El amor, tanto como experiencia como lógica, pasó de ser una ontología a convertirse en un acontecimiento. Fue una ontología debido a que el amor romántico construyó procesos y realidades, desde la familia hasta los límites del deseo han pasado por su Ley y se han enraizado en la coherencia de una interioridad generada por una necesidad exterior: la duración que provoca el amor del Dos.
Desde la época de los griegos hasta el cristianismo, el concepto de amor se ha abordado desde una lógica de Unicidad: el ser, el amado y el amor son uno mismo. Todos son igualmente necesarios en su función identificadora. No puede haber amor sin ser amado y sin un yo sometido al significante de la ternura por el Otro. Esta unicidad, manifestada en la existencia de un ser, un amor, una familia, una pareja, necesitaba expandirse en otras unicidades, pero todo se origina de una raíz, de una Imagen en el sentido platónico que no se ve, pero que sin embargo tensiona la percepción. Barthes expresa esta idea al afirmar que «El discurso amoroso, por lo general, es una envoltura lisa que se ciñe a la Imagen, un guante muy suave en torno al ser» (p.36). De esta ontología se derivan tres elementos ideales de una Imagen ontológica del amor: el Eros, la Philia y el Ius. El Eros, en el sentido platónico, es un impulso hacia un objeto, en este caso hacia un sujeto. Es la búsqueda del asombro que el otro produce, la fiesta, el jugueteo, el deseo que estructura una alianza que no durará para siempre, pero que en su intensidad posee cierta eternidad. La Philia implica la búsqueda del bien común en un ejercicio de cooperación, como ocurre en la familia o la amistad. El amor es una univocidad que debe atenderse no solo en la fugacidad del deseo y el eros, sino también en la paciencia del cuidado. Por último, pero no menos importante, está el Ius o justicia. En esa Imagen idílica del amor, la justicia interviene en principios, normas y leyes que regulan el vínculo y aseguran la paridad (pues la pareja es par, igual). La igualdad del Ius no es una igualdad sustantiva, sino más bien un posicionamiento.
Ahora bien, no hay un problema per se; nada de lo mencionado anteriormente parece enfrentarse a algo. El asunto deviene cuando pasamos de la ontología a la práctica: lo que es en tanto ser sólo puede estructurarse como experiencia, y es aquí donde se desmorona tanto la matemática como el mito. La matemática del amor ontológico, tal como la explica Badiou, consiste en la unión de dos (2) individuos que se convierten en uno (1), con un riesgo cero (0): todo dicho, sin muerte ni dolor. El mito, por su parte, se desmorona en su promesa del paraíso. La función de la pareja, al contrario, y en no pocos casos, parece ser la de desmantelar el ideal del amor más que la de vivir fantasías. Muchas parejas llegan a los consultorios psicológicos exhaustas, consumidas, odiándose entre sí, y a pesar de la extenuación, continúan buscando milagros en la realidad. En este sentido, es la expectativa la que mantiene unidas a más parejas que el propio amor.
En la crítica ontológica existen claves que nos ayudan a entender la ruptura de la experiencia amorosa. Alain Badiou lo explica al eliminar la equivalencia entre el Ser y el número 1; el Ser es una potencia de multiplicidad, lo que significa que no está confinado en una unidad y es compatible con la composición material necesaria para ser. Por ejemplo, el Dasein, que no es un ser cerrado o encerrado en el vacío, es un ser entre, como lo describe Heidegger en «Ser y Tiempo» (Sein und Zeit) (1927/1993), lo que nos permite entender cómo hay una interpelación sobre el Dasein equivalente a una alteridad interior que rompe la unicidad. En el apartado dedicado a la analítica del Dasein, el pensador alemán afirma: «La esencia del Dasein consiste en su existencia. Los caracteres en este ente no son, por consiguiente, ‘propiedades’ que están ahí de un ente que está ahí con tal o cual aspecto, sino siempre maneras de ser posibles para él y sólo eso» (Heidegger, 1927/1993, p. 52).
