Día VI:  Dolly y otros cuentos africanos – Conversaciones con el poeta Roberto Fernández Retamar 

Poeta, ensayista y promotor cultural son algunas de las facetas del cubano Roberto Fernández Retamar, quien desde sus primeros años de vida no ha parado un solo segundo en buscar un cambio social a través de la cultura. Por su labor honorífica ha obtenido múltiples condecoraciones y premios a nivel internacional; miembro del Consejo de Estado de Cuba, de la Academia Cubana de la Lengua y actual presidente de la Casa de las Américas es quizá uno de los intelectuales (vivos) más importantes del habla hispana. Desde Al Poniente tuvimos la oportunidad de conversar con él sobre diferentes dimensiones de la cultura; poesía, arte y revolución fueron los más mencionados. Por eso desde Al Poniente queremos invitarlos a leer esta serie de ensayos que publicaremos sobre el poeta Retamar y a que conozcan un poco más de su obra ya que hace parte de la historia literaria de América Latina.

CUARTO RELATO:

Dolly y otros cuentos africanos:
Tiempo después me contó que ella estaba en el hospital y se puso a leer la carta y encontró el poema, ella dice que de repente sintió como un bramido, alguien que estaba diciendo algo muy doloroso, y se dio cuenta que era ella al leer al poema.

 

Usted tiene un poema que dice: “En el Día de los Enamorados, el domingo, he despedido a mi amada”. El poema era para su hija que se iba para África con el novio, ¿quiere contarnos un poco la historia?

A mi amada

 En el Día de los Enamorados, el domingo, he despedido a mi amada.

Subió al ómnibus de la mano de su compañero,

Que en la otra mano llevaba una guitarra remendada.

Se sentaron sonrientes en el primer asiento: ella ocultaba su tristeza con un giro

de sus bellos ojos,

Y él estaba ya proyectando aventuras, cacerías, veladas con música.

Los rodeaban nuevos amigos que aún ignoraban que lo eran:

Iban a empezar a conocerse en un largo viaje,

Cambiando de avión en Madrid, en Roma, hasta llegar a su destino,

Su destino de médicos durante dos años.

Fui a buscar una flor, o al menos una hoja de árbol,

Para dársela como hacía cuando ella regresaba cada domingo a su beca.

Pero el ómnibus empezó a ronronear, y tuve que regresar de prisa.

Mi amada había descendido y me esperaba en la calle.

Apenas nos abrazamos. No teníamos tiempo. Quizás tampoco teníamos fuerza.

Regreso a su asiento. Movimos nuestras manos en el aire del mediodía.

Sé que lleva en su maletín dos dólares y unos centavos y una novela alucinada.

Confío en que le duren los tres días del viaje.

Luego empezará su otra vida, su otra novela, de médica en África,

De médica en Zambia, adonde mi hija ha marchado,

En el Día de los Enamorados, de la mano de su gallardo compañero de barba roja.

–Sé útil. Sé feliz. Este triste está orgulloso de ti–.

Te espero siempre, amada.

Mi hija era médica y se fue a África como medica internacional, muchos cubanos iban como combatientes a África y ella fue como médica y duró dos años. Nos escribíamos mucho y un día yo le envié el poema en una carta. Tiempo después me contó que ella estaba en el hospital y se puso a leer la carta y encontró el poema, ella dice que de repente sintió como un bramido, alguien que estaba diciendo algo muy doloroso, y se dio cuenta que era ella al leer al poema.

Realmente, fue un poema muy duro para ella. Era una muy buena lectora, hacia unas cosas muy bonitas; ella en la escuela leía los libros un año antes de que se lo obligaran a leer, de manera que, lo hacía por placer y no por obligación; leía y escribía muchísimo. Cuando regresó de África, le propuse publicar sus cartas, eran muy bellas, pero ella no me lo permitió.

Una vez me escribió una carta tremenda, titulada Dolly, Dolly era una enfermera de África, obviamente negra, que se llamaba Lufungulu y como su nombre era tan complicado, mi hija le dijo que la iba a llamar Dolly, como una “muñequita” que cuando ella era niña, deseaba tener; Dolly y mi hija se querían mucho, entonces  a Dolly la había retratado cuando se graduó de enfermera pero, las fotos solo se revelaron cuando mi hija vino a Cuba y se las envió.

Las fotos se las regresaron desde África a Laidi, mi hija, pero junto con las fotos estaba una carta de una persona que nos informaba que Lufungulu se había suicidado en la víspera de su matrimonio porque la querían casar con un hombre que ella no deseaba. Ese cuento fue muy doloroso, era un cuento en forma de carta y a partir de este, Laidi empezó a escribir.

Laidi escribió entonces un libro titulado Dolly y otros cuentos africanos, y bueno, se convirtió en escritora y dejó de ser médica. Escribe como una desatada, escribe mucho y muy bien; ha ganado muchos premios, el premio Alejo Carpentier, Distinción por la Cultura Nacional, y ahora en mayo está invitada a la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires, Argentina.

Mi hija siempre fue una médica muy devota, desde pequeña quería ser médica, e incluso, una vez un compañero me contó que una inyección se le había enquistado y tenía un hueco muy feo y yo estaba con mi hija y ella insistía e insistía en ver. Curiosamente, se volvió escritora y prefirió seguir ese rumbo, hoy solo es la médica de nosotros, de la familia y los amigos, ejerce solo en la intimidad y escribe como una desatada. Tiene muchos lectores y es muy admirada. Después de que regrese de Argentina, está invitada al programa con dos que se quieran de Amaury Pérez.

Es una escritora y la gente piensa que es porque es nuestra hija y, mi mujer es crítica de arte, yo soy ensayista, ninguno de nosotros ni escribe cuentos, ni escribe crónicas; o sea que no viene de nosotros, es propio de ella.

 

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