De humanista a terrorista

Hay ciertos sucesos históricos que trascienden la realidad para convertirse en momentos icónicos que en sí mismos marcan un antes y un después, dejando tras de sí una brillante ilustración o por el contrario, una profunda cicatriz en la humanidad.

Pensemos por ejemplo en la victoria de Julio César durante la guerra civil, que lo catapultó a ser imperator y dictator de Roma; o la crucifixión de Jesús de Nazaret; la conversión del Imperio Romano al catolicismo durante el gobierno de Constantino; el Holocausto que sufrió el pueblo judío en la Segunda Guerra Mundial; o el lanzamiento de las bombas nucleares sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.

Y aunque estos episodios no se pueden pintar en blanco y negro, sino más bien en una tonalidad de claroscuros, hay un hecho relevante en la historia de la humanidad que cambió la cosmovisión de los países occidentales, dejándonos nobles y loables principios como la legalidad, la fraternidad y la igualdad, pero al mismo tiempo dejó tras de sí lo peor del ser humano. Estoy hablando por supuesto de la Revolución Francesa y de la personificación misma de la contradicción y el horror, Maximilien François Marie Isidore de Robespierre.

Robespierre, el humanista ilustrado

Robespierre nació el 6 de mayo de 1758, siendo el mayor de 4 hermanos, y después de la muerte de su madre y el abandono de su padre, a los 11 años consiguió una beca para estudiar en París, donde se distinguió por sus avances en literatura, filosofía y derecho.

En 1781 empezó a ejercer derecho, alcanzando un gran renombre y un ascenso prodigioso, siendo además vocero y abanderado de temas como el rechazo a la pena de muerte, además de ser un defensor acérrimo de los pobres, así como de sentar su voz de protesta contra la arbitrariedad en la justicia del momento.

La voz de Robespierre se unía a la de muchos intelectuales franceses de la época que anhelaban y exigían un cambio en el esquema social y las condiciones de vida, pues el llamado Tercer Estado, no podía seguir sosteniendo los excesos del clero y la nobleza francesa.

En 1789, en medio de la convulsión política y la tensión social que se vivía, Robespierre fue elegido Diputado en las elecciones de los Estados Generales de abril, y con su notable liderazgo, fue enfático en exigir que tanto la nobleza como el clero pagaran impuestos, y que el grueso de estos no estuviesen a cargo del Tercer Estado (el pueblo).

Para ese mismo momento, la situación económica de Francia pasaba por uno de sus peores momentos, ya que, debido al mal manejo de las finanzas, la inflación golpeaba con fuerza el bolsillo del pueblo, encareciendo la harina y consecuentemente el pan, principal ingrediente en la dieta de la gente, por lo que las demandas del joven Robespierre cautivaban a las masas, y de cierta forma, enardecía más los ánimos de la gente.

Dos victorias icónicas: La Bastilla y Versalles

Mientras el Tercer Estado le reclamaba a Luis XVI una nueva constitución, éste se sentía presionado por los ánimos rebeldes, y hacia finales de junio de 1789 mandó a 30 mil soldados para que sitiaran París y controlaran el orden público, lo que finalmente tuvo un efecto contrario al deseado, ya que exacerbó mucho más los ánimos de insurrección, llevando a los voceros del cambio, a crear la Nueva Guardia Nacional y asaltar las armerías de la ciudad, acción con la que se apoderaron de alrededor de 30 mil mosquetes, aunque carecían de pólvora.

A raíz de esto, la Nueva Guardia Nacional decidió asaltar la Fortaleza de la Bastilla, hecho que en sí mismo se volvió simbólico, ya que esta era considerada impenetrable, pero los rebeldes lograron ingresar, hacerse con la pólvora, así como capturar y asesinar al alcaide de dicha fortaleza, Bernard-René de Launay.

Este acontecimiento marcaría en gran medida lo que vendría después, pues pese a que Launay ya había capitulado, la muchedumbre lo apuñaló hasta la muerte y luego fue decapitado. Su cabeza fue clavada en una pica y mostrada como trofeo por las calles de la capital francesa; finalmente fue llevada al ayuntamiento como señal de victoria.

