En los procesos de paz siempre se pone en práctica el noble arte de saber maniobrar las crisis. A veces, estos procesos se convierten en una sucesión acumulativa de crisis, que, encadenando coyunturas críticas erosionan la confianza y echan al traste la oportunidad de acordar una salida negociada al conflicto armado. Pero las crisis no son iguales. Pueden ser crisis que enfrían la Mesa y la introducen en un estado de hibernación; o son crisis ardientes que la consumen hasta reducirla a cenizas gélidas. En piezas fosilizadas para el deleite de los historiadores y politólogos del futuro.
Y con el ELN nunca será la excepción, nunca, no solo porque es la guerrilla con más experiencia en procesos de negociación en la historia reciente de la humanidad -un récord que ningún otro actor armado le disputa-, sino porque -con el trasfondo de entablar un diálogo con un Gobierno que se precia de izquierdista- el proceso de paz que se reactivó con bombos y platillos a finales de 2022 cayó en las fronteras del distanciamiento por cuenta de múltiples desavenencias e inconformidades.
Creería que el punto de partida de ese distanciamiento se dio hacia octubre de 2023 cuando el ELN optó por no participar en el mecanismo de monitoreo y verificación del cese al fuego bilateral; así, se puso en entredicho la continuidad del cese una vez concluido. El distanciamiento se siguió ensanchando en medio de acusaciones cruzadas; los elenos venían manifestando su malestar por lo que consideran como una arremetida del paramilitarismo en anuencia con elementos de la Fuerza Pública en sus zonas de influencia, ese tipo de acusaciones, bastante graves, nunca fueron abordadas -al menos, de forma pública- por el Gobierno o su delegación en la Mesa.
A esto se sumaron los infaltables “problemas de comunicación” en temas muy sensibles -como los del secuestro y el Fondo Multidonante- y confrontaciones públicas que en nada contribuyeron a renovar la confianza entre las partes. Por un lado, el primer comandante del ELN, Antonio García, asumió una actitud de confrontación twittera con Petro, Otty Patiño y el que sea que se le atravesara, dicha actitud solo enrareció el ambiente y generó confusión, y aunque García no está formalmente sentado en la Mesa, su rol como la viva encarnación del ethos eleno es incuestionable y así lo refrendó la misma guerrilla en su VI Congreso.
Por otro lado, el Gobierno le fue perdiendo ritmo al diálogo, a pesar de su centralidad en la política de Paz Total, la implementación de los acuerdos parciales no ha constituido el centro gravitacional de las prioridades, el “Gabinete de Paz”, la instancia responsable de coordinar todas las apuestas ministeriales en matera de paz recién se está reglamentando; tampoco se cuenta con una agenda legislativa orientada a darle un desarrollo normativo a lo que se vaya acordando -y eventualmente se pueda acordar-; y el llamado a la movilización, tan necesario en el presidente para darle oxígeno a sus reformas sociales, no ha encontrado en el proceso con el ELN un punto de referencia.
No se puede desestimar tampoco el impacto que generó la instalación de la mesa con el Frente Comuneros del Sur. Ese fue un “sapo” difícil de tragar para los elenos; tal vez, convencidos de que formaba parte de una estrategia de infiltración para desintegrar sus frentes de guerra y desmantelar su “sagrada” unidad de mando. Pero el presidente no le copió a ese reclamo y prefirió darle continuidad a un proceso que seguramente le augura una fotografía para la historia.
En fin, la crisis se tornó acumulativa y erosionó la confianza a tal punto que para muchos no resultó sorpresivo que los elenos resolvieran el “debate en caliente” y pusieran un bombazo que sacudiera el estado de hibernación de la Mesa. Otra expresión del famoso ultimátum. Fue inevitable volver la vista al 17 de enero de 2019. En esas estamos, sin saber qué sigue o cómo sigue. Algo que con el ELN nunca será una excepción.
Pensando en escenarios posibles, entre lo más inmediato se encuentra restituir la confianza entre las partes, y eso pasa, por definir el rumbo que seguirá el diálogo; es decir, si la Mesa se convierte en una instancia de naturaleza humanitaria enfocada en salvaguardar un cese al fuego bilateral, si este acaso es retomado; o si avanza en puntos sustantivos del Acuerdo de México, convocando a las víctimas para que asuman un rol más protagónico y proactivo; o si se hace un llamado a la sociedad civil para que rodee el diálogo más allá del Comité Nacional de Participación (CNP) -que ya demostró ser solo un apéndice acrítico de la Mesa- blindándolo de intereses electoreros cortoplacistas.
Lo cierto es que no hay una ruta clara o una receta para aplicar sobre la base de las buenas prácticas. Solo hay una certeza: las crisis seguirán siendo parte del paisaje. No hay procesos de diálogo que no impliquen crisis. La clave está en saberlas gestionar para que no se vuelva acumulativa, se debe obrar con sensatez y prudencia. Mucho más en un diálogo que no ha llegado a un anhelado punto de no retorno, ¿y lo logrará en lo que resta del Gobierno Petro? Me permito dudarlo. Pero eso ya es tema para otra columna.
*En la Plataforma de seguimiento al proceso de diálogo entre el gobierno y el ELN -Isegoría- se puede encontrar una amplia serie de análisis, columnas, boletines, documentos académicos, y reportajes periodísticos relacionados con este proceso y la política de Paz total. Toda esta información se puede consultar en el sitio https://isegoria.udea.edu.co/
Comentar