De paz y otras palabras

Si hay algo que siempre he creído que nos caracteriza a los colombianos como pueblo es nuestra facilidad por la obsesión, que raya con lo absurdo, y lleva a que se arruine lo mismo que despertó este sentimiento.

Si hay algo que siempre he creído que nos caracteriza a los colombianos como pueblo es nuestra facilidad por la obsesión, que raya con lo absurdo, y lleva a que se arruine lo mismo que despertó este sentimiento. Los ejemplos no son pocos, entre ellos podemos ver nuestros jugadores de futbol a quienes glorificamos y elevamos a nivel de dioses para estar al otro día criticarlos y tratarlos de  sobrevalorados, cuando fuimos los primeros en inflarlos. Pero mi interés recae principalmente sobre nuestra obsesión por ciertos temas en especial en la política, donde no soltamos un tema sin haberle exprimido hasta la última pelea, entrevista y trino o hasta que aparezca uno más apetitoso.

 

El mejor ejemplo de este último caso es con la “paz”. Esta palabra ha estado en la mente de todos, en la portada de los periódicos, en la boca de sin número de analistas y todo aquel que se cree uno. La manía con esta expresión ha sido tal que hoy en día se podría decir que lo que evoca está en las personas es algo totalmente diferente a su definición de ausencia de conflicto.

 

Antes cuando se escuchaba la palabra paz se podía pensar en calma y tranquilidad. Hay algunos incluso que decían que querían eso para el futuro del país. También podía producir en el público imágenes de una bandera blanca o de una paloma.

 

Pero hoy en día la realidad es distinta, como dijo uno de mis mejores amigos -nos hemos encargado que las personas ya no puedan escuchar “paz” de manera tranquila-. Ahora cuando este término aparece uno piensa en Uribe y Santos discutiendo en twitter. No sólo eso sino que ahora esta palabra es utilizada en todo tipo de debate desde Facebook hasta el congreso. Lo penoso de estas discusiones es que en apenas en una de cada cien se utiliza argumentos y análisis para defender la posición tomada, en las otras 99 uno termina siendo un “castrochavista mamerto” o un “paramilitar fascista”. Y para empeorar las cosas uno ve episodios como el del senador Barreras, el cual llama terrorista a la oposición, demostrando que la mayoría de debates constructivos no se llevaron a cabo en la rama legislativa.

 

Esto sin mencionar el cubrimiento de los medios, los cuales se abalanzaron como buitres sobre cualquier cosa que tuviera  “paz”. Los noticieros se encargaron de llevar a un invitado hasta para analizar los efectos sobre el proceso con las FARC que tiene la decisión por parte del presidente de ponerse una camisa blanca o una negra. Además el cuadro no estaría completo sin mencionar todos aquellos que de un día otro se volvieron expertos en temas de postconflicto y en negociaciones. Facebook se llenó de artículos de opinión pseudointelectuales, los cuales eran escritos de manera confusa, redundantes  y que solo decían verdades que todo el mundo ya sabe. Si no me cree revise su cuenta de esta red social y encontrará frases como: “El postconflicto colombiano presenta una bravata sin igual, que es la aceptación de los no combatientes a la reinserción de aquellos que dejan las armas.” La cual podría ser fácilmente reemplazado por: El principal reto del proceso de paz es que los civiles acepten el reintegro de los guerrilleros.

 

Pero lo más preocupante de esto no es que hayamos arruinado la palabra paz, sino que estamos llevando al “sí” y al “no” por el mismo camino. El plebiscito está en boca de todos. Hoy en día los columnistas y noticieros están haciendo campaña para que se vote positivamente o negativamente en la consulta popular, sin que siquiera se hayan revelado en la totalidad los acuerdos con la guerrilla. Estamos empezando un debate sobre como votar en el plebiscito, cuando ni las FARC han demostrado una intención fuerte de reconocerlo y cuando este proceso todavía no es una realidad, ya que tiene más de una demanda para revertirlo.

 

Por eso señor lector le pido que aprendamos de nuestra nefasta experiencia con la palabra “paz”, y para el debate que se nos avecina estemos a la altura que este requiere. Demos posiciones informadas, no utilicemos ni percepciones ni trinos. Más bien empleemos argumentos basados en los acuerdos firmados (cuando sean exhibidos en su totalidad, no antes), ya sea para estar a favor o en contra. Tal vez así incluso los detractores del proceso (como yo) sean convencidos de este, o los más férreos defensores se vuelvan los mayores opositores. Dejemos el pseudointelectualismo y las opiniones pretenciosas y mal expresadas donde pertenecen, es decir en la basura. Así no solo garantizaremos que el “sí” y el  “no” tengan un destino diferente al de la “Paz”, sino que también pondremos las bases para una discusión verdaderamente digna de una democracia.

 

Santiago Fiallo

Estudiante de economía de la Universidad Eafit. Apasionado por la lectura y el buen café.

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