Por estos breñales, donde el complejo de Edipo llegó, en otros días de efervescencias y calores, a puñaladas, puños y balazos por una “mentada de madre”, las tetas tienen distintos significaciones: desde un símbolo de maternidades y ternuras lactantes, hasta los de la creencia (muy irrigada, por cierto, en mentalidades de mercadeo rápido y narcocultura), de que “sin tetas no hay paraíso”.
El cuento es que hubo momentos, dentro de lo que hoy se denomina la “narcoestética”, en que las muchachas para enamorar pillos y otros sujetos de baja estofa, acudían a los postizos, a la cauchería de quirófano, que incluso ha conducido a casos mortales y a la instalación de clínicas de pacotilla. Y estos preliminares tienen que ver con varias “colombianadas”: una, la ya muy popular, agrandada por redes sociales, de “usted no sabe quién soy yo” y todas sus variaciones; y otra, la del escándalo que protagonizó una muchacha al lado de su padre, que insultó y agredió a autoridades de tránsito, y ahora una revista de frivolidades comenzó una cruzada para que sean los lectores quienes decidan si aparece en sus páginas.
En tiempos en que la estupidez es mérita, aupada por el empuje devastador de redes sociales y otros medios de comunicación, es fácil ser “estrella” de farándula. Inclusive, sin que se esté buscando ser parte de la constelación de tontos. No sé si la muchacha, protagonista del escándalo en Medellín, haya ahora convenido en que sí quiere ser parte de las invitadas a empelotamiento de parte de la revista; pero, según algunas respuestas dadas por los presuntos lectores de la misma, sí sería conveniente, “ya que tiene unas glándulas mamarias deliciosas”, según uno que contestó al llamado.
La muchacha de marras, que ya todo el mundo sabe quién es, hace parte de las secuelas de un complejo social (¿de superioridad?, ¿de inferioridad?) conectado con el facilismo y lo trivial. El conocimiento no importa; solo interesan la imagen y todas las variantes de una suerte de narcisismo, impulsadas desde hace rato incluso por los políticos (o politiqueros). La chica del escándalo, motivo de matoneos, burlas y cuestionamientos en diversos ámbitos, se tornó en figura nacional. “Ya que no tiene cerebro, conozcamos sus tetas”, señaló uno que desea verla en el magazine.
Muchas mujeres, que van más allá de la apariencia, cuestionan la utilización del cuerpo femenino como mercancía, como motor de publicidades y como una especie de vulgar señuelo de mercadeo. Y se oponen a la degradación que estas actitudes entrañan. Advierten, a su vez, según se ha visto en las mismas redes sociales, que tener unas tetas lindas y caderas despampanantes no autoriza para violar la ley, como en el caso de la pelada de Medellín.
El “colombianismo” de “usted no sabe con quién se está metiendo” se disparó desde la irrupción de los carteles mafiosos, aunque las élites tradicionales también lo habían introducido. A veces, con textos de “buen tono” y manuales de urbanidad. La muchachita a la que hoy muchos quieren ver desnuda en una revista, en caso de ir a juicio por sus agresiones a la autoridad, pudiera salvarse como le sucedió a la hetaira Friné, modelo del escultor Praxíteles, a la que la divina Afrodita le enseñó el camino de los placeres.
Como se recordará, la hermosa griega fue acusada de impiedad, porque se ponía a la altura de la diosa del amor, la fertilidad y la belleza. En el juicio, el defensor no conmovió a los jueces, por lo que la dama apeló a desnudarse ante ellos. Y todos a una la absolvieron, porque no podía privarse al mundo de tanta belleza.
Bueno, aquellos eran antiguos tiempos. Y ahora ese tipo de destapes no conmueve a los jueces. Y en estos días de ligerezas, la empelotada debe ser frente a fotógrafos de revista, que dan rápida fama y algunos billetes. Decía Umberto Eco que las redes sociales han promovido “una invasión de imbéciles”. Puede ser. Lo que sí es evidente es el reinado de la superficialidad y el realce de lo frívolo.
Y volviendo al edípico complejo, la “mentada de madre” ya no da para tantas puñaladas. En estas montañas, se volvió elogiosa (como bien lo demuestra Sancho en el Quijote) y todo según el tono en que se pronuncie.
*(Originalmente, se envió como artículo al diario El Espectador (columna Sombrero de mago)