Dios, el primer gran hermano de la humanidad

Orwell acertó a la hora de plantearnos un futuro hipervigilado, pero ¿y el pasado? Si observamos con atención las diferentes corrientes religiosas actuales y algunas otras extintas, encontraremos que, el gran hermano, tal y como lo plantea Orwell, ya se manifestaba de maneras incluso más radicales que las actuales cámaras y sistemas de recolección de datos en smartphones


 

Vigilancia, control, seguimiento, ¿ha necesitado siempre el ser humano algo o alguien que ejerza control sobre él para no desbordar su comportamiento? ¿o hay una necesidad inherente en nosotros que busca de manera obstinada controlar a los demás? Cualquiera que fuese la razón, es evidente que las sociedades humanas se han visto siempre jerarquizadas y que se ha subyugado a multitudes completas a intereses de uno u algunos, el ejercicio del poder ha estado siempre presente sea por reyes, emperadores, líderes, presidentes, figuras religiosas como chamanes, sabios, gurús y, aunque menos pensado, dioses.

Orwell en su novela nos presenta al gran hermano como un personaje que puede estructurarse como un conjunto organizado que busca de manera insistente y rígida, establecer una vigilancia continua sobre los demás para ejercer el control sobre ellos, el control se establece en términos de una normativa que se debe cumplir y que el transgredirla conllevará siempre una serie de castigos, en términos conductistas, el ejercicio de un condicionamiento.

Dicho condicionamiento se ejerce de manera clásica en tanto hay un castigo que completa el ciclo de conducta – castigo o conducta – recompensa, sin embargo, la vigilancia pasa a establecerse no como un generador de castigo, sino como un condicionante simbólico del poder ejercido sobre el individuo y, bajo la forma de pensamiento de Foucault, la subyugación de la sociedad bajo el ejercicio de un poder que condiciona el inconsciente y aliena el comportamiento.

Continuamente se piensa a Orwell y a su novela como un hito en el análisis de una sociedad que se empezaba a establecer y que 1984 sería el vivo ejemplo de cómo las sociedades se estructurarían en un futuro en el que, los gobiernos u otro tipo de mandatos que se tuviesen establecidos controlarían cada uno de nuestros movimientos y ejercerían sobre la civilización completa el poder de establecer sus propias pautas de comportamiento.

Las leyes, las normas, los estándares de vida han establecido hace mucho ciertos lineamientos de vida y comportamiento, hoy aún más evidente es el control y la capacidad que tienen otros para seguirnos y saber cada cosa de nosotros, hay una digitalización masiva del ser humano y las cámaras se encuentran ahora en todo lado, sea para controlarnos o vendernos una nueva aspiradora, estamos constantemente vigilados ¿Quién no ha hablado de sombrillas con un pariente y se le han abarrotado las redes sociales de publicidad en sombrillas y elementos relacionados?

Orwell acertó a la hora de plantearnos un futuro hipervigilado, pero ¿y el pasado? Si observamos con atención las diferentes corrientes religiosas actuales y algunas otras extintas, encontraremos que, el gran hermano, tal y como lo plantea Orwell, ya se manifestaba de maneras incluso más radicales que las actuales cámaras y sistemas de recolección de datos en smartphones.

Tomemos al cristianismo, por ser una de las principales corrientes religiosas del mundo, el Dios del cristianismo plantea un libro de leyes en el cual explica las formas de comportamiento aceptadas para obtener la recompensa del cielo o al contrario, al desobedecerlas, recibir el castigo del infierno, el condicionamiento se hace evidente nuevamente, pero con un agravante, el poder se ejerce de manera perfecta pues al contrario de la capacidad física que ofrece el evadir un sistema de cámaras, la vigilancia se hace psicológica y tras el establecimiento de los rituales de retroalimentación (como el orar diario, dar gracias a dios por los alimentos o antes de dormir) se trae a la conciencia constantemente la recompensa – castigo por las conductas diarias.

El ejercicio del poder cristiano como analogía del gran hermano se impone más sobre el origen conductual del ser humano, la mente, implantando una idea que gira en círculos, apoyada en la repetición de rituales, todos los días en la mente de sus creyentes, alienando no solo su comportamiento, sino también su pensamiento, sometiéndolos de manera inconsciente a un estilo de vida determinado y subyugando cualquier idea contraria que pudiese surgir.

Para que el establecimiento de la hipervigilancia psicológica de Dios sea aún más efectivo, se propone entonces un ser todopoderoso, omnipotente y omnisciente, que está en todas partes y ve todo lo que hacemos día y noche, sin escapársele ningún segundo de nuestra existencia y mucho menos, un pensamiento, así, se instaura pues una vigilancia ineludible que permea la conducta aun el día de hoy, de millones de personas alrededor del mundo.

¿Querría pues dios que la gente le obedeciera bajo condicionamiento, es decir, en contra de su voluntad genuina? Esto queda a la opinión de cada uno, en cuanto a mí sospecho que los intereses tras estos mandatos divinos no son diferentes a los que vivimos en la actualidad, la necesidad humana de ser controlados y de controlar a los demás y ejercer el poder para recibir beneficios y ventajas políticas, económicas o psicológicas.

Cualquiera sea el caso, Orwell acertó, para el futuro y el pasado, para la esencia del ser humano y quién sabe, quizás hasta la esencia de algún dios.

Filanderson Castro Bedoya

Psicólogo de la Universidad de Antioquia con énfasis en educación, formación empresarial y salud mental, educador National Geographic, escritor aficionado con interés en la historia, la política y la filosofía, amante de la música y la fotografía.

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