La caída de la Bastilla le dio un impulso a la Nueva Asamblea Nacional, quienes rápidamente redactaron una nueva constitución llamada “Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano”, la cual declaraba que todos los hombres eran iguales ante la Ley.

Robespierre encabezó la nueva constitución, abogando entre otras cosas por la libertad de prensa, la cual era censurada por la monarquía, y se convirtió en un arma para el pueblo, especialmente para Jean-Paul Marat, fundador del periódico “L’Ami du peuple”, (El amigo del pueblo), el cual utilizó de manera panfletaria para despotricar contra el Rey, la nobleza, los realistas, y cualquiera que estuviera en contra de la revolución.

No habiendo aprendido la lección, Luis XVI ordenó nuevamente la salida de sus soldados para que rodearan a París, y esto fue usado por Marat para convocar a la gente a las calles para defender la revolución.

El 5 de octubre de 1789 un grupo de mujeres indignadas por la escasez de pan se enteraron de un opulento banquete en el Palacio de Versalles celebrado por Luis XVI y su esposa María Antonieta, a quien se le adjudicó la frase “si no tienen pan, que coman pasteles”, provocando la ira de los rebeldes, quienes se armaron para enfrentar al Rey y sus tropas.

En este punto hay que aclarar que el mismo Jean-Jacques Rousseau señaló que la frase “Qu’ils mangent de la brioche” (que coman pasteles), no fue dicha por María Antonieta, sino por una reina anterior llamada María Teresa de Austria, quien dijo “S’il ait aucun pain, donnez-leur la croûte au lieu du pâté”, (si no tienen pan, que les den hojaldre en lugar de Paté). Puede ser que la frase se le haya adjudicado a María Antonieta para encolerizar aún más al pueblo.

Ante la presión, Luis XVI decidió firmar la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, no obstante, ya los ánimos estaban muy caldeados y la muchedumbre a las afueras del Palacio se incrementaba. Para el 6 de octubre, las puertas del Palacio de Versalles estaban asediadas por más de 20 mil personas que ya no solo pedían pan, sino que exigían que el Rey y la Reina se fueran a París. Ante la negativa del Rey, el pueblo asesinó y decapitó a los miembros de la guardia real, obligando al Rey a abdicar. Luis XVI y María Antonieta fueron retenidos y transportados a París, específicamente al Palacio de las Tullerías.

Nacimiento de la República Francesa

Con la abdicación de Luis XVI se dio un inicio a la transición republicana, y la fama de incorruptibilidad de Robespierre lo colocaron al frente del nuevo gobierno, quien llegó con las banderas del sufragio universal y el fin de la pena de muerte.

La torpeza y el miedo de Luis XVI y su esposa, los llevaron a fugarse de París el 21 de julio de 1792, pero estos fueron interceptados en Varennes, capturados y llevados nuevamente a París, situación que incrementó la hostilidad del pueblo hacia los monarcas.

Con la captura del Rey y la Reina, la nueva Asamblea avizoraba vientos de guerra con Austria y Prusia (defensores de la monarquía francesa), y en 1792 un desafortunado manifiesto emitido desde Prusia aseguraba destruir París si se le hacía daño a Luis XVI y María Antonieta, lo cual terminó encendiendo los ánimos de la gente, ya que veían esta movida, como una traición de los monarcas a la revolución. Esto provocó que la muchedumbre intentara lincharlos en el Palacio de las Tullerías.

Ante esta situación, tanto Luis XVI como María Antonieta huyeron a la Nueva Asamblea, pensando que los diputados les respetarían la vida, pero el otrora defensor de la vida y crítico de la pena de muerte, Robespierre, aseguró en esos instantes que el nacimiento de la nueva República Francesa, debía empezar con la muerte del Rey y la Reina.

Esta declaratoria fue animada por Jean-Paul Marat, quien además sugirió sanear las cárceles de París, condenando a la guillotina a todos los presos, incluyendo los realistas y críticos a la revolución. La nueva Convención Nacional (antes Asamblea Nacional), juzgó a Luis XVI, y el 21 de enero de 1793 el Rey de Francia fue decapitado, y 8 meses después María Antonieta.

