Nadie es olvido,
Todos somos recuerdo.
Para el hermano de Federico.
AFPV
Luego del asueto de fin de año, y en ejercicio de mi labor como abogado, me pase por la Alpujarra a revisar los procesos en los cuales soy apoderado. Por fortuna para mí (no sé si para el) me encontré con el amigo Federico Taborda, ilustre abogado, orador y poeta a quien le tengo grata estima. Luego de pasar, por lo que yo denomino, los generales sociales y compartir alguno que otro recuerdo de nuestro paso por la Universidad de Medellín, me presentó su texto de poemas: “Cantata con desaparecido al fondo”, poemario dedicado a su hermano desaparecido. Debo reconocer, con extrema sorpresa, que desconocía el precedente que llevó a Federico a escribir el texto; un antecedente duro y doloroso. Por razones propias de la sensibilidad humana, vino a mi mente el recuerdo de los míos… Yo no podría vivir con la ausencia de un ser tan querido, como lo es un hermano, y expresarlo de la manera tan estoica y firme como lo ha hecho él, al dar a la luz su texto. Las ausencias terminan siendo presencias cada vez que se trae a la memoria al ausente, él siempre se presentará vivo en la memoria; pero en mi caso, lo confieso, yo no tendría esa valentía de traerlo a la memoria y dejarlo ahí porque siempre he sido como Santo Tomás, el discípulo: Ver y tocar. Me gusta ver y tocar a los míos. Con los textos de poesía he tenido mis prevenciones porque todos los textos tienen una vocación de convertir en héroes a quienes con sus epítetos pretenden transformar lo cotidiano. Pero el hecho y la forma de escribir poesía, como lo hizo Federico, en verdad es de un héroe. Héroe no es solo el arriesgado o el valiente sino también el que hace de su dolor algo digno (si se puede decir así) y eso lo hace él muy bien. Dialogamos un buen rato, un rato ameno y luego cada quien tomó rumbo. Esa noche pude darle una ojeada al texto y confirme que es un texto duro, y no por el léxico o la métrica de los textos, sino por el rastro de lágrimas que hay en cada verso. Una tristeza desgarradora, que en cada línea busca encontrar al ausente para darle ese amor que fue negado por el mal querer de una sociedad y un Estado que, y con dolo, estableció una línea de producción –muy eficiente por demás- de víctimas. Mi amigo y su familia son víctimas del odio de quien algún día decidió que ellos serían víctimas.
Me pregunté: ¿Quién en su esencia priva a otros del otro? y me respondí que quien lo hace es el verdadero malo. Asesinar a otro es detestable; violar, robar, saquear es, por esencia, horrible. Pero desaparecer a otro, borrarlo del plano físico, es el acto de bellaquería y maldad por excelencia. Sí, es cierto; los muertos por lo general van al hoyo y los vivos al baile, pero ¿qué ocurre con el desaparecido?… Para el no hay ni hoyo ni baile, nadie sabe – tan solo sabe el bellaco malo- donde está.
El diccionario de la RAE debería escribir con rojo y en letra sostenida la palabra desaparecer por ser la palabra en la que se resguardan y acumulan los peores dolores del ser humano: los dolores del alma (que son eternos).
El texto de Federico me hizo mirar al pasado de este país, un pasado bañado por la tragedia y el silencio; un país que ni regañado recuerda a los suyos perdidos, un país masoquista que gusta y se regodea con el dolor… ¡Qué tal quitarle el dolor! Dejaríamos de ser país. Y al hacer ese “back up” vino a mi mente la canción de Piero: Hay país, país, país.
Entrada la noche y mientras guardaba el poemario en uno de mis anaqueles encontré, por cosas del destino, un texto de Roberta Arrieta que recupere en Argentina en el año 2007 en una librería que queda (o quedaba) cerca al café Tortoni en Buenos Aires, el cual lleva por título “la sombra de los míos”. Es una antología de cuentos escritos por quien fue perseguida, torturada y secuestrada-desaparecida por aquella dictadura que mascó las bases sociales argentinas hasta el tuétano. Repasando el libro, en la página 33, tenía una seña en un cuento; seguramente en aquella época lo había señalado y al volverlo a leer me pareció propició traerlo a colación. El nombre del cuento es muy particular: Desaparecida 2992.
