“Estar al servicio de la “sostenibilidad ambiental” es primero estar al servicio del consumismo y la producción en lugar de la naturaleza y sus seres vivos, incluyendo al propio ser humano”.
Uno de los momentos interesantes que pudimos vivir al inicio de la actual pandemia fue cuando empezaron a hacerse visibles los cambios en el ecosistema a causa de una disminución en diferentes actividades económicas y sociales de los seres humanos. Esta situación llegó al punto de popularizar y hasta hacer cliché la idea de que “el virus somos nosotros, la naturaleza está retomando su lugar”. Tal manera de pensar y de reaccionar sería de esperarse bajo la delicada crisis ambiental que desde hace décadas ha venido preocupando a todos los rincones del planeta y ha invadido el pensamiento colectivo.
La causa de esta crisis, bien conocida por todos, es el modelo productivo que durante siglos ha considerado el medio ambiente como su despensa, de donde obtiene todo lo que desea para la producción y el consumo; sin embargo, esta visión de la naturaleza como proveedora, no es propia únicamente del capitalismo moderno, sino que subyace en las raíces judeo-cristianas de la cultura occidental, que plantea que Dios, al crear al hombre, tuviese “dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves de los cielos, y sobre las bestias, y sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra” (Genesis 1:26).
El discurso hegemónico contemporáneo que ha venido a mediar entonces entre capitalismo y medio ambiente, como prometido salvador de la crisis, es el de la sostenibilidad ambiental. Este, además de ser un pilar de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, se encuentra en la mayor parte de la agendas políticas, económicas y sociales de todos los países del mundo, organizaciones internacionales y empresas que reconocen la dramática situación actual.
La sostenibilidad implica entonces ajustar el modelo socio económico de tal manera que ahora, a diferencia de épocas anteriores, se tenga en cuenta el impacto que tiene el ser humano sobre el ecosistema, junto con los efectos adversos para su propia vida y bienestar, como la contaminación atmosférica, de fuentes hídricas, el aumento de temperatura y de los niveles del mar, y todas las demás afectaciones conocidas. Es decir, ante una eminente catástrofe medio ambiental, causada por no tener en cuenta las consecuencias negativas que tiene la explotación de la naturaleza, se propone entonces un nuevo modelo productivo que esta vez sí tenga en cuenta los impactos sobre el ecosistema, de tal manera que sea viable en el largo plazo, es decir, sostenible.
Es por esta razón que me he acostumbrado a denominar estos enfoques de desarrollo sostenible, economías verdes, renovables, circulares y demás connotaciones como capitalismo 2.0. El orden capitalista ha evidenciado que su evolución se hacía insostenible en términos ecológicos, y que de seguir igual causaría la destrucción, en ultimas, del propio ser humano. Por esto ha introducido en su racionalidad el factor ambiental, de tal manera que pueda perpetuarse sin obstáculos, sin que la naturaleza “ponga problema”.
Sin embargo, esta inocente sostenibilidad no quiere decir otra cosa que perpetuar la depredación del medio ambiente, pero ahora siendo conscientes de su carácter limitado o no renovable y los efectos adversos sobre los seres humanos. Es saquear con miras al largo plazo, manteniendo la misma perspectiva de consumo y producción que nos ha llevado hasta este punto. Este ideal de sostenibilidad se ajusta perfectamente a las dinámicas propias del capital, en tanto que este no conoce limite, el ser humano se pone a sus órdenes para asegurarle recursos para su reproducción constante y sin fronteras. El ambientalismo y la protección a la naturaleza, bajo la perspectiva de la sostenibilidad, se constituye entonces no como un fin, sino tan solo como un medio para la perpetuación de las actitudes y comportamientos consumistas, productivistas y depredadores propios del ordenamiento socioeconómico. Estar al servicio de la “sostenibilidad ambiental” es primero estar al servicio del consumismo y la producción en lugar de la naturaleza y sus seres vivos, incluyendo al propio ser humano.
Esta idea puede evidenciarse en las veneradas formas innovadoras de economía circular, consistentes en reducir, reusar y reciclar, de tal manera que los productos, los materiales y los recursos se mantengan en la economía durante el mayor tiempo posible, reduciendo al mínimo la generación de residuos. Lo cual significa, en palabras de James O´Connor, poner al reciclaje al servicio de la obsolescencia programada; o en nuestras palabras: compras, reciclas, lo transformamos y te lo volvemos a vender.
