“ (…) se rechazaba la idea del trabajo mientras se enaltecía la ilusión del hedonismo.”
Nos encontramos en un café, empezó a contarme de su amigo, el cual llevaba una vida movida por el lujo. Abrió Instagram para mostrarme el perfil, claramente se notaba que le iba bien, andaba con relojes de marca, carros último modelo, comía en restaurantes costosos, frecuentemente se le veía en hermosos paisajes y mansiones.
Me limitaba a oír el relato mientras observaba sus ojos grandes al explicarme de qué se trataba el negocio que venía a proponerme. Me distrajo una llamada de quien en ese entonces era mi prometida. Pedí permiso para contestar. Al volver, una gran emoción envolvió sus ojos, con una feliz lágrima me mostró su cuenta bancaria. Ese instante capturó mi atención, pensaba en los retos económicos que vendrían, para mi y mi futura familia, su felicidad me contagió.
Si esto sigue así, en pocos meses podré viajar a Europa, esta vez será mi instagram el que tenga bellas publicaciones, expresó. Ese café y los siguientes los pagó él. Salía del café con un corrientazo en mi cuerpo, no por el café, eran los números que me convencían de entrar al negocio que me proponía. Mi emoción se veía intrincada cuando venía a mi una sensación de precaución “ten cuidado”, pero ¿de qué, si le estaba yendo tan bien? Al parecer su extremo optimismo chocaba de frente con mi personalidad analítica y mesurada. De eso tan bueno no dan tanto, pensé. Si bien acepté sus recomendaciones de leer libros con gurús que prometen libertad financiera, me encontré en un dilema, quería tener dinero para alcanzar la cima y al mismo tiempo paz para hacer las cosas correctamente.
Juzgamos a los ricos con desdén pero paradójicamente codiciamos lo que tiene. Y buscamos su compañía cuando nos beneficia. La percepción de la riqueza está a menudo teñida por una dualidad cultural. Por un lado, se cree que los ricos son los responsables del sufrimiento de los pobres, por experiencias de abuso y explotación. Por otro lado están aquellos que generan riqueza de manera ética y beneficiosa para la sociedad. La riqueza no es el problema en sí mismo; el problema radica en cómo se obtiene y cómo se utiliza.
No quería seguir el patrón cultural, a ellos les estaba yendo bien, existía confianza y cercanos empezaban a invertir en el negocio, ¿qué podría pasar? Me senté pensativo, no sabía qué banco aceptaría prestar tanto dinero para poder entrar en el negocio. Con el tiempo desistí pues invertir con deuda tenía un alto nivel de riesgo. La facilidad para hablarme del negocio no era lo que me cautivaba, sino el reflejo de una vida que ansiaba tener.
Por esa época el comercio especulativo empezó a tener auge en mi generación centennial. Fue en nuestra generación que Satoshi Nakamoto revolucionó el mundo financiero. La popularidad de aplicaciones centralizadas y descentralizadas de cripto activos dieron acceso simple a un universo desconocido para generaciones anteriores. A su vez, transar acciones y valores no había sido tan sencillo y riesgoso. El comercio gratuito a un clic de distancia marcó tendencia en tiempos pandémicos, lo que aún crece a pasos de gigante.
El marco de acción en el que ellos trabajaban era nuevo para mi, las herramientas de especulación sofisticadas me dejaron sorprendido y animado a invertir. El problema era que enfocaban su discurso desde un interés lejano al buen obrar de un empresario, se rechazaba la idea del trabajo mientras se enaltecía la ilusión del hedonismo. No había propósito más allá del dinero, los viajes y los carros. Su propósito desviado era semejante al del traqueto que luce con orgullo sus joyas, pero desprecia el significado real del trabajo, ese que se liga al propósito y que pone al empresario en la posición de héroe y no de villano.
“Los esquemas ponzi, las inversiones de alto riesgo con capital ajeno, los engaños por redes sociales son solo la última forma de jugar el antiguo juego del miedo y la codicia”
En definitiva nuestra generación debe aprender su propia lección sobre la especulación financiera. Pues aunque algunos conscientemente se preparan, analizan y toman decisiones informadas, otros financian deseos captando el dinero de incautos. Los esquemas ponzi, las inversiones de alto riesgo con capital ajeno, los engaños por redes sociales son solo la última forma de jugar el antiguo juego del miedo y la codicia.
La inversión preferida y las herramientas han evolucionado, pero el patrón de comportamiento sigue siendo el mismo. La euforia de estos auges especulativos generalmente resulta en que los precios de los activos suban más allá de niveles razonables antes de desplomarse rápidamente. Los inversores que participan corren el riesgo de perder todas sus ganancias, si no la mayor parte de su capital, al aumentar continuamente las apuestas a medida que crece su confianza.
Esto fue lo que les ocurrió, a los que captaron y a los que invirtieron. El dolor de la pérdida aún esta fresco en su memoria. Los ciclos económicos son reflejos inevitables de la naturaleza humana en el mercado. La codicia y el miedo, impulsan estos ciclos.
Durante la fase de expansión, de bonanza, la codicia domina, llevando a los inversores a tomar decisiones arriesgadas en busca de altos rendimientos. Sin embargo, cuando el ciclo se invierte y los precios caen, el miedo se apodera, provocando ventas masivas y pánico en el mercado.
No sé si exista una clave para navegar estos ciclos, sin embargo puedo afirmar que quienes mantienen dominio propio, una mirada de largo plazo, y un propósito definido pueden tomar medidas preventivas.
Los inversores sabios reconocen señales de advertencia de una burbuja, engaños o estafas y se resisten a la tentación de seguir la manada. En lugar de eso, se enfocan en fundamentos sólidos y una estrategia de inversión diversificada que pueda soportar las inevitables fluctuaciones del mercado.
Una integral búsqueda de la riqueza debe ir acompañada de un propósito definido, es decir, plantea un legado que perdure, una visión que trasciende los reels.
Al final, lo que hacemos con nuestro dinero evidencia mucho de lo que hay en nuestro corazón. Con una vocación clara se pueden guiar las decisiones financieras, la estrategia de inversión es prudente, se evalúan riesgos y oportunidades con un enfoque crítico que se mantenga fiel a los principios éticos. Esto asegura que las inversiones contribuyan a un impacto que cree valor y mejore la vida de las personas.
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