Teresa Batista se levantó esa mañana sintiendo pesado el mundo. Sin embargo no podía huirle al deber, ella era la líder de la comisión estudiantil de una muy prestigiosa universidad de Buenos Aires. Bajó las escaleras que separaban su cuarto de la planta baja; tomó la taza blanca que había sido de su abuelo y que estaba llena de café bebiéndola hasta al fondo.
-Hasta pronto…- Dijo ella, pero nadie le respondió.
Cerró la puerta y caminó de forma tranquila, viendo el paisaje, tratando de guardar lo que más podía en su memoria. Al llegar a la universidad sus compañeros ya enarbolaban los carteles: “Abajo la dictadura, El país es nuestro, Libertad, libertad” ellos haciendo su parte, pero pasaban a su lado muchos y nadie se detenía. Claro, esos que pasaban tenían miedo; pero otros estaban de pie, firmes para luchar. Teresa, con temor coloco su mirada más firme y superando sus miedos tomó el megáfono y habló:
-Compañeros y compañeras nuestra hora de reclamar ha llegado… Qué preferís: ¿Soportar el sometimiento o la libertad? Yo digo: A luchar.
La respuesta no se hizo esperar: ¡Luchar! Gritaban todos. Los que allí estaban – por cierto más de 200- se organizaron y comenzaron a marchar. Teresa y los otros líderes se tomaron de las manos delante de la masa de gentes que tenían a sus espaldas; su mirada se perdió en el infinito y recordaba tan solo las palabras de su abuelo: Ninguna muerte es digna sino se lucha. Cada paso que aquellos que daban retumbaba, sin embargo para las gentes que los veían tan solo eran una horda de zurdos, de subversivos, de comunistas.
Al llegar al callejón de pinto donde quedaba un edificio del gobierno de la localidad los esperaba la fuerza pública. Los que iban adelante no se inmutaron, por el contrario apretaron y juntaron con fuerzas sus manos y los que detrás de ellos estaban cerraron sus filas.
Teresa gritaba: -¡Queremos Libertad, queremos Libertad!- Los otros 200 repetían la misma consigna. Mientras más se acercaban a los policiales, más fuertes eran los cantos. Las personas que estaban en los cafés y boliches del callejón comenzaron a llenar las aceras como si se tratara de un espectáculo, de una faena; 200 jóvenes estúpidos enfrentándose a las fuerzas del Estado.
De repente se soltaron los gases y las balas de goma, los 200 corrieron incluyendo a Teresa; no había temor a luchar sino ganas de seguir luchando otro día. Un policial la alcanzó y alargando su mano le tomo de su cabello, la arrastró por la calle, varios de sus compañeros de protesta quisieron volver por ella pero les dispararon… La gente animaba al policial que la capturó gritándole: acaba con esa comunista, partiles la madre. Teresa lloraba, gritaba… Pero nadie la auxiliaba. Aquello para los espectadores fue como presenciar un safari. El policial que la capturó la llevó hasta la parte de atrás del callejón donde había una puerta que daba a un garaje para introducirla en un Ford falcón verde y luego ser sacada del lugar. La tiraron en el piso y sobre sus carnes posaron los zapatos quienes la llevaban.
-Quédate quieta zurda de mierda o te morís de una vez- le decían los que la llevaban. Por la mente de Teresa pasaba el rostro de su madre, de su hermano y abuelo. Había llegado el momento. Morir luchando. A ella la bajaron del pelo y la metieron en una casa de un barrio que ella no reconocía. Cuando entro un hombre le arrancó a tijeretazos su ropa…
– Aquí no vas a necesitar de eso comunista, ya no sos como sea que te llamas, ya sos la detenida 2992. Grábate bien ese número…- le dijo el hombre y volviéndola a tomar del pelo la llevó a una mesa donde la ató de pies y manos. Una luz blanca la cegaba.
-¿A qué agrupación perteneces 2992, con quienes te reunís 2992?- Le preguntaron
Ella contestó – A ninguna, soy estudiante-. No había terminado de hablar cuando un golpe, a mano cerrada, le rasgó los labios.
-Mentiras 2992-
-No soy mentirosa- repuso y de nuevo un puño en su cara.
Tres horas duraron los puños y al final simplemente la desataron y la llevaron a un cuarto oscuro donde solo podía mantenerse de pie. Teresa con su sangre dibujo un crucifijo y rezó toda la noche para que pudiera volver a ver la mañana. Y vio la mañana.
