La conmemoración del 20 de julio es, como cada año, la ocasión para reafirmar nuestro apego a la libertad como una conquista social y para refrendar nuestro vínculo con la patria y sus instituciones. Como toda celebración histórica es un ejercicio de memoria e identidad que nos compromete a seguir buscándola y a procurar transformaciones que nos ayuden a consolidarnos como una colectividad grata y justa para todos.
La libertad ha motivado muchas batallas y en su búsqueda se ha derramado mucha sangre, aquí y en muchas latitudes. En Colombia, desde aquel viernes 20 de julio de 1810 en Santafé, cuando los criollos se cansaron de ser excluidos, hasta hoy, seguimos batallando para que compartir el territorio no sea una condena y que cada vez sea más estrechas las distancias y mayores las oportunidades, para que más gente tenga satisfechas las necesidades básicas.
El grito de independencia es el germen de la libertad. Esa que hemos logrado consolidar como un derecho colectivo en casi todos los lugares del mundo. La misma que enarbolamos los antioqueños en nuestro himno y la que reclamamos para el gobernador que elegimos popularmente, cuya detención seguimos considerando injusta y desproporcionada. La misma libertad que tantas veces hemos pedido para los secuestrados y los retenidos injustamente.
Nelson Mandela, uno de los inspiradores del movimiento mundial de Noviolencia, dijo que “Ser libre no es solo deshacerse de las cadenas de uno, sino vivir de una forma que respete y mejore la libertad de los demás”. Una invitación a comprometernos en ser guardianes de ese valor colectivo y procurar la libertad integral de nuestros semejantes.
La celebración anual del día de la independencia debería servirnos para recordar que hay muchas cadenas que nos atan al pasado y a la exclusión. Debemos seguir luchando para que nuestros jóvenes puedan estar libres de la esclavitud de las drogas y de la instrumentalización de los grupos armados ilegales; que no sean objeto ni trofeo de guerra, que no sea presos de la explotación sexual ni de ninguna otra; que nuestra sociedad entienda el valor profundo de la justicia, que entraña sentido de libertad; que ni el odio ni la ambición nos encadenen.
La libertad y la justicia para ser, deben estar siempre juntas, por eso el compromiso de todos debe ser tratar a los presos con dignidad. Eso implica mejorar considerablemente las condiciones en los centros penitenciarios y construir nuevos centros de reclusión que ayuden a solucionar el problema de hacinamiento, que es una de las expresiones de inhumanidad. En Antioquia avanzamos en esa dirección con la estructuración de proyectos penitenciarios subregionales que les garanticen dignidad a los privados de la libertad, con la esperanza de que más que universidad del delito, sean realmente espacios para la resocialización.
Esta fecha debe servir también para reconocer el sacrificio de nuestra fuerza pública en la defensa de nuestra libertad ante tantas amenazas, internas y externas. Son mujeres y hombres que arriesgan su vida por la de los demás y que representan uno de los bastiones de la democracia y de la posibilidad de vivir en sociedad. Ellos son también uno de esos hilos que nos unen con la historia de quienes levantaron la voz para reclamar nuestros derechos.
Un reclamo que debemos mantener vivo y en evolución, sin tener que recurrir a la violencia o al vandalismo. Cada vez ese reclamo debe estar más lleno de argumentos y de capacidad de escucha, de empatía, para que no nos lleve a las cadenas de la violencia, para que no seamos prisioneros del odio ni de la ira, para que no seamos objeto de uso para ideas o propósitos ajenos.
Sabemos que aún hay muchas conquistas pendientes, pero creemos firmemente en que el camino es la Noviolencia. Son muchas las inequidades, pero cerrar las brechas implica voluntad e inteligencia, una ruta más compleja que reta y emociona. Entre las cadenas que todavía nos atan como sociedad, una de las más fuertes está ligada al uso de la fuerza y de las armas, que nos convierte en instrumento de otros que se frotan las manos cada vez que la sangre se derrama porque viven del caos y se alimentan del odio.
El espíritu de la independencia, que está en el germen de la libertad, seguramente estará también como expresión colectiva de la esperanza en la construcción de nuestro sueño de futuro que avanza en la Agenda Antioquia 2040, a la que todos estamos invitados como ejemplo de no exclusión ni marginalidad. En eso estamos empeñados y seguimos recorriendo el territorio para escribir a muchas manos una historia que todos podamos celebrar.
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