Destellos de esperanza

Las masas de personas que recorrían las calles en las grandes ahora son solo sombras de lo que algún día fueron. Los pasos, los murmullos, las risas de los niños, el olor al humo del cigarrillo, el cantar de los pájaros, el semáforo cambiando, las bocinas de los autos, los atardeceres que se dibujaban en el cielo azul, las cortas conversaciones… todo esto pertenecía a nuestro día, pero apenas pudimos notarlo, ahora se desvanece en los recuerdos, ahora lo añoramos mientras pasa el tiempo.

El tiempo alcanza una importancia nunca antes imaginada, ahora puede medir la distancia que nos separa de unos y otros. Los recuerdos empiezan a pesar: las risas, las bromas, las voces, todo llega por momentos de lucidez a la mente recalcando con fuerza la ausencia, dejando a su paso abismos de melancolía, como las espinas de las  rosas que cada vez que se presionan hieren.

La única cura para estos momentos de añoranza terminan siendo los destellos de esperanza que se posan sobre el firmamento en medio de la oscuridad en la que estamos sumidos.

La penumbra se asoma en el horizonte y velozmente llega a la humanidad, que parece no ser tan diferente a la que se vio enfrentada siglos atrás a La Peste. En el reloj de arena continúan bajando los pequeños granos, pero ¿acaso no siguen vigentes las sensaciones y preocupaciones?, ¿no se desatan las mismas emociones que fácilmente nos dominan con desenfreno por la naturaleza de nuestra condición humana?

Como seres humanos sentimos miedo al vernos enfrentados a un enemigo microscópico, casi invisible, que ha arrebatado la vida de más de 123.358 personas en 192 países, dejándonos atónitos al no poder hacer nada para evitarlo.

Los esfuerzos han sido muchos, el trabajo de profesionales de la salud y científicos no ha dado  abasto, tristemente aún no se ha conseguido la cura para el virus, lo que por el momento deja en esta batalla contra reloj como único vencedor: el covid-19.

Lo que nos ha recordado este virus, es lo efímera que resulta nuestra existencia.  Alguna vez le oí decir a un astrónomo que “en el universo no hay nada eterno, las estrellas también mueren”, sin embargo los humanos parecemos tenerle un insistente temor a morir. La mortalidad es a veces una realidad que ignoramos, nos rehusamos una y otra vez a morir, perseguimos con desenfreno la oportunidad de hacer parte de la eternidad así sea solo en la memoria de otros.

Miedo que ha persistido en la historia de la humanidad. Los símbolos y ritos que hemos creado le otorgan posibilidad a aquella eternidad con la que soñamos, el reflejo de esto son las grandes pirámides y estatuas creadas en el imperio egipcio.

Pero no solo se puede ver allí,  La Peste de Albert Camus retrata muy bien la reacción del hombre ante la posibilidad inhóspita de morir en uno de sus apartados:

“Les entraba una especie de pánico al pensar que podían morir; ya tan cerca del final, sin ver al ser que querían y sin que su largo sufrimiento fuese recompensado. Así, aunque  durante meses con una oscura tenacidad, a pesar de la prisión y el exilio, habían perseverado en la espera, la primera esperanza bastó para destruir lo que el miedo y la desesperación no habían podido atacar. Se precipitaron como locos pretendiendo adelantarse a la peste, incapaces de ir a su paso hasta el último momento.”

Se precipitaron como locos pretendiendo adelantarse a la peste, incapaces de ir a su paso hasta el último momento, esta frase hizo un eco en mi mente, ¡vaya manía que tiene el hombre de querer dominarlo todo!

¿Habrá sido esta manía y la idea de superioridad absoluta la que ha hecho que hoy suframos la consecuencia de usurpar sin respeto alguno en la naturaleza atacando todas las formas de vida de esta?

Son muchos los interrogantes que debemos hacernos en medio de todo el caos que ha desatado la situación actual, pero ahora siendo conscientes de nuestra vulnerabilidad es el momento preciso para aferrarnos a la solidaridad y unión entre nosotros, a la esperanza de un cambio que evite que cuando todo esto acabe regresemos sin más a la “normalidad” que nos condujo a esto,  o bien como dice Tarrau en La peste: “ no todo se puede olvidar, ni aun teniendo la voluntad necesaria, y la peste dejaría huellas, por lo menos en los corazones.”

Sara Marín

Soy periodista de la Universidad de Antioquia. He trabajado en medios como el Colombiano y RCN Radio. Me gustan los temas políticos, internacionales, sociales e históricos y amo profundamente el oficio.