Desarrollo a la colombiana

“Las circunstancias socioculturales de cada país crearán el marco de las condiciones necesarias para un adecuado crecimiento económico, pero aún más importante, desarrollo.


No son nuevos para nosotros los conceptos “desarrollo” y “crecimiento económico”. Es bastante usual encontrarlos juntos, uno seguido del otro, es por esto que se tiende a confundirlos y considerarlos como sinónimos. Sin embargo, muchos se sorprenderían si supieran que no lo son e, incluso, quedarían boquiabiertos si se les dijera que, en ocasiones, uno puede ir en detrimento del otro. Para evitar este tipo de sorpresas y confusiones, entendemos al desarrollo como el interés que hay en las condiciones bajo las cuales se da la producción económica, (Peet y Hartwick, 2009, p. 2) y al crecimiento económico como la consecución de una economía de mayor tamaño (p. 2), más producción y capital. En otras palabras, el desarrollo se ocupa de las relaciones sociales afectadas por la producción (cómo vive la gente), mientras que el crecimiento económico se concentra en el estado de cosas que resulta de la producción.

Con esto, sabemos además que el tema económico forma una parte importante en toda política de gobierno. Producir, vender y consumir se han convertido en nuestro ciclo de existencia y las ciudades han sido las cunas que han visto emerger y madurar esta tendencia. Según datos del Banco Mundial (2019), el 80% de la población colombiana reside en estos centros urbanos. Para muchos estas cifras pueden ser positivas, pero para otros, en los que me incluyo, no lo son. El problema es que hemos dejado a un lado al campo colombiano; nos hemos enfocado tajantemente en la producción industrial y nos hemos olvidado de la riqueza que tiene lo rural. El manejo discursivo por parte de los grandes productores estatales nos ha llevado a pensar que la única vía de crecimiento y desarrollo es la industrial, la urbana, y hemos caído ciegamente en las promesas de países que llevan en su pasado procesos sociales, culturales y económicos muy distintos a los nuestros. Tal y como lo expresan Peet y Hartwick (2009), el modo de producción varía geográficamente (p. 5), más específicamente, las fuerzas y relaciones sociales y las instituciones cambian por territorio.

Por tanto, y como dice Chang (2004), “no puede haber una política idónea que todos deben utilizar” (p. 53). Las circunstancias socioculturales de cada país crearán el marco de las condiciones necesarias para un adecuado crecimiento económico, pero aún más importante, desarrollo. En mi opinión, Colombia debería apostarle más al campo y a la riqueza que este tiene por ofrecer, no solo en términos económicos, sino también sociales  (teniendo en cuenta el peso que el conflicto ha tenido en esta población). Por último, considero que el peso de la inversión ha tenido en esta población colombiana debe tornar de la industria (no porque esta no sea importante) hacia la educación y la investigación y desarrollo – para los cuales apenas está destinado el 4.503% y 0.237%, respectivamente, del PIB (Banco Mundial, 2018)– para así, dotar de oportunidades (siguiendo a Sen) a los demás sectores sociales y económicos, construyendo nuestras propias bases de desarrollo y crecimiento económico, alineadas con nuestra historia social y cultural, es decir, siguiendo nuestra propia “receta idónea”.

Susana Bejarano Ruiz

Politóloga con énfasis en derecho público.
Apasionada por la escritura, la comida y los museos. Mis temas de interés son el derecho constitucional, las teorías del Estado y las teorías sociológicas. Ambientalista hoy y siempre.

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