En este punto, el nuevo gobierno se tambaleaba gracias a los ataques de otras naciones europeas, así como por la reorganización de los contrarrevolucionarios, pero Robespierre, junto con Georges-Jacques Danton, uno de los principales líderes jacobinos, decretaron Ley Marcial, con la que suspendieron la constitución y todos los derechos ahí otorgados.

El Terror y el Gran Terror

Bajo la Ley Marcial, cualquier sospechoso de actividades contrarrevolucionarias e incluso de críticos a la revolución, serían juzgados y enviados a la guillotina. A este período se le conoció la era del terror. La situación llegó a tal punto, que incluso las personas que utilizaran el Monsieur o Madame en vez de “ciudadano”, eran enjuiciado y ejecutados por ser hostiles a la revolución. Quejarse por el precio del pan o incluso mostrar descontento por el rumbo de Francia, también era motivo de la pena capital.

Para consolidar el poder, la Convención creó el Cuerpo de Seguridad Pública, una institución integrada por tan solo 12 hombres, donde Robespierre tuvo una voz predominante, y en la que pidió más sangre.

El antes abogado defensor de las justas causas, emprendió una campaña de censura a la libertad de prensa y de persecución al clero. Más de 100 mil personas fueron asesinadas durante este periodo. Aquel que antes acudía a las palabras y a las ideas, ahora recurría a los fusilamientos y la guillotina.

Con Napoleón conduciendo a Francia hacia la victoria en la guerra con las naciones europeas, Robespierre empezó a soñar con “La República de la Virtud” acudiendo a su arma más influyente: El Terror.

“El terror, sin virtud, es desastroso. La virtud, sin terror, es impotente” decía el mismo Robespierre, lo cual empezó a generar dudas, incluso entre sus más acérrimos aliados como Georges-Jacques Danton, quien había solicitado cesar el terror.

El 5 de abril de 1794 Danton fue ejecutado en la guillotina por traición y antes de morir sentenció “de lo único que me arrepiento es irme antes que esa rata de Robespierre”.

Con Danton muerto, Robespierre inició una nueva etapa de la revolución llamada El Gran Terror. Durante este tiempo, se calcula que solo en París se cometían alrededor de 800 ejecuciones al mes.

Robespierre ocupaba su tiempo incluyendo personas a las listas de ejecución, incluyendo a los aliados de la revolución, y estos empezaron a entender que sus actitudes estaban rozando con la locura y la paranoia.

El 27 de junio de 1794 asistió a la Convención Nacional, donde amenazó con incluir el nombre de varios Diputados a la lista de ejecución, y la misma convención empezó a temer lo peor, pues cualquiera podría estar incluido. Al día siguiente Robespierre fue arrestado y acusado de rebeldía, y tanto él como sus aliados fueron llevados al ayuntamiento donde pasaron la noche. A la mañana siguiente, sus hombres amanecieron muertos

El 27 de julio de 1794 Robespierre fue ejecutado en la misma guillotina con la que él mismo mandó a ejecutar a miles de personas.

Maximilien Robespierre pasó de ser un humanista consumado, a un terrorista déspota; es la clara muestra de que cuando no se está moralmente apto para ejercer el poder, los caminos hacia la locura, la tiranía y la crueldad están servidos para manchar con sangre hasta los más nobles ideales.

Robespierre, quien fuera uno de los defensores de la ilustración (la razón), y quien iluminó el corazón del pueblo francés con sus discursos elocuentemente progresistas, terminó convertido en un verdadero monstruo. Su anhelo de una “República de la Virtud” fue extinguido por la violencia implacable de su alma, dejando como enseñanza, que detrás de discursos humanistas se esconden psicópatas incapaces de gobernar.

Reza el adagio popular que quien no conocer la historia, está condenado a repetirla.

César Augusto Betancourt Restrepo

Soy profesional en Comunicación y Relaciones Corporativas, Máster en Comunicación Política y Empresarial. Defensor del sentido común, activista político y ciclista amateur enamorado de Medellín.

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