Las diferencias en cuanto al proceso de paz deben ser permitidas y sobre todo sin señalamientos de carácter discriminatorio y/o descalificadoras. La paz o la guerra se imponen como una mordaza sin argumentos a quienes objetan o reflexionan en torno a lo contrario. Y sí algún ciudadano se toma con responsabilidad el deber de leer y argumentarse para luego hacerlo ante los demás, merece e impone un lugar dentro de la participación a refutar y opinar en la sociedad.
Se habla de paz sin entender el concepto en su esencia, más a fondo. Se asume que la paz llega como por arte de una firma, inmediata. A su vez, se desconoce la concepción histórico-política de la guerra, ejemplo en los siglos XVII al XX (desde la guerra de los treinta años hasta la segunda guerra mundial) y cómo ésta formó Estados, y no por ello significa que sea buena y deba mantenerse, solamente que debe estudiarse cada término que hoy se presenta, en los discursos, alegatos y promesas contemporáneas.
Es fácil someterse al escarnio público. Sólo es proponer análisis. Viscerales posiciones se publican continuamente en las redes sociales y no por ello son malas, lo negativo es considerar que existen verdades universales y que la postura propia es la más acertada. Los axiomas críticos en contra de los designios políticos que se han dado o se vislumbran para el caso del postacuerdo en Colombia son necesarios y deben mantenerse, porque esto es lo único que puede generar oposición al poder.
Se deben felicitar a aquellos grupos, personas y arrojados que se proponen estudiar y revisar, y que de manera disciplinada levantan la mano para mostrar su punto de vista. Por más que se desee construir paz, el mecanismo debe ser desde el entendimiento de lo qué es y lo que implica, porque la realidad es y será muy distinta a los discursos que se venden desde el oficialismo. Las Farc están logrando su objetivo fundamental, el que siempre han buscado: poder. Por ello, las implicaciones y las dinámicas de la vida cotidiana una vez firmada la negociación, traerá más retos, oposiciones, nuevas violencias colectivas y sobre todo, se vendrá un escenario que siempre tendrá promesas incumplidas, ojos cegados y lejanías de la verdad.
Es necesario abogar por la institucionalidad, por esos actores que defienden al país, que no se van a extremos, que preguntan y responden. No se puede mentir desde las voces que generan opinión pública y desde los mismos medios de comunicación (algunos, sobre todo capitalinos) en que “llegó el fin de la guerra” o que “la paz ya empezó”, porque lo único que se logra es destruir la esencia misma de los significados y jugar con la inteligencia de aquellos que objetan.
Las negociaciones no proponen soluciones reales, el escenario de postacuerdo en cuanto a los problemas del país será el mismo sí el Estado no actúa de manera integral y efectiva en el territorio colombiano, mejor dicho sino cumple con su deber y no responde ante los inconvenientes, lo que se logrará es sacar a una élite (no toda su base) que ha sido actor del conflicto, pero la multiplicidad de conflictos serán reiterativos, dinamizados y nuevos. La incertidumbre es recurrente en sectores de la sociedad, sobre el cómo se afrontaran los problemas que vienen, pero la mejor manera que se ha encontrado desde ciertos sectores de la sociedad para aplacar cualquier pregunta, es con el descalificador adjetivo de “guerrerista”.
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