Dignidad bajo fuego

En el siglo XVIII Immanuel Kant formuló una de las ideas más poderosas de la filosofía moral: “Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu propia persona como en la de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como un fin, y nunca simplemente como un medio”. La segunda versión del imperativo categórico funda la noción de dignidad humana como algo absoluto, por encima de cualquier precio o utilidad. Para Kant, el ser humano no puede ser reducido a instrumento, ni sacrificado en nombre de cálculos políticos, militares o económicos. Esa dimensión de la dignidad humana es la raíz de lo que hoy llamamos derechos humanos.

Más de un siglo y medio después, tras el Holocausto, Theodor W. Adorno comprendió que el principio kantiano de la dignidad debía traducirse en un nuevo imperativo. En Dialéctica negativa, escribió que “el nuevo imperativo categórico es obrar de tal modo que Auschwitz no se repita, que no ocurra nada semejante”. Ya no bastaba con el respeto abstracto por la humanidad; la historia había demostrado que era posible aniquilarla. Por eso, Adorno añadió un mandato de memoria y acción: nunca más la repetición de lo intolerable.

Pero ¿cómo se materializa ese nunca más? Hannah Arendt nos dio una respuesta inquietante, que el mal puede ser banal. No surge únicamente de monstruos excepcionales, sino de personas corrientes que dejan de pensar, que obedecen órdenes, que se acostumbran a la violencia. El mal prospera allí donde el juicio crítico se suspende y donde la dignidad del otro se vuelve irrelevante.

Ese recorrido de Kant a Adorno y Arendt nos conduce a Gaza donde la situación humanitaria ha alcanzado niveles catastróficos. Cerca del 90 % de la población de Gaza, aproximadamente 1,9 millones de personas, ha tenido que abandonar su hogar; Se estima que más de 65.000 palestinos han muerto y la crisis alimentaria es igualmente devastadora. Gaza se encuentra en fase 5 del IPC, el nivel más alto de emergencia alimentaria, que implica hambre extrema y muertes por inanición. Actualmente, más de 500.000 personas viven en condiciones de hambruna, sin acceso regular a alimentos ni agua potable. Cada niño, cada mujer, cada hombre muerto en Gaza desmiente la promesa de que el respeto a la dignidad humana es universal.

La filosofía no da recetas inmediatas, pero sí nos señala un horizonte. Kant nos recuerda que cada vida importa por sí misma. Adorno nos exige organizar nuestro pensar y actuar para impedir la repetición del horror. Arendt nos advierte que la indiferencia es cómplice del mal.

¿Y nosotros, qué podemos hacer? Podemos empezar por informarnos de manera crítica, más allá de la propaganda o los titulares superficiales. También podemos apoyar a las organizaciones humanitarias que están llevando ayuda en medio del desastre. Es fundamental exigir a nuestros gobiernos, locales y nacionales, que tomen una postura clara y actúen por un alto al fuego. Y, sobre todo, debemos cultivar una sensibilidad que no se acostumbre a la violencia ni a la deshumanización de ningún grupo humano.

La dignidad humana y la vida son principios inviolables que deben conmovernos y movilizarnos. Si permanecemos indiferentes, Gaza será otro nombre en la lista de horrores que juramos no repetir como humanidad. El imperativo de nuestro tiempo, como escribió Adorno, es claro: que Auschwitz no vuelva a ocurrir. La pregunta es si estamos dispuestos a hacer lo necesario para que Gaza no se convierta en su eco.

Daniel Bedoya Salazar

Estudiante de Filosofía UdeA
Ciudadano, creyendo en la utopía.

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