Comúnmente se define al cambio como una acción positiva; se presume la acción de cambiar como algo mejor, la consecución de un futuro nuevo y brillante. Hoy, el gobierno nacional es la expresión de todo lo contrario. No es muy complicado observar un ejemplo práctico de esto. Argentina pasó de ser la nación más rica del globo, con niveles de vida equiparables a Europa. Hoy, Argentina solo decrece y ahoga una economía enferma en una deuda impagable. Cuba era para 1950 el principal productor azucarero del mundo, internacionalmente conocida por un exquisito ron y la suavidad de sus puros. Hoy es una reminiscencia ruinosa y maltrecha de la ex esfera soviética. Venezuela, la nación forjada al estilo de la prosperidad saudí, el paraíso petrolero de América, la tierra de las oportunidades que rivalizaba con Estados Unidos, hoy suple su consumo petrolero con importaciones iraníes y cortes periódicos de energía. Sin duda alguna, la izquierda latinoamericana es el mejor ejemplo del retrogradismo en su máxima expresión; es una propuesta política que no construye sobre lo construido, solo edifica en ideas que se han probado como la tumba de las naciones que deciden probar las mieles prohibidas del populismo y del idealismo utópico.
Hoy, Colombia se encuentra en un punto fundamental donde puede corregir sus errores y edificar los cimientos de un futuro sólido o probar propuestas empíricamente fracasadas que la lleven por un camino de no retorno, a formar parte de las «revoluciones ruinosas» del continente. Se codea con las visiones raquíticas y enfermas de construcción nacional, del sandinismo, del chavismo y del castrismo. Entendiendo este contexto, hoy estamos llamados a reflexionar sobre las reformas que propone el gobierno nacional. En este texto profundizaremos en una de ellas: la reforma a la salud.
Es fascinante cómo la izquierda no necesita ser desacreditada; ella misma da los argumentos para desacreditarse. Recuerdo entonces a Gustavo Bolívar en un debate por la Alcaldía de Bogotá diciendo que se debe hablar en base a lo objetivo, no a lo subjetivo, mientras defendía los mediocres resultados de la Alcaldía, solo palabras, cero hechos del hoy presidente Petro. Pues bien, hablemos con la objetividad que fascina al Doctor Bolívar. Claro está que nuestro sistema de salud no es perfecto; tiene problemas que se pueden resolver con ideas, trabajo y responsabilidad. Hablemos con cifras. La prestigiosa revista «The Economist» catalogó al sistema colombiano como el sexto mejor sistema del mundo, por debajo de países de la esfera económica desarrollada como Canadá, Corea del Sur y Gran Bretaña.
Ahora, el núcleo fundamental de esta ley, la Ley 100 propuesta por Álvaro Uribe como senador de la República con motivo de reformar el enfermo sistema de Seguridad Social Colombiano, un sistema enfocado en proteger a quienes podían pagar por una atención. La salud estatal era un privilegio, con una cobertura del 20%, de los cuales el 90% de los afiliados eran personas de las clases altas y los sectores de élite. Hoy, casi el 90% de los colombianos tienen cobertura. Pero también, al haber alejado de las manos estatales el monopolio de la salud, la entrada de competencia privada permite al usuario moverse según sea su beneficio de una EPS a otra. Además, la creación de regímenes permite que un aportante con una fracción de su nómina pueda ser atendido, pero también que mediante ese aporte, alguien del régimen subsidiado, que no pueda realizar sus aportes, sea atendido de igual manera.
Un argumento común dentro de quienes apoyan la reforma es que la EPS solo funciona como un mediador entre los recursos de salud y las instituciones encargadas de prestar el servicio. Por el contrario, su labor primaria de mediación permite que, al diversificar el sector entre lo público y privado y no ser una empresa meramente estatal, la burocracia requerida para atender el sistema desde el enfoque meramente administrativo provenga de empleos privados, y de esta manera no todo sea aparato público, permitiendo mayor austeridad fiscal y la distribución del recaudo tributario en otros rubros. A su vez, la EPS ahorra al usuario tener que gestionar por sí mismo su atención, cosa que no solo puede derivar en un costo mayor sino que obliga al usuario a manejar un entramado burocrático que no solo retrasa la atención sino que abruma a la persona dentro de una maquinaria incomprensible. La EPS facilita la vida del individuo, articulando su atención sanitaria en una maquinaria de cohesión a nivel de sociedad.
