Del Transmilenio y otros demonios

Transmilleno, Transmi, Transmarrano… Todo apunta a lo mismo: uno de los placeres habituales de los habitantes de la capital cuando se trata de desplazarse por la ciudad. La experiencia supera las aventuras de Odiseo regresando a Ítaca: por $2650, es plausible disfrutar de conciertos en vivo; sermones de las siete palabras motivando a brindar una ofrenda en nombre de “un dios que todo lo ve”, y de pequeños “emprendimientos” donde nos venden una historia por producto: entre más dramático sea el chisme, más posibilidad hay de bajar bandera.

Entre los atractivos más afamados que conlleva el uso de este maravilloso medio de transporte, se encuentran: emplear estrategias innovadoras para ingresar a las estaciones sin pagar el pasaje y sin que la Policía descubra el acto; percibir a metros de distancia la presencia de algún timador o (en el caso del gremio femenino) encarar a algún acosador sin perder la vida en el intento. De manera que estar en Bogotá es sinónimo de librar diariamente una batalla para sobrevivir.

A esto se le suma otra novedad que hasta hace poco se ha implementado: la recarga digital. Antes nos era descabellado pensar en la posibilidad de recargar la Tarjeta Tullave, si no era en los puntos de recarga ubicados en las tiendas de barrio o en las mismas estaciones de Transmilenio. Esto convertía en tediosa la estadía en los paraderos, ya que era necesario hacer una fila extensa para comprar los pasajes y otra para ingresar a la estación.

Hace unos días tuve la oportunidad (o infortunio) de acceder a este servicio debido a los afanes que implica tener que madrugar sin poseer saldo en la tarjeta verde. Eran aproximadamente las ocho de la noche y la estación de Transmilenio “más cercana” no es tan cercana como se lee. Así que ingresé a la página web (recargasweb.tullaveplus.gov.co); diligencié un formulario especial con datos personales que solicitan y luego me topé con que la transacción por la plataforma PSE tiene un costo adicional de $600. Me sentí pudiente, así que acepté la condición a cambio de completar lo de tres días de pasajes.

No obstante, minutos después recibí un correo de agradecimiento por parte de la plataforma indicándome que el paso a seguir para culminar con el proceso de recarga consistía en acercar la tarjeta a alguna de las tres máquinas especiales (una de color rosado; otra de color azul y otras que se hallan en los buses duales), cuya función es validar la recarga digital dentro del saldo total de la tarjeta. Ante la posibilidad de ver reflejados los seis pasajes una vez tomara el alimentador y deslizara la tarjeta en una máquina de color y forma similar a las que mencionaban en el correo, opté por hacer caso omiso a la notificación.

Más me llevé la sorpresa del siglo cuando al día siguiente se escabulló la ficha verde entre mis manos y escuché una voz robótica diciéndome: “Recargue la tarjeta antes de la siguiente subida”. ¿Entonces qué carajos hice la noche anterior? Me temí que esos pesitos hubieran sido abudineados de la manera más absurda posible.

No tuve de otra que recargar nuevamente con el valor de los pasajes del día (unos cinco mil pesos del alma) y de paso devolverle el favor al sistema por llevarme hasta el paradero final de ese alimentador, sin dejarme varada a las cinco de la mañana. Tan considerados. Y por andar haciendo favores me quedé nuevamente sin saldo en la tarjeta.

Dispuesta a mentarles la madre a los de Transmilenio por su infructuoso servicio, llamé a la línea de Tullave cuando (por obra y gracia del espíritu santo) pude regresar a casa unas horas más tarde. La respuesta de la entidad fue clara: es necesario validar las recargas digitales directamente en las estaciones o en algunas tiendas Oxxo. Le pregunté a la asesora encargada de mi caso sobre el estado de las recargas digitales cuando no se vive cerca de alguna estación. No supo resolver la pregunta.

Así que, ¿adivinen quién tuvo que caminar unas quince cuadras hasta la estación “más cercana” a su casa para finalmente ver reflejada la recarga digital en su tarjeta? Cabe mencionar que dichas máquinas especiales se encuentran mayoritariamente dentro de las estaciones de Transmilenio, hecho que en su momento desconocí.

Se podría afirmar que pagué la novatada al usar este servicio. Suceso del que pude colegir que para ampararse de esa recarga digital es necesario montar con frecuencia en Transmilenio o en buses duales, ya que no posee la misma utilidad si se es usuario frecuente del SITP. En fin, una de las tantas maldades del demonio rojo.

Lauren Chonps

Bogotá, 1996. Laura Juliana Romero Herrera, cuyo seudónimo corresponde a Lauren Chonps, de profesión abogada y de vocación escritora. Desde temprana edad se inició en la práctica de la escritura narrativa, razón por la que en el año 2019 publicó de forma independiente su primera novela titulada "De regreso a la montaña" con la Fundación Común Presencia. Ha participado en Talleres Locales de Escritura Creativa, dirigidos por el Instituto Distrital de las Artes (IDARTES) durante los años 2015 y 2019 respectivamente. En la actualidad participa como asistente del Taller Virtual de Novela del Ministerio de Cultura y además es creadora de contenido multimedia con enfoque literario y jurídico de las redes sociales TikTok, Instagram y Facebook.

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