Democracia, mucho más que un voto

Sería fundamental entonces que cada ciudadano reconociese la posibilidad que tiene en sus decisiones cotidianas de construir una sociedad más democrática o no, a través de todo lo que compra, lo que consume, lo que apoya, lo que dice y lo que decide.


Los momentos de elecciones políticas suelen reavivar el interés y obligación hacia los valores democráticos. Se invita a participar de las votaciones como un deber ciudadano que cada uno ejerce desde su libertad y empoderamiento como sujeto político. No obstante, alrededor de este hecho está la crítica según la cual un simple voto no es suficiente para generar los profundos cambios que nuestra sociedad anhela. La discusión termina entonces cuestionando hasta la utilidad de las elecciones, llegando incluso al punto de señalar que no vivimos en una verdadera democracia o que ésta es profundamente ineficaz para nuestras problemáticas.

El propósito de esta breve reflexión es cuestionar aquella perspectiva reduccionista de la democracia como simples elecciones políticas, cuando en realidad podría y debería ser una actitud y una práctica mucho más cotidiana, en la medida que la voluntad del pueblo se expresa constantemente en diversidad de ámbitos y hechos.

Partamos de una definición básica y reducida de la democracia, considerándola como el gobierno del pueblo. Uno de los principales problemas que tenemos con la democracia es ubicarla en un contexto político particular y lejano, como si la política y la democracia perteneciesen a las alcaldías, gobernaciones, al Congreso y la Casa de Nariño. Lo principal que tendríamos que hacer es reconocer que la política, las relaciones de poder, se viven y se ejercen cotidianamente en todos los ámbitos de nuestras vidas. Aristóteles consideraba la familia como la primera unidad política de la sociedad (y los marxistas como la primera forma de opresión). Reconocer la política por fuera de las esferas institucionales tradicionales permite empezar a pensar la democracia por fuera de aquellos ámbitos y como algo que podríamos practicar cotidianamente en nuestras vidas.

Por otra parte, es fundamental a su vez desligar a la democracia de lo tradicionalmente considerado político. El gobierno del pueblo puede y debería vivirse en los demás ámbitos de la sociedad. Con esto me refiero a democracia en la economía, democracia en la cultura: el pueblo determinando y siendo dueño de sus decisiones y actos.

Esta democratización de diferentes espacios sociales no es algo nuevo o descabellado, lo solemos vivenciar, pero pocas veces con el nombre de democracia. Por ejemplo, cuando la sociedad ha querido rechazar o castigar ciertas prácticas o personajes, se hace un llamado para evitar consumir o comprar ciertos productos, apoyar a determinadas personas o reproducir algún comportamiento. Lo vemos con el movimiento ambientalista, donde se hace un llamado para que las personas dejen de consumir cierto tipo de productos contaminantes como pitillos, bolsas y demás; lo vemos con la cultura de la cancelación, donde ante algún escándalo o acusación se hace una exigencia de no apoyar a algún artista o personaje de la cultura popular; se hace con los emprendimientos y productos autóctonos, donde se invita y promueve la compra y consumo de ciertos productos. Estos son ejemplos de democracia en la economía, donde el pueblo manifiesta un interés compartido y actúa para materializarlo: la voluntad del pueblo se hace realidad en el mercado (cuando logra manifestar un interés común).

Casos similares suceden en la cultura, donde la sociedad manifiesta un interés compartido hacia alguna práctica. Sucede por ejemplo con los fenómenos contemporáneos de lo llamado “viral”, donde algún acontecimiento o producto cultural se masifica rápidamente, convirtiéndose en un fenómeno masivamente aceptado y reconocido por las mayorías. En esta medida también podría pensarse como la gran mayoría de géneros musicales tienen un elemento sumamente democrático, en tanto que nacen de las bases comunes y populares hasta llegarse a consolidar –e incluso imponer- como hegemónicos o mainstream.

Lamentablemente, así como podríamos pensar casos de democracia en las prácticas sociales, también pueden pensarse casos de dictadura u oligarquía, más allá de los espacios tradicionales de la política, según la lógica que hemos estado argumentando. Por ejemplo, es claro que las profundas desigualdades que vive Colombia y el resto del mundo corresponden a una oligarquía, donde unos cuantos poderes determinan el devenir de las decisiones económicas. Infortunadamente las personas suelen quedar con muy poco margen de decisión si quisieran imponer su voluntad sobre el mercado, y son más las ocasiones en que los poderes de ciertos actores en el mercado terminan consolidándose sobre los demás, logrando de esta manera la perpetuación y reproducción de desigualdades socioeconómicas.

Un ejemplo para el ámbito cultural es el oligopolio de las telecomunicaciones y la oferta de contenidos sobre la población. Es claro que en muchos casos son unos cuantos actores quienes se encargan de decidir qué es lo que la sociedad podrá ver y escuchar, construyendo –o hasta determinando- la opinión pública y la percepción que tenemos sobre los distintos acontecimientos y fenómenos sociales.

Podríamos continuar planteando ejemplos de prácticas democráticas y no democráticas en la sociedad, siguiendo la lógica argumentativa propuesta y saliéndonos de aquellos marcos estricta y tradicionalmente políticos en que ha sido encerrada la concepción de democracia. Pero finalmente el propósito de estas ideas es señalar que la democracia puede vivirse y aplicarse en multiplicidad de ámbitos sociales, en la medida que lo político no se limita a lo institucional, y la voluntad del pueblo puede materializarse en sinnúmero de espacios y prácticas. Si desligamos la democracia de aquella perspectiva reduccionista tradicional podrían pensarse escenarios mucho más amplios donde la voluntad general se imponga, y no sean unos pocos quienes determinen sobre las vidas y destinos de las mayorías.

Para concluir quisiera resaltar que toda práctica democrática, aunque responda a un nivel colectivo de acción y pensamiento, finalmente se reduce a una práctica de voluntad individual. Para que un presidente sea elegido por millones, cada uno de sus votantes tuvo que depositar su propio voto; para que un multimillonario se haga rico, cada consumidor tuvo que adquirir sus productos o bienes; para que un artista se haga mundialmente famoso, cada uno de sus seguidores tuvo que apoyar su carrera. Las prácticas democráticas inician con las prácticas individuales. Sería fundamental entonces que cada ciudadano reconociese la posibilidad que tiene en sus decisiones cotidianas de construir una sociedad más democrática o no, a través de todo lo que compra, lo que consume, lo que apoya, lo que dice y lo que decide. Todas las decisiones que tomamos en un ámbito social tienen repercusiones, aunque pequeñas y tal vez no lo notemos. Pero sin duda alguna, en el momento en que seamos más conscientes de las posibilidades democráticas que subyacen en nuestras prácticas cotidianas podríamos iniciar el camino hacia una voluntad común que construya sociedades más justas, sociedades como las que soñamos.

Juan David Montoya Espinosa

Economista y politólogo de la ciudad de Medellín, interesado por los temas sociales alrededor de la justicia, la desigualdad y la subjetividad capitalista; consciente del compromiso social que tengo, no solo por mi formación en las ciencias humanas, sino como ser humano que se construye y proyecta en la sociedad.

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