Hoy hemos hablado de una atención descentralizada, que protege a los más vulnerables, atiende a pesar de si las personas son o no aportantes, ha facilitado la burocracia institucional de la atención sanitaria y ha permitido, mediante la libre competencia, una diversidad de empresas prestantes que impiden una crisis a gran escala en caso de que alguna de ellas se desmorone, cosa que podía pasar ante una crisis del monopolio estatal.
Ahora volvamos hacia atrás, al gobierno liberal de Pumarejo. En contraposición a CAJANAL, nace el Instituto de Seguros Sociales para la protección y la seguridad social del empleado privado, coloquialmente llamado «seguro social». Era un órgano que profundizaba en las desigualdades y la fragmentación estratificada de la población, donde los más pudientes accedían al servicio por prepaga mientras la clase media accedía mediante su seguridad social y los más pobres a través de los hospitales de caridad. La pregunta que debemos hacerle al Presidente Petro, hombre que se ha reinventado como hombre del pueblo, defensor de las causas populares, es si quiere regresar a un sistema más estratificante, que claramente va en contra de los ideales socialistas que defiende.
Este asunto trasciende más allá de una coherencia ideológica; está bien que un gobierno se comprometa con el programa pragmático que lo llevó a ganar en las urnas, pero solo si ese programa construye en lugar de destruir.
Parte de un programa de gobierno es que la sociedad y sus sectores vean en él un cambio fresco, integral y realista. Eso es lo que hace un estadista. Señor Presidente, usted, en cambio, se comporta como un caudillo. Este es un llamado a la responsabilidad que tiene usted como jefe del estado colombiano. Sus declaraciones imprudentes sobre las reformas, descalificando a quienes son críticos con ellas sin argumentos, no solo muestran que el suyo no es un gobierno de especialistas, sino que evidencian una clara y vaga capacidad básica de debate. Desde que usted anunció a su equipo de trabajo, presidente, nos ha mentido a los colombianos. Sus ministros no solo son incapaces, son cínicos ante su propia incompetencia.
Para concluir, presidente, parte del reformismo es hacerlo responsablemente. Le pongo un ejemplo: Javier Milei, candidato a la presidencia argentina, está en contra del asistencialismo estatal, y más aún de la manera en que se ha llevado en Argentina, subyugando al votante a depender del Estado para su subsistencia mientras su voto es condicionado a los candidatos asistencialistas. Y sin embargo, él mismo reconoce que retirar los subsidios de forma inmediata en una posible investidura suya sería no solo imposible, sino inmoral. Hasta que no se generen mecanismos de generación de riqueza en base al trabajo para los argentinos. Esto es muy distinto a usted, Presidente, que ha transferido, por medio de la ADRES, a las EPS los dineros adestiempo, poniendo en riesgo el acceso sanitario de los colombianos. Por último, su ex ministra de salud, Carolina Corcho, habló de que se requería una crisis para que la gente aceptara la necesidad de un cambio. Le pregunto yo a la ex ministra, ¿esa crisis debe generarse por un detrimento propio del sistema o por un detrimento generado desde el Gobierno? Ambos escenarios, con resultados con muchas vidas en juego. Declaraciones así muestran que la actual administración no tiene el más mínimo ápice de vergüenza en correr la línea ética para cumplir con sus objetivos.
Hoy debemos darnos cuenta de una realidad: el sistema de salud colombiano tiene enfermedades, pero no está desahuciado. Necesita ser observado, cuidado y atendido. No dejemos que nos arrebaten lo construido con la agridulce morfina del populismo. Al inicio, dulce y placentera; al final, cuando nos hallamos al borde del abismo, nos abandonará como la serpiente cobarde que es. Hoy, Colombia tiene dos caminos: construir un progreso real, equitativo y vinculante en base a la cooperación y la unidad republicana, o sucumbir a la hecatombe, esperando el día en que la nación se postre muerta a nuestros pies, culpa del partidismo, la división y la polarización, al igual que en su día le pasó a Don Rafael Uribe Uribe, muerto a machetazos frente al capitolio de la nación.
Hoy, colombianos debemos aprender una lección vehemente entregada a los anales de la historia, de una de las grandes mujeres de la historia, su majestad Isabel II de Windsor, » Hoy necesitamos un tipo especial de coraje. No del tipo que se necesita en la batalla sino del tipo que nos hace defender todo lo que sabemos que es correcto».
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