuerza reaccionaria y divisoria, que amenaza con pulverizar las naciones que en algún momento ayudó a cimentar.

La mayoría de los desafíos del siglo XXI son globales: cambio climático, terrorismo, tráfico de armas y personas, el poder de las multinacionales, pobreza, inequidad, y ahora más que nunca: pandemias. Separándose de la UE, el Reino Unido disminuye su capacidad de responder a estas amenazas. Europa unida es más poderosa y efectiva para encontrar soluciones conjuntas a crisis como la desatada por el Coronavirus. Desaparecer fronteras abre puertas para construir y aprender de otros. El mundo hoy no está para individualismos.

Fue así como el gobierno británico pretendió aplicar al Coronavirus la lógica simplista con la que llegó al poder, y se chocó con la dura realidad de que el populismo al gobernar no es tan rentable como en campaña, y que, en la mayoría de los casos, tiene consecuencias nefastas.

De esta crisis saldremos, y seremos muy diferentes a lo que éramos cuando entramos. Ojalá más responsables, más solidarios y más conscientes de lo importante que es elegir buenos líderes. Merkel, Trudeau, Macron y otros han demostrado la importancia de la experiencia, la sensatez y las decisiones basadas en la evidencia al gobernar. Mientras tanto, en lo que al Reino Unido respecta, como dicen ellos “que Dios salve a la Reina”.

Esteban Jaramillo

Abogado, Master en Administración Pública de la University of Nottingham. Me apasiona la política, la literatura y la protección de la naturaleza. Transformarse uno mismo antes de transformar la sociedad.