Nuevamente la llevaron a la mesa y fue atada.
-Sabemos quién sos 2992, sos subversiva… ¿Quién es tu comandante?
-No tengo comandante soy estudiante- Decía Teresa.
Y porque no respondía una fuerte vara se descargó en sus costillas quebrándolas y dificultándole la respiración…
-Mira que no soy subversiva soy estudiante, lo aseguro por dios.
Nuevamente la azotaron con la vara en las costillas, los gritos de Teresa debieron de haber despertado al cielo pero en su auxilio nadie bajó. Luego de otras tres horas de pegarle fue llevada al cuarto oscuro; esta vez de rodillas por que no podía sostenerse por el dolor que tenía a causa de sus costillas fracturadas.
A la mañana siguiente al abrirse la puerta vio una figura paternal, Teresa creyó estar soñando. Un sacerdote fue a donde ella, la abrazó y trato de confesarla. Le preguntó de lo mismo que sus captores pero ella repetía, también, lo mismo. Cuando termino el sacerdote le dijo al oído: ¡Condénate zurda, condénate comunista! Un hombre la tomó del pelo y la llevó de nuevo a la mesa donde atándola la violaron. Todo el resto de día y de noche los que la custodiaban, incluyendo al sacerdote, se divirtieron con su cuerpo. Vencida fue llevada al cuarto en donde de rodillas lo único que hizo fue escupir con todas su ganas el crucifijo que había dibujado con su sangre.
Pasaron los días y no volvieron a torturarla. Teresa pensó que a lo mejor ya había terminado todo y que la regresarían. Pensó en todo lo que haría cuando volviera ver a su madre y hermano, cuando volviera a ver a sus compañeros, pensó en que la lucha aún no terminaba y que con más ganas gritaría al frente de la marcha y en cualquier plantón.
Pero un día se abrió la puerta, la luz la incómodo y nuevamente la jalaron del pelo y la llevaron hasta el solar de la casa donde la mantenían; vio un agujero estrecho y al lado de él a varios hombres; aquel jardín tenia bellos lirios, jazmines y rosas.
-¿Qué me van hacer?- dijo ella con temor
-Te tenemos que matar 2992, si hubieses abierto esa boca…
Y armándose de valor, del valor que sentía cuando junto a sus compañeros apretaba las manos en las marchas, Teresa les dijo:
-Si me van a matar, mátenme al menos vestida, quiero un libro de poesía y que me dejen coger algunas flores.
Los hombres que la veían se rieron pero accedieron a sus peticiones. Le trajeron un vestido y un libro de poesías; Teresa lo abrió y buscó algún poema que la recordara, lo separó con su dedo índice, luego con la otra mano recogió dos lirios un jazmín y varias rosas. Mirando a los cielos Teresa recordó de nuevo las palabras de su abuelo: Ninguna muerte es digna sino se lucha y entonces, como por una suerte de encantamiento, el dolor de sus costillas desapareció, no le importaba haber sido violada, maltratada; no importaban los golpes o los insultos, no la iban a vencer, tenía que morir de pie, luchando.
Ajustándose el vestido, tomando con fuerza el libro y las flores, fue hasta el borde de la fosa y se paró mirando hacia ella. Teresa con voz firme y ausente de dolor les dijo:
-Cuando quieran…
Uno de los hombres le pegó en la parte de atrás de las rodillas pero no pudo obligarla a caer, lo hizo nuevamente y no pudo; enceguecido por la rabia saco su arma y le propino un disparo certero en el cráneo. Teresa cayó en el foso adornada por flores que ocultaron la masa que salió de su cabeza y aferrando el libro de poemas que sus captores le habían dado.
Pasado el tiempo cuando su cadáver fue encontrado al abrir el libro de poemas, el poema que había seleccionado decía en su fragmento más legible, en el fragmento que no destruyó la tierra…
La realidad duerme sola en un entierro
y camina triste por el sueño del más bueno.
La realidad baila sola en la mentira
y en un bolsillo tiene amor y alegrías,
un dios de fantasías,
la guerra y la poesía
(La colina de la vida- León Gieco)
Nota: El trabajo de Roberta Arrieta es publicada con autorización expresa de la autora.