Hablar de manera tan crítica sobre un concepto querido y hegemónico como la sostenibilidad ambiental puede ser controvertido y generar en el lector la duda sobre si acaso me opongo a la protección del medio ambiente y a las correspondientes medidas económicas para esto. Por supuesto que no. Lo que pretendo aquí es plantear una crítica al ambientalismo light, cínico, que mantiene una radical separación y alienación del hombre con la naturaleza. Esta visión, que en un primer momento veía al medio ambiente como su dispensa, ahora pretende verlo como una víctima que hay que cuidar, pero no se da cuenta que en tanto no cambie su cosmovisión y supere la radical división del ser humano con la naturaleza, continuará explotando uno y otro indistinta e indiscriminadamente.
Los individuos hacemos parte de la naturaleza. Ésta se encuentra por encima, alrededor y a lo largo y ancho de nosotros; como madre, nos ha dado la vida, y sin embargo, continuará existiendo el día que no estemos, ya que, en tanto podemos influir y modificarla, no somos ni su inventor, ni su dueño y señor. Por lo tanto, pretender vernos por encima (como siglos antes) o separados de ella (actualmente como cuidadores) es ignorar parte de la esencia propia de los seres humanos.
¿Cómo tomar entonces una verdadera postura a favor de la naturaleza, sin ser unos peones del capitalismo sostenible? Desde lo personal, considero fundamental un enfoque de coexistencia entre el ser humano y el medio ambiente. Bajo esta perspectiva, se reconoce que los individuos somos tanto parte del ecosistema a la vez que actores relevantes en su evolución y transformación. Lo esencial aquí es mantener siempre una postura de integralidad, donde ser humano y naturaleza constituyen cierta unidad, recordando que la vida humana en su desarrollo inevitablemente interviene e interactúa con el ambiente, lo cual no debe ser nunca de manera hostil o alienada como si esta nos fuera ajena, como si esta no fuera parte de lo que nosotros mismos somos.
Para apoyar estas ideas y darles un poco de concreción, quisiera traer tan solo un ejemplo, que demuestra la capacidad de tener una visión de integralidad y coexistencia con el medio ambiente. Me refiero entonces a la reconocida sentencia T-622 de 2016 de la Corte Constitucional que reconoce al río Atrato como sujeto de derechos con miras a garantizar su conservación y protección. Esta particular sentencia presenta en su contenido una valiosísima muestra de la posibilidad del ser humano de modificar su cosmovisión para desarrollar acciones en favor de la naturaleza, al abandonar una visión antropocéntrica y señalar que
(…) el respeto por la naturaleza debe partir de la reflexión sobre el sentido de la existencia, el proceso evolutivo, el universo y el cosmos. Esto es, de un sistema de pensamiento fundamentado en una concepción del ser humano como parte integral y no como simple dominador de la naturaleza permitiría un proceso de autorregulación de la especie humana y de su impacto sobre el ambiente, al reconocer su papel dentro del círculo de la vida y de la evolución desde una perspectiva ecocéntrica.
Este es tan solo un caso particular desde lo jurídico, que me parece ejemplifica perfectamente la posibilidad de avanzar como sociedad al tiempo que reconocemos nuestro rol en la naturaleza y su correspondiente responsabilidad, siempre en términos de coexistencia y adquiriendo además una perspectiva ecocéntrica. Y aunque efectivamente sea difícil pensar caminos alternativos (como señala el profesor Juan Carlos Monedero, nos es más imaginable conquistar nuevos planetas para habitar, consumir y contaminar, que cambiar seriamente nuestro modo de vida actual) será entonces nuestro deber, cada uno desde sus acciones y saberes, visionar cómo es posible la vivencia armónica entre individuo y naturaleza.
Para finalizar, quisiera resaltar que si queremos transformar efectivamente nuestra relación con el medio ambiente (en tanto somos parte de él), será sin duda necesario transformar en última instancia nuestras propias relaciones entre seres humanos. Si es cierto, como decía Schopenhauer, que la conmiseración con los animales está estrechamente ligada con la bondad de carácter y quien es cruel con los animales no pueda ser buena persona, entonces ¿qué clase de humanidad somos según el trato que le damos a todos los seres vivos que nos rodean -no solo a los domésticos? ¿cómo podemos pretender dejar de explotar la naturaleza si nos continuamos explotando entre nosotros mismos? ¿cuánta basura consumimos y arrojamos, no solo al ambiente, sino a nuestros cuerpos, mentes y almas? La lucha por la protección del medio ambiente es a la vez una lucha por la dignidad del ser humano en tanto miembro y parte activa de la naturaleza.
En cuanto el cuestionamiento no vaya al fondo del modelo de civilización que ha construido esta crisis ambiental, los paliativos alrededor del medio ambiente serán cínicos intentos de perpetuar un estilo de vida que ve la naturaleza como proveedora y no como madre.
Un gran artículo que merece ser leído por esta sociedad apestosa.