De Uribe, los odios y nuestro ADN egoísta

Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta,
                                            porque me encuentro unido a toda la humanidad;
       por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
John Donne

Es normal, bastante normal lo que está pasando en Colombia y las reacciones de lado y lado a propósito de la medida de aseguramiento domiciliaria a Álvaro Uribe Vélez. De entrada, debo mencionar que me parece que es injusta y no guarda proporción ni coherencia la Corte Suprema de Justicia al tomar esta decisión, que a claras luces no es judicial sino política.

Y digo es normal, porque desde hace muchos años, diga usted desde que alguien quebró un florero (me fui lejitos) pasando por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán (tremendo salto) el de Luis Carlos Galán, la Constituyente del 91, el proceso 8000, la desmovilización de las AUC, el combate frontal a las guerrillas que diera el mismo Uribe en sus dos gobiernos, el proceso de paz con las Farc que adelantó a capa y espada Juan Manuel Santos, Odebrecth, los fajos de dinero recibidos por Gustavo Petro en bolsas plásticas, la elección de Iván Duque como Presidente en 2018, la pandemia por culpa del COVID-19 y llegando a la detención de Uribe, desde hace muchos años, Colombia es un país polarizado en el que los odios e intentar aplastar al contrario, no solo con las ideas, se convirtió en una obsesión.

¿Qué hemos logrado con esa polarización? ¡Nada! Solo estar hundidos en las mismas peleas y convertirnos en expertos en señalar y endilgar responsabilidades.

Uribe, más allá del premio, es un gran colombiano. Uribe, ha dedicado su vida a Colombia. Uribe, con sus aciertos y errores, logró cambios estructurales en un país que, en el año 2002, era un desastre absoluto, un Estado cuasi fallido a raíz de gobiernos débiles y la plena confianza de los grupos ilegales (terroristas) de tomarse el poder por la fuerza. Uribe le puso freno a esa idea, quien desee negarlo está en su derecho, pero también tiene un problema grande de comprensión. Quienes más critican a Uribe tal vez olvidan que gracias a él, y a su esfuerzo, hoy viven algo mejor que a principio de siglo. Los que se tuvieron que ir volvieron y encontraron, no un paraíso, pero sí un país renovado y que había vuelto a creer en sí mismo.

Ese trabajo abnegado, lleno de aciertos y también de errores, truncó los planes de algunos y ese es el lastre que Uribe carga y que ellos han sabido ir llenando de peso hasta hacerlo colapsar. Eso sí, les falta mucho para poderlo derrotar.

Pero ahí está el problema. Quienes quieren verlo derrotado, en la cárcel o muerto (vaya uno a saber su límite, si acaso lo tienen), no van a descansar hasta conseguirlo. La maquinaria que han ido armando es muy grande y poderosa. La izquierda radical y periodistas con eco en Twitter, más que todo, han logrado permear a un sector de la opinión pública (jóvenes en su mayoría que no tienen la menor idea de qué quieren de la vida) y poco a poco han venido aumentando la temperatura de los ánimos para que el ambiente se sienta cada día más raro y tener ahí su detonante perfecto cuando sea necesario.

Los problemas de este país no empezaron ni se van a terminar con Uribe en la cárcel o muerto. Los problemas de Colombia son estructurales y están en el ADN de cada uno de nosotros, arraigados en nuestra mente, en nuestra cultura que cree que todo se soluciona a las malas, aplastando la cabeza del contrario contra el suelo solo porque no piensa como nosotros. Ese arraigo es el que nos tiene polarizados y el que destruye vidas todos los días. Es el que no permite que salgamos del subdesarrollo porque al final tenemos una mente limitada y que acostumbramos a pensar en blanco y negro o quizá solo en gris.

Y el mejor ejemplo de lo que somos como sociedad nos lo han evidenciado no solo las reacciones por el caso de Uribe, sino la bendita pandemia en la que estamos desde hace cinco meses. Y es que el virus era inevitable que llegara a Colombia y así el Presidente Duque hubiera cerrado el país 15 días antes, lo íbamos a padecer. Pero la situación actual sí es culpa nuestra. No hemos asumido al 100% la responsabilidad individual de combatir el virus. Ya el Estado no tiene mayor cosa por hacer, más allá de seguir haciendo pruebas y aumentando la capacidad de los hospitales, pero aquí seguimos siendo testigos de la ignorancia disfrazada de necesidad y es eso lo que ha demorado la llegada del pico, ese que nos anuncian desde hace dos meses, pero que no hemos querido dejar consolidar y por eso salimos sin tapabocas, nos vamos de rumba, de puente, etc.

Ahí estamos reflejados. Somos una sociedad llena de odio y egoísmo. Lo malo siempre le pasa y lo merecen los demás y si nos pasa a nosotros nos preguntamos ¿de quién fue la culpa? Y desde 2002, para algunos se convirtió en la más fácil responsabilizar a Uribe de todo lo malo que pasa en el país y así han evitado evaluarse y entender que, parafraseando al poeta John Donne, no hay que preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti.

Diego Mora Ariza

Comunicador, magister en Comunicación y en Gerencia de empresas sociales.

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