Maneras de ser posibles, que se traducen en la ruptura ontológica del amor. El amor se manifiesta entre los sujetos, en su entorno y no en su destino final; como lo explica el Tao, donde el uno engendra al dos, el dos engendra al tres y el tres engendra todo. El amor no es una ontología porque está situado en el todo, y el todo es la vivencia misma. De manera deleuziana, se ama de forma rizomática. Existe vida más allá del amor, la familia y los hijos. La ruptura ontológica deja como única posibilidad del Ser el acontecimiento. El acontecimiento amoroso comienza con el azaroso y contingente encuentro, y sigue fijándose en la duración. El amor es empírico; por eso, además de los sentidos como la vista, el oído, el olfato, el tacto y el gusto, está construido con la dimensión empírica más importante: la imaginación. La vida empírica imagina; por eso, las comparaciones, los recuerdos, los anhelos y más son parte de los sentidos, pasamos más tiempo imaginando que viviendo. Lo mismo ocurre en el amor: como experiencia, es un fenómeno imaginariamente vívido.
El cine nos enfrenta a esta realidad; dos películas nominadas al Oscar muestran, desde dos perspectivas distintas, la idea del amor como un acontecimiento. Una es «Robot Dreams» y la otra es «Past Lives». Ya no se trata del amor eterno, no se casan ni tienen hijos; viven una vida donde el Otro está presente a pesar de su ausencia.
En «Robot Dreams», un solitario perro decide adquirir un robot para que lo acompañe. En ese mundo de animales y sin palabras, no hay conflicto en buscar compañía; lo que sigue es una amistad que se disfruta, se goza y se baila, hasta que sucede lo peor: aparece lo Real. Lo Real es que el robot se queda sin energía en una playa, y el perro no puede (aunque quiera) llevarlo de vuelta a su casa. El robot-máquina es una cosa atravesada por sus propias lógicas, por sus binarismos: energía/no energía, circuitos, materiales. Cierran la playa y el robot, como objeto, queda allí, mientras que el perro no puede rescatarlo debido a impedimentos como el peso, el Estado, la policía, la burocracia o la intervención divina. Existe una esperanza, etimológicamente una espera: el próximo verano la playa volverá a abrir y podrán reencontrarse. Luego, sueñan como refugio para sobrevivir: el robot se imagina siendo ayudado y recargado, llegando de nuevo a la casa de su amigo el perro, mientras que el perro se imagina rescatándolo. Sin embargo, al final, nada de esto ocurre. No se vuelven a ver, no envejecen juntos. El robot es rescatado por otro y el perro consigue un nuevo robot. Al final, el amor acontece en el desamor, un vínculo que será eterno y amoroso sin la presencia física del otro. Como dijo Pessoa, «El amor es un pensamiento», y eso se convierte en uno para el otro: un pensamiento. El acontecimiento del amor fusiona una lógica del sentido que ya no es reconocida más que como recuerdo, pero ese es el advenimiento del amor: crear diferencia.
«Past Lives» es una historia de amor y desamor que explora la migración y la estructura del yo. Uno es lo que hace. Nora se enamora de su amigo de escuela, Hae Sung. Ella emigra y deja de ser completamente coreana, convirtiéndose en un híbrido de su cultura materna y la estadounidense. Se reencuentran 12 años después a través de la virtualidad (ella en Estados Unidos y él en Corea del Sur), y aunque orgánicamente se la pasan bien, parece que algo falta y deciden alejarse. 12 años más tarde se encuentran en Estados Unidos, y ella ya comparte su vida con alguien más. Aunque el encuentro representa una imposibilidad, ambos lo aceptan: se aman en el desamor. No regresan atrás; continúan viviendo sus vidas sin el otro.
Ha cambiado el juego; el sujeto ahora reclama fórmulas de éxito amoroso que no incluyan las vicisitudes de lo Real y que excluyan su singularidad. Cada uno ama como puede. Es necesario que el sujeto deje de atribuirse posibles experiencias que no serán posibles ni procuradas en la realidad. El prefijo «des» denota negación, y la negación del amor etimológicamente es desamor. Pero si se atiende al amor como acontecimiento, también es necesario ver al desamor como una parte, y muy importante, de la experiencia